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sábado, 13 de marzo de 2021

El que cree en Él tiene vida eterna


Evangelio según San Juan 3, 14-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.

Mosaico absidal SXII Basílica sup. de San Clemente en Roma. El simbolismo del árbol asociado a la tradición de la Cruz, de su base sale una mata de hojas de acanto que da origen a espirales que ocupan la semiesfera, a sus pies los 4 rios del Paraiso.
Mosaico absidal, Basílica de San Clemente, Roma
                                    

Gritad jubilosos, habitantes de Sión,
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel.

                                                                                                                   Isaías 12, 6

"¡Volvamos al Señor!", dice el profeta Oseas. En ese regreso al Señor, que es la conversión, vamos soltando todo lo que nos sobra y nos pesa, impidiéndonos avanzar. Es un camino de vuelta instantáneo, sin dejar de ser infinito, si lo hacemos mirando la Cruz, centrados en Su Corazón traspasado, del que brota la Salvación y la vida eterna que es ya. A veces pensamos en la Salvación en futuro: confiamos en salvarnos cuando llegue la hora, sin darnos cuenta de que la Salvación ya ha sucedido y que la vida eterna empieza aquí.

Nacimos por segunda vez en el Bautismo, pero no siempre somos conscientes de ello. En cada Pascua, meta de la Cuaresma, y en cada Eucaristía, se nos da la oportunidad de renacer de nuevo de agua y espíritu, como dijo Jesús a Nicodemo. Las categorías mentales son incapaces de alcanzar lo inefable, lo absoluto. Por eso Jesucristo nos guía hacia la Verdad, que es Él mismo, y nos eleva, nos ilumina y nos hace libres.

Creemos en Jesús y eso nos salva, pero, para renunciar a todo lo que nos mantiene en  las tinieblas del olvido, la inconsciencia y la ignorancia, apostamos por la coherencia, que las obras respondan a lo que hay en el corazón. No hacen falta gestos heroicos o evidentes, basta con vivir centrados en Cristo, mirando esa Cruz que lleva a la Luz, anhelando la Comunión que Él pidió al Padre para nosotros en la Última Cena. 

Mirándole, escuchándole, reconocemos las propias sombras, y Él las convierte en luz. Eso es realizar la verdad, dejar que la Verdad sea en ti, en mí, en nosotros, para ser Uno en Cristo. Charles Arminjon, tan leído por Santa Teresita, escribe en El fin del mundo y los misterios de la vida futura:

“¡Pobres almas! No tienen más que una pasión, un afán, un deseo, superar el obstáculo que les impide lanzarse hacia Dios, que les llama y les atrae con toda la fuerza de su belleza, de su misericordia y de su amor sin límites. (…) Es imprescindible que sean echadas a un crisol devorador, para que se desprendan de la herrumbre de las imperfecciones humanas, para que, a semejanza del carbón negro y vil, salgan con la forma de un diamante precioso y transparente; es necesario que su ser se haga sutil, se depure de cualquier resto de sombras y de tinieblas, que se vuelva apto para recibir sin obstáculos los rayos y los esplendores de la gloria divina que, fluyendo un día a ellas a borbotones, las llenará como a un río sin orillas y sin fondo.”

Vivamos ya esa purificación que nos causa el fuego de Su amor, desechando todo lo que nos aparta de ese amor inmenso que brota del corazón cuando el Verbo encarnado ocupa su centro, y desde ahí nos eleva. La Jerusalén celeste ya, aquí, en una tierra renovada en cada ser humano que acepta seguir a Aquel que atrae con toda la fuerza de Su belleza, Su misericordia y Su amor sin límites.

El Reino de los cielos está aquí. Jesucristo Es, y eso es mucho más que estar aquí o allí. Y yo soy, tú eres, somos, cuando Le entregamos todo y nos entregamos por completo a Él. En www.viaamoris.blogspot.com contemplamos otro pasaje del Evangelio de San Juan, que la liturgia propone como alternativa para este IV Domingo de Cuaresma, en que sentimos la alegría de acercarnos al Alba de la Resurrección.


El que muere por mí, Pioneros de Schoenstatt


POR LA CRUZ A LA LUZ

En ese cuerpo muerto está la Vida,
y no es una metáfora o un símbolo.
Figura y símbolo era la serpiente
de bronce, salud para el que la miraba.
Y aquí no hay curación, hay mucho más;
un infinito más: la Salvación,
Luz inmortal corriendo por sus venas
eternamente nuevas, Luz de Luz.

Mira a Cristo en la cruz, es lo que toca
representar ahora en este drama
que hemos creado desde la caída
en el sueño del sueño. Qué estridente
despertador hemos necesitado. Él lo sabía
y vino a hacerse hermano,
a hacerse tú, a hacerse yo,
en un vientre escogido de doncella inmaculada.

Pero ahora toca sombra, cadáver vertical
de Dios suspendido en un madero,
abrazo mudo y sordo al universo,
con esos brazos yertos,
con ese rigor mortis divino que ha cubierto
la tierra de tiniebla, el alma
de miedo, desamparo y soledad…

Es lo que toca... 
Si te quieres creer que el tiempo puede
vencer la eternidad, que el tiempo vence
con su estela de muerte y destrucción,
mira el cadáver, quédate en ese rostro inexpresivo,
rígido, seco, máscara
de silencio endurecido,
con el nunca jamás en cada rasgo,
con el nunca jamás
de todos los que han muerto y morirán.

Pero acaso has conocido de este drama
lo que sé, lo que tantos van sabiendo,
pues nos lo han enseñado desde arriba.
Tal vez has visto o intuido la tramoya,
y miras el cadáver y sabes que es tan solo
lo que toca que veas, lo que cambia
mirada y universo, los transforma
desde la raíz, y el nunca más se desvanece,
como sombra que es, ante la luz.

Que el muerto está a la vez resucitado,
que su cuerpo glorioso está debajo
del cadáver sombrío, de la mueca
de fúnebre agonía que tienen los cadáveres
en este valle de lágrimas,
valle de crear almas, que decía el poeta.

Porque hay otras lágrimas, las buenas,
que manan de la Fuente
y se deslizan suaves, dando Vida.
Hay otras lágrimas que no deforman
el rostro en gesto de dolor,
lo expanden, comunión
de las aguas, y unen lo que el drama
de la vida fingió separar, simulacro de ausencias,
sombras mudas moviéndose indecisas,
autómatas sin alma, olvido de la Esencia,
la cueva de Platón.

Pero la cruz… hermosa o tremenda…
¿Es muerte o gloria?
¿Es patíbulo o es trono?
¿Tiniebla o resplandor?
Dime qué miro,
qué he de mirar en ella,
que es lo que Tú quieres que vea.

Mira al Resucitado en el cadáver,
contempla ya su gloria en ese cuerpo
inmóvil y callado.
Verás que en ese muerto está la Vida
y esa cruz ensangrentada es más bella
que los cedros del Líbano,
más hermoso su perfil de sombra 
que los árboles de oro de las Hespérides.

El que vino a mostrarnos el regreso
al Árbol de la Vida muere en un árbol falso,
dos maderos en cruz para hacerse patíbulo.
El que vino a salvarnos de la muerte
cuelga muerto, con la expresión tremenda
de todos los cadáveres,
en un árbol de una sola rama
de donde cae, gota a gota,
hasta la tierra, la sangre
del Único fruto,
la sangre
de Dios,
gota
a
g
o
t
a
.
Qué espantoso final, qué asombroso comienzo...
Que al principio era el Verbo,
y el Verbo es anterior y posterior,
el Verbo es todo,
siempre,
y más que siempre,
eternidad,
inmune a la muerte y sus secuaces.

Mira otra vez la escena con los ojos
que han creado los ojos,
mírala bien, hasta que veas
sobre la cruz, la Cruz de Luz.
Mensaje recibido,
me quedo en la mirada vertical,
ese centro de vida donde Soy.

Se acabaron los “qué”, comienza el “cómo”.
Ni lo que veo, ni lo que quieres que vea,
es cómo veo, si mira la Luz
donde nace la Cruz, con su peso de estrella,
rayo de Amor en vertical descenso,
el Árbol de la Vida
gravitando y suspendido,
inspirando cuando baja,
aspirando en la subida al mismo tiempo,
gloria desdibujando lo fatal,
hermosura antigua y nueva
devolviendo la tersura
a este viejo secarral de confusión y miedo.

Por la cruz a la Luz, 
en espiral eterna. 
Dios muerto, Dios resucitado,
dibujando el retorno
con signo de infinito vertical.
Torsión bendita, camino de vuelta,
borrando distorsiones,
uniendo los extremos
en un lazo sagrado,
anulando los efectos
de la caída primera
por amor.

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