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sábado, 17 de marzo de 2018

"Yo soy la resurrección y la vida"


Evangelio según San Juan 11, 3-7.17.20-27.34-45

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: "Señor, tu amigo está enfermo". Jesús, al oírlo, dijo: "Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella". Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: "Vamos otra vez a Judea". Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá". Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". Marta respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le dice: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?" Ella contestó: "Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo". Jesús, muy conmovido, preguntó: "¿Dónde lo habéis enterrado?" Le contestaron: "Señor, ven a verlo". Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: "¡Cómo lo quería!" Pero algunos dijeron: "Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?" Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: "Quitad la losa". Marta, la hermana del muerto, le dice: "Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días". Jesús le dice: "¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?" Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado". Y dicho esto, gritó con voz potente: "Lázaro, ven afuera". El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: "Desatadlo y dejadlo andar". Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.


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La resurrección de Lázaro, Juan de Flandes

“Yo soy la Resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?", pregunta Jesús a Marta. El mismo Dios está diciendo que creer en Él ya salva. Pero ¿cómo?, se revuelven algunos, yo misma, si no estoy atenta. ¿Solo con creer? Algo habrá que hacer; si queremos ser perfectos como nuestro Padre, nosotros que no somos nada, que hemos reconocido con valentía y sinceridad nuestra impotencia y miseria. ¡Algo habrá que hacer!, sigue la mente discutiendo contra lo indiscutible... Algún esfuerzo, algún trabajo sobre uno mismo, ayunos, sacrificios, mortificaciones… No me digan que ha sido inútil todo lo que he hecho durante tantos años, se desgañita el ego.... Que yo me estoy ganando el cielo con sangre, sudor y lágrimas.
Y Jesús nos repite, desde esa dimensión sin tiempo ni espacio desde la que nos habla siempre: “Yo soy la Resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Y por fin entendemos que basta con creerlo. Aunque estemos de acuerdo con San Agustín: "Dios, que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti"; aunque sigamos esforzándonos por seguir al Maestro y sacrificándonos con amor y gratitud, sin esperar nada a cambio; aunque hayamos aceptado con respeto el cambio de la liturgia en la Consagración y entendamos el sentido "lógico" de ese  "por muchos" que sustituye al "por todos". Pero a la vez, con una coherencia maravillosa que la Sabiduría tejió antes del tiempo y que la mente y su lógica limitada no puede imaginar, el corazón sigue intuyendo, sintiendo que basta con creer.
Jesucristo no se contradice, aunque a veces use parábolas y antítesis para espabilarnos. ¡Basta con creerlo! Algunos están tan limpios, han conservado tanta inocencia genuina en su corazón que le miran o le escuchan o le evocan y ya creen esto, ya creen en Él, ya le conocen, que es mucho más que saber de él, ya son en él. Algunos no han dejado de ser como niños y por eso ya es suyo el reino de los cielos. Otros, incapaces de concebir tal prodigio, a no ser que se vacíen de sí mismos, a no ser que suelten el lastre de toda una vida vivida en el olvido y la ignorancia, trabajan, se esfuerzan, a veces en vano, mirando de reojo y con envidia a los trabajadores de la hora undécima.
En los que aún no han comprendido la enseñanza de los lirios del campo, es necesario, porque ellos mismos lo creen necesario, el esfuerzo, el trabajo sobre uno mismo. Pero una vez  recuperada la inocencia esencial, cuando creemos en Él y en lo que Él nos dice, ya estamos salvados, ya hemos vencido a la muerte con Él. 

Las palabras de Jesús: "Yo soy la resurrección y la vida", no son solo promesa de eternidad. Ya ahora, aquí, sin que el cuerpo haya muerto todavía, Él resucita lo que en nosotros estaba muerto, nos despierta y nos llama a una nueva vida, ese reino de amor, verdad y justicia que nos empeñamos en no ver, cuando está tan cerca, tan dentro. Así lo expresa el Cardenal Newman.

"Cristo vino para resucitar a Lázaro, pero el impacto de este milagro será la causa inmediata de su arresto y crucifixión (Jn 11, 46 s). Sintió que Lázaro estaba despertando a la vida a precio de su propio sacrificio, sintió que descendía a la tumba de donde había hecho salir a su amigo. Sintió que Lázaro debía vivir y él debía morir. La apariencia de las cosas se había invertido, la fiesta se iba a hacer en casa de Marta, pero para él era la última pascua de dolor. 
Y Jesús sabía que esta inversión había sido aceptada voluntariamente por él. Había venido desde el seno de su Padre para expiar con su sangre todos los pecados de los hombres y así hacer salir de su tumba a todos los creyentes, como a su amigo Lázaro. Los devuelve a la vida, no por un tiempo, sino para toda la eternidad. 
Mientras contemplamos la magnitud de este acto de misericordia, Jesús le dijo a Marta: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre." Hagamos nuestras estas palabras de consuelo, tanto en la contemplación de nuestra propia muerte, como en la de nuestros amigos. 
Dondequiera que haya fe en Cristo, allí está el mismo Cristo. Él le dijo a Marta: "¿Crees esto?". Donde hay un corazón para responder: "Señor, yo creo", ahí Cristo está presente. Allí, nuestro Señor se digna estar, aunque invisible, ya sea sobre la cama de la muerte o sobre la tumba, si nos estamos hundiendo, o en aquellos seres que nos son queridos. 
¡Bendito sea su nombre!, nada puede privarnos de este consuelo: vamos a estar tan seguros, a través de su gracia, de que Él está junto a nosotros en el amor, como si lo viéramos. Nosotros, después de nuestra experiencia de la historia de Lázaro, no dudamos un instante de que él está pendiente de nosotros y permanece a nuestro lado."
                                                                                                       Beato John Henry Newman 

En www.viaamoris.blogspot.com contemplamos el otro pasaje del Evangelio de San Juan que la liturgia propone como alternativa para hoy y comprendemos que amar la voluntad del Padre, fundirse en ella como hizo Jesús, es nuestra meta y destino. Porque todas nuestras vidas caben en la vida de Cristo. Creer en Él y, un paso más, creerle a Él, nos lleva a la Resurrección.


                                                  De profundis clamavi, Salmo 129

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