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sábado, 3 de octubre de 2020

Acoger al Hijo

 

Evangelio de Mateo 21, 33-43

Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevos otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?” Le contestaron: “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo.” Y Jesús les dice: “¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.”


                            Parábola de los viñadores homicidas, Andrei N. Mironov


Por todas partes está colocado el lagar, porque en todas partes viven los que han recibido la unción del Espíritu de Dios...
                                                                                                                     San Ireneo de Lyon

El apóstol Pablo dice: Lo que algunos tienen es ignorancia de Dios. Yo digo que permanecen en esta ignorancia todos aquellos que no quieren convertirse a Dios. Ellos rechazan esta conversión por la única razón de que imaginan a un Dios solemne y severo cuando es todo suavidad; ellos lo imaginan duro e implacable cuando es todo misericordia; creen que es violento y terrible cuando es adorable. Así el impío se engaña a sí mismo y se fabrica un ídolo en vez de conocer a Dios tal cual es.

                 San Bernardo

Como vemos en www.viaamoris.blogspot.com  hay muchas maneras de rechazar al Hijo, incluso hasta la muerte, y no son siempre tan evidentes como la brutalidad de los viñadores de la parábola. Si somos honestos, reconoceremos que lo estamos negando cada día. Ser honestos, un corazón noble que mira lo verdadero, lo justo, puro y amable, como nos recuerda la segunda Lectura de hoy (Filipenses 4, 6-9). 

Una meta tan digna y a la vez tan cercana, si nos liberamos de intereses mezquinos y muchas ocupaciones que son tantas veces un estorbo mortal, pues nos mantienen demasiado distraídos para ver a Jesús, piedra desechada por los ignorantes, para los sabios e inocentes, piedra angular, a Quien debemos mirar, acoger, situar en el centro de nuestro corazón y de nuestro pensamiento.  Él es el Hijo que quiere convertirnos en hermanos Suyos y coherederos de todos sus bienes. 

Dice Lilian Staveley: “Del pensamiento constante nacerá ternura; de la ternura, el afecto; del afecto, el amor. Una vez que el amor a Jesús se ha establecido firmemente en el corazón, percibimos nuestras propias faltas, percepción muy dolorosa, y conocida como arrepentimiento. (…) No tenemos individualmente la seguridad del cielo porque Jesús muriera en una cruz por los hombres, sino que tenemos la seguridad del cielo para nosotros solo si queremos vivir, pensar y actuar de modo tal que lleguemos a ser de los elegidos.”

Hemos pasado demasiado tiempo, tal vez, ignorando los bienes reales y duraderos, entretenidos, colocando las sillas del Titanic… Queda la inercia que nos hace confundir lo verdadero y lo falso, la muerte y la vida, quedan demasiados hábitos, demasiadas grabaciones viejas que condicionan y limitan... Es hora de elegir definitivamente y es tan clara la opción... ¿Colocar las sillas que están a punto de hundirse, o unirnos a los músicos que interpretan en cubierta su última sinfonía, mientras los demás gritan, se empujan, se matan por conseguir un puesto en los botes para salvar la vida y perder el alma? ¿Intentar escapar, colocar las sillas del barco que naufraga, o unirnos a los músicos, serenos y fieles a su misión? 

Elijamos unirnos a los músicos, que es escoger la bondad, la verdad y la belleza, pero, como a veces somos infieles, miremos solo a Dios, no dejemos que nada ocupe un lugar en nuestro corazón si no es de Dios y para Él. Si queremos ser libres, unámonos a Cristo con cadenas de amor, para no ceder a lo falso o a la muerte ni un solo instante de los días de gracia que aún quedan y poder dar el fruto esperado, tan sutil que no se ve, tan sutil que podemos sacarlo de este mundo de oscuridad, pena y aprieto (como lo llama San Juan de la Cruz en el texto que sigue), y llevarlo con nosotros a la vida verdadera, con la pura claridad de cuanto amamos. 

Si matar al Hijo es suicidarse, acogerle es renacer y tender vías de comunicación directa con el Padre y Señor, con el Dueño de todos los bienes.

"Los ángeles son nuestros pastores; porque, no sólo llevan a Dios nuestros recados, sino también los de Dios a nuestras almas, apacentándolas de dulces inspiraciones y comunicaciones de Dios; y, como buenos pastores, nos amparan y defienden de los lobos, que son los demonios. Los ángeles, mediante sus secretas inspiraciones que hacen al alma, le dan más alto conocimiento de Dios; y así, la enamoran más de Dios hasta dejarla llagada de amor. 
La luz de Dios que al ángel ilumina esclareciéndole y encendiéndole en amor, como a puro espíritu dispuesto para la tal infusión, al hombre, por ser impuro y flaco, regularmente le ilumina en obscuridad, pena y aprieto... 
Cuando el hombre llega a estar espiritualizado mediante el fuego del divino amor que le purifica, entonces recibe la unión e influencia de la amorosa iluminación con suavidad a modo de los ángeles...
Acuérdate cuán vana cosa es gozarse de otra cosa que de servir a Dios, y cuán peligrosa y perniciosa, considerando cuánto daño fue para los ángeles gozarse y complacerse de su hermosura y bienes naturales, pues por eso cayeron feos en los abismos.”

                                                                                                                              S. Juan de la Cruz

                                                         Tarde te amé, Pablo Martínez

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