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sábado, 2 de junio de 2018

Eucaristía


Evangelio según san Marcos 14, 12-16.22-26

El primer día de los ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?” Él envió a dos discípulos, diciéndoles: “Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”.” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. Tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.

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Detalle de La Última Cena, Giotto


Día para reflexionar y comprender lo que festejamos con la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el centro de nuestra fe, Dios con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos. Soltamos lo que nos impida abrir el corazón, contemplar el Misterio y adorar. Porque en el Santísimo Sacramento del Altar, además del Jesús que recorrió Galilea, está el Verbo creador, el Cristo victorioso del Apocalipsis, todo el poder de un Dios misericordioso, que se esconde para alimentarnos.

Verbo increado y Dios encarnado… tanto amó Dios al mundo… En la Hostia y el Cáliz consagrados, vemos, tocamos, comemos a Aquel que anhelaba este encuentro desde toda la eternidad, el intercambio prodigioso, la correspondencia de amor que solo era posible haciéndose uno de nosotros. Pero además quiere, y así nos lo enseñó en la Última Cena, que cada uno de nosotros, de los Suyos, se haga Él.

En el Cenáculo, junto a sus íntimos, Dios consagra a Dios, ofrece a Dios, comulga y da a comulgar a Dios, llevando en Sí a todos los que se habían perdido, se pierden, se perderán. Redención total para el que la acepta. Cuando veas o sientas dolor de cualquier tipo, recuerda que Jesús aquella noche luminosa, asumió sobre Sí todos los dolores. Él, todo en todos. Él, todos para el Todo. El Cordero sin mancha que nos enseña a comulgar: unidos a Su Sacrificio eterno, con Su voluntad, Su humanidad y Su divinidad, poniendo en cada Comunión lo que Él puso en Aquella Comunión del Jueves Santo.

Por eso, en la Consagración, me ofrezco junto a Cristo y es el mismo Dios que acepta mi ofrenda insignificante, toma mi voluntad humana, la nada que soy, mis errores, olvidos y desvaríos, y lo transforma todo en Él. Y al comulgar, renuncio de nuevo a mí misma, para que Él sea en mí, me llene, me colme, me transforme, para que pueda amar y entregarme sin condiciones, como Él… viaamoris.blogspot.com 

Lo más cercano al cielo que hay en la tierra es la Eucaristía, el sacramento del amor verdadero, donde somos preparados y enviados para amar (ite missa est) . Ahí es donde hemos de poner la atención, y Él pone Su atención en nosotros; nos transforma en Sí. La Eucaristía, lo aparentemente nada para el mundo de los ciegos, lo más real para la Vida.

Si supiéramos con todo nuestro ser y creyéramos con una fe firme y sin fisuras que tras la apariencia del pan y del vino está el Verbo que ha creado el universo, caeríamos de bruces. Adorar, qué otra cosa podemos hacer…, desaparecer en Él, abandonarnos en Su Vida, soltar todo lo que no es Él, dejar de ser para Ser.


                                             Panis Angelicus, Cesar Franck, por Pavarotti


“Todos los que le tocaban quedaron curados”

Cuando Jesús estuvo en este mundo, el simple contacto con sus vestiduras curaba a los enfermos. ¿Por qué dudar, si tenemos fe, que todavía haga milagros en nuestro favor cuando está tan íntimamente unido a nosotros en la comunión eucarística? ¿Por qué no nos dará lo que le pedimos puesto que está en su propia casa? Su Majestad no suele pagar mal la hospitalidad que le damos en nuestra alma, si le es grata la acogida. ¿Sentís la tristeza de no contemplar a nuestro Señor con los ojos del cuerpo? Dígase que no es lo que le conviene actualmente...

Pero tan pronto como nuestro Señor ve que un alma va a sacar provecho de su presencia, se le descubre. No lo verá, cierto, con los ojos del cuerpo, sino que se le manifestará con grandes sentimientos interiores o por muchos otros medios. Quedaos pues con él de buena gana. No perdáis una ocasión tan favorable para tratar vuestros intereses en la hora que sigue la comunión.
                                                                                          Santa Teresa de Ávila 
                                                                                          Camino de Perfección, cap. 34



                                              Diálogos divinos. Sacramento. Eucaristía

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