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sábado, 30 de junio de 2018

Y Cristo será tu luz


Evangelio según San Marcos 5, 21-43

En aquel tiempo Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
–Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con solo tocarle el vestido, curaría.
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando:
–¿Quién me ha tocado el manto?
Los discípulos le contestaron:
–Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: «¿quién me ha tocado?»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo:
–Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
–Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
–No temas; basta que tengas fe.
No permitió que lo acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo:
–¿Qué estrépito y qué lloros son estos ? La niña no está muerta, está dormida.
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
–Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate).
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones.
Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña. 

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Curación de la hemorroísa. Catacumbas de Roma


                                 Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.

                                                                                                                                Isaías 53, 4

Doce años de vida de una niña al borde de la muerte. Doce años de agonía en otra mujer, adulta, abocada también al abismo, pues la exclusión en el pueblo judío era peor que la muerte, y la esterilidad, una verdadera condena. Pero ambas se han encontrado con Aquel capaz de vencer la enfermedad y la muerte, poniéndose por encima de las leyes, cuando las leyes ignoran la Ley del amor. Tocar a un muerto estaba prohibido, tocar a una mujer con flujos de sangre, también.

Dos figuras femeninas, una mujer enferma y una muchacha muerta; ambas ligadas además por el número doce: los años de sufrimiento de la mujer y los años de vida de la muchacha. Un episodio aparentemente complejo en su composición literaria, en el que las dos historias se hilvanan en un canto a la sencillez. Jairo sólo quiere que su hija viva. La mujer quiere el cese de sus flujos de sangre y, además, quiere vida verdadera, la que procede del amor, pero no del que crea hijos para el mundo y para la muerte, sino del amor que regenera, que transforma lo yermo en fértil, el crepúsculo en alba de oro.

La doble cara de la naturaleza humana: la pura e inocente, por un lado, y la impura y corrompida del pecado que nos desangra… La pura e inocente, en la casa, en lo escondido; la impura, en paradoja aparente, con la inocencia de mostrarse ante todos. Jesús sana a una mujer y resucita a una niña y, en realidad, es lo mismo; lo mismo, siempre nuevo, porque como canta el salmo de hoy (Salmo 29), ensalzamos al Señor, porque con Él superamos las contradicciones. Y por Él, todo es integrado, armonizado, nivelado, como dice la segunda lectura  (Corintios 8, 7.9.13-15).

A Jairo se le está muriendo su hija, su deseo de perpetuarse, su descendencia. A la mujer, la posibilidad de tener hijos se le ha convertido en un flujo de sangre muerta, podrida, turbia. Pero Jesús es la fecundidad, el Verbo creador y todo lo que toca lo hace fértil, portador de Vida  viaamoris.blogspot.com.

La mujer pasa por encima del bullicio de los que apretujan por acercarse al Maestro y, callada, toca delicadamente el borde de Su manto. Jesús echa de la casa de Jairo a todos los que causan estrépito… Hace falta mucho silencio y mucha calma para darnos cuenta de los milagros que él está haciendo con nosotros cada día. Silencio y calma para despertar, volver a la vida y dar testimonio de las maravillas que Él hace en tu vida, en mi vida.

  
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Resurrección de la hija de Jairo, Vasily Polenov


TALITA QUMI

Ya soy una mujer, me casé y tuve tres hijos, pero sigue en mí la niña de doce años que aquel rabbi despertó. No sé bien lo que soñé antes de que él me tocara y me hablara. Fue algo bonito y alegre, lleno de luz, pero quedó borroso, como un paisaje al amanecer. 
Al despertar sentí un hambre rara, como si nunca hubiera comido o como si volviera de un larguísimo viaje. Por eso él dijo que me dieran de comer. 
Nada me sació totalmente desde entonces, solo el recuerdo de su mano cogiendo mi mano, su mirada y su voz haciéndome nueva, recreándome. La misma niña, ya casi mujer, la misma niña, pero despierta. 
Su voz era tan clara y profunda como las aguas del lago de Genesaret. Y su mirada también hablaba, de amor ilimitado y confianza, de vida verdadera. 
Cómo no despertar si esos ojos te miran, esa mano te toca y esa voz te dice: Talitha qumi, que significa: "niña, levántate". 
Sigo despierta, en este mundo donde casi nunca se está completamente despierto, pero le sueño, evoco su presencia y anhelo el momento en que vuelva a encontrarle, para dejarme despertar por Él y que esta vez sea para siempre. 
Incluso años después, mi madre siempre contaba que aquel hombre era muy misterioso, no entendía por qué hizo salir a todos de la habitación antes de acercarse a mí. Yo sí lo entiendo, ahora entiendo mucho más de lo que puedo contar. Él no quería ser aclamado ni exhibir el poder que emanaba de sus manos, de su voz y sus ojos, de su presencia. Él no quería que nadie le siguiera por sus milagros, sino por él mismo. Quería despertarme, y despertar a todos, con firmeza y cuidado, con sencillez y hondo silencio, solo interrumpido por las palabras precisas, sin ostentación ni alboroto.
La vida no tiene sentido si no sabes por qué estás aquí. Yo ya lo sé y lo vivo plenamente cuando despierto cada mañana, cuando contemplo y admiro la belleza efímera de una flor, o cuando de noche escucho el silbido del viento expresando todo el dolor y toda la dicha del mundo a la vez. Lo sé cuando pienso en él y vuelvo a oír Talitha qumi: "niña, levántate".
Sigo despierta, vivo despierta, soñándole, esperando el despertar definitivo.


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Jesús cura a la homorroísa. Paolo Veronese


EL BORDE DE SU MANTO

Marcos contó mi historia en mitad del capítulo que narra la resurrección de la hija de Jairo. Fui incómoda hasta para eso, incómoda para todos, hasta para hacerme conocer por las generaciones venideras. Legalmente impura por sufrir de hemorragias. Doce años perdiendo sangre, perdiendo vida, sintiendo cómo se debilitaba mi cuerpo y mi alma… La impura, la invisible, la insignificante, la que lleva en las entrañas muerte y podredumbre, la rechazada… 
Siempre fui una mujer solitaria e incomprendida, pero desde que enfermé de hemorragias la soledad se hizo terrible. Abandonada y despreciada por todos. Ningún hombre me había amado, y ya nadie me amaría jamás…
Pero en lo más angustioso de mi estado le encontré a Él, el único capaz de amar de verdad con un amor infinito. En un solo instante recibí tanto como para vivir el resto de mi vida; recuperé la salud y mucho más… Podía encontrar a alguien que quisiera estar a mi lado, acompañarme, cuidarme… Pero ¿quién quiere volver a caer en una ilusión de amor cuando se ha encontrado el amor incondicional que no acaba, ni siquiera cuando la vida en este plano de luces y sombras haya desaparecido?
Cuando confesé haber tocado el borde de su manto, Él me miró con el asombro y la ternura con que se mira a un recién nacido y sentí la libertad del que ve su pasado rehecho, perfecto, sin mancha ni sombra, listo para ser olvidado y empezar una vida nueva.
Si conocierais el arameo, comprenderíais la ternura de las palabras con que Él me habló. Lo han traducido mal, porque lo que dijo fue: “hijita mía de mi corazón”… Eso era lo que busqué a lo largo de toda mi vida y de mis doce años de desangrarme de tristeza y soledad. Buscaba que alguien me reconociera, como lo que soy en realidad, una niña inocente y pura, la hijita querida del corazón del único capaz de amar y de salvar. Él me sanó y me amó a la vez, y yo solté mi mal, lo olvidé, para mirarle solo a Él, amarle eternamente solo a Él. 

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