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sábado, 3 de noviembre de 2018

Escucha, Israel


Evangelio según san Marcos 12,28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.» El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

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Jesús entre los doctores, Giovanni Paolo Pannini

Por su cualidad misma, el amor es la semejanza con Dios, en la medida en que le es permitido a los mortales. Por su energía, el amor es la embriaguez del alma. Por su naturaleza, el amor es la fuente de la fe, abismo de paciencia, mar de humildad
                                                                                      San Juan Clímaco

“Escucha Israel”, leemos en la primera lectura (Deuteronomio 6, 2-6), y lo recoge el Evangelio de hoy. Escuchar como “preparación” para poder amar a Dios y al prójimo. Escuchar, detenerse, mirar, atender…, pues la más grave sordera es la sordera ante Dios, que nos habla de muchas maneras: mediante el espectáculo de la naturaleza, en las Sagradas Escrituras, en la plenitud de los tiempos, a través de su Hijo, también nos habla en el corazón, y ahora nos habla, claro, directo y profundo, a través de los escritos dictados a Luisa Piccarreta por el mismo Jesús. Escritos que han inspirado a Benedicto XVI y la Iglesia ha aprobado y reconocido.

Él nos sigue diciendo “te amo” de todas esas formas y de un modo especial desde la Cruz, signo de amor total. Qué oportuno que estemos reflexionando sobre el mandamiento principal en estas fechas de pensar la muerte, como decía santo Tomás Moro, de recordar a los santos y rezar por los difuntos. Porque la cruz, el sufrimiento, la pérdida, vividos junto a Jesús, enseñan a amar. Todo es amor en el acto único y atemporal de Dios: la Creación, la Redención, la Santificación a la que nos llama. 

Siempre estuvimos envueltos en este amor, aunque no lo supiéramos. El alma sí conocía este destino de Unión. Si nos fijamos bien, con la mirada del corazón, que es la mirada de Jesús, vemos que todo es símbolo del amor eterno e infinito que se comunica a veces a través del sufrimiento, las pruebas, las pérdidas aparentes. 

No nos dejemos engañar por lo que ven los que miran, piensan, sienten cómo el mundo. Sintamos, miremos como Jesús, para ver la vida que palpita bajo la apariencia de tristeza y dolor, y amemos a Jesús en todos y a todos en Jesús. www.viaamoris.blogspot.com

Amar a Dios y amar al prójimo, y hacerlo de corazón sin reservas, sin medida…, imposible desde los valores del mundo: oportunismo, competencia, individualismo... Para empezar a amar desde nuestra condición frágil y limitada cuando, como San Pablo, hacemos lo que no queremos y eludimos lo que queremos, la voluntad es esencial, pero no la voluntad humana, que es inconstante y veleidosa, sino la Voluntad de Dios, que nos creó por amor, nos redimió por amor y nos santifica para hacernos semejantes a Él y eternizar el intercambio de amor al que estamos llamados. 

Queremos amar y, sobre todo, queremos amar como el Señor quiere, en Su Voluntad. Por eso ya no buscamos sentir, pensar, experimentar... Si llega el sentimiento, bienvenido, pero lo importante es hacerlo en Su Voluntad, con la intención de ser fieles a ella. Todo comienza, y también crece y se asienta, sobre una disposición interna de nuestra voluntad que debe unificarse con la Voluntad divina. Así lo expresa San Anselmo de Canterbury:


Todo lo que hay en la Escritura depende de estos dos preceptos.
Reinar en el cielo es estar íntimamente unido a Dios y a todos los santos con una sola voluntad, y ejercer todos juntos un solo y único poder. Ama a Dios más que a ti mismo y ya empiezas a poseer lo que tendrás perfectamente en el cielo. Ponte de acuerdo con Dios y con los hombres -con tal de que estos no se aparten de Dios- y empiezas ya a reinar con Dios y con todos los santos. Pues en la medida en que estés ahora de acuerdo con la voluntad de Dios y de los hombres, Dios y todos los santos se conformarán con la tuya. Por tanto, si quieres ser rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, y merecerás ser lo que deseas. Pero no podrás poseer perfectamente este amor si no vacías tu corazón de cualquier otro amor. Por eso, los que tienen su corazón llenos de amor de Dios y del prójimo no quieren más que lo que quieren Dios o los hombres, con tal que no se oponga a la voluntad de Dios. Por eso son fieles a la oración, hablan del cielo y se acuerdan de él, porque es dulce para ellos desear a Dios, hablar y oír hablar de él y pensar en quien aman. Por eso también se alegran con el que está alegre, lloran con el que sufre, se compadecen de los desgraciados y dan limosna a los pobres, porque aman a los demás hombres como a sí mismos. De esta manera toda la ley y los profetas penden de estos dos preceptos de la caridad. 

                                                No puedo vivir sin ti, Hermana Glenda

No me mueve, mi Dios, para quererte 
el cielo que me tienes prometido, 
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte. 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte 
clavado en una cruz y escarnecido, 
muéveme ver tu cuerpo tan herido, 
muévenme tus afrentas y tu muerte. 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, 
que aunque no hubiera cielo, yo te amara, 
y aunque no hubiera infierno, te temiera. 

No me tienes que dar porque te quiera, 
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

                                                                                                      Anónimo

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