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sábado, 21 de enero de 2017

Pescadores de hombres

  
Evangelio de Mateo 4, 12-23 

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí,  camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Paseando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando la Buena Noticia del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.


                                  Vocación de los primeros apóstoles, Domenico Ghirlandaio


          Pescadores, hombres sencillos y humildes, escogidos para seguir a Jesús, el Cristo, el Mesías, y ayudarle a extender la buena nueva. Dejan todo por Él, a cambio de una promesa de paz y de amor para todos. Como dice Giovanni Papini, “el pescador es el hombre que sabe esperar, el hombre paciente que no tiene prisa, que echa su red y confía en Dios.” Humildad y paciencia, generosidad, pobreza de espíritu y confianza, virtudes que hoy escasean y debemos adquirir para ser fieles a la vocación aceptada.

Ellos son capaces de soltar las redes y cambiarlas por la entrega, el servicio, el amor. Un discípulo está dispuesto a abandonar cuanto lo mantiene apegado a su egoísmo, liberarse del lastre y caminar sin mirar atrás. Porque "nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios" (Lc 9, 62).

Qué privilegio ser llamado por el mismo Jesús, pensamos… ¿Lo seguiríamos hoy? ¿Lo seguimos? ¿Lo escuchamos siquiera? Para escuchar la llamada, hay que estar atento. Si nos dispersamos o distraemos, el mismo Jesús puede pasar a nuestro lado y no lo veríamos.

Porque Él continúa llamándonos, a cada uno por nuestro nombre; nos está diciendo: “sígueme”, con una llamada personal y directa. Es Él quien nos busca, nos encuentra y nos llama, aunque pueda parecer lo contrario, que somos nosotros los buscadores.

¿Respondemos con un sí rotundo e incondicional? Para pronunciar ese “Sí” y mantenerlo con coherencia a pesar de los obstáculos que siempre encontraremos, es necesario transformarse por dentro, hasta ser capaces de vivir de otra manera, pensar y sentir de forma radicalmente diferente. Esa es la conversión a la que Jesús nos llama hoy, la Metanoia: del griego, volverse, dar la vuelta, movimiento interior de transformación de mente y corazón; cambio de los significados y sentidos de la vida. En hebreo, Teshuvá: conversión, arrepentimiento; ese gesto o cambio interior que permite mirar de un modo nuevo, no ya a la manera egoísta del mundo, sino a la manera generosa, abierta y libre de Jesús. Cuando se está dispuesto a dar ese paso decisivo, cuando uno se atreve, en lo más recóndito de su ser, a cambiar y rechazar para siempre lo que le esclaviza, empieza a estar preparado para ser discípulo.

El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a renunciar a sí mismo, a vencerse y doblegarse, a morir a las tinieblas de lo que no somos, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí".

Jesucristo sigue esperando nuestra respuesta libre: que aceptemos entregarnos sin reservas y ser de los Suyos. Pero a veces no reparamos en que, para dar algo, hay que tenerlo, para darnos hemos de ser dueños de nosotros mismos. Entonces, ¿hay que realizar un largo y considerable trabajo interior antes de emprender el camino del discípulo? Sí y no. Hay que ser consciente, en primer lugar, de todo lo que nos esclaviza: pasiones, apegos, inercias, miedos… y estar dispuesto a soltarlo.

Normalmente no se logra de un día para otro, pero la intención ya nos predispone, porque Dios mira el corazón y procura todo lo que le falta al hombre de buena voluntad. “Te basta mi gracia, pues la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Cor 12, 9), decía el Señor a San Pablo cada vez que su voluntad flaqueaba, y nos lo dice a cada uno de nosotros, todos acosados por espinas diferentes, más o menos insidiosas. Por eso, también como Pablo, nos gloriamos en nuestra debilidad, y no permitimos que nuestras carencias y mediocridades nos frenen. Nos ponemos en camino como si ya fuéramos libres y capaces de todo, dando por descontado que Él es la fuente de nuestra libertad y nuestra fuerza.

Nos basta su gracia también hoy. Aunque nuestras fuerzas vacilen y las dudas nos quebranten, confiamos en una voluntad infinitamente superior, la de Jesucristo. Su Palabra es nuestra Luz y nuestra entereza, la fuente de toda abundancia, siempre mucho más allá de lo esperado o lo previsible. El que pone el Reino en primer lugar se sorprende al ver la abundancia de lo que viene por añadidura (Mt 6, 33) y descubre que, no solo no ha perdido nada, sino que recibe cien veces más (Mt 19, 29).  

Metanoia 

No sé de cuántas formas
habré escrito mi nombre...,


y todas ilegibles,

incomprensibles todas,
falsificaciones
de un original
más sencillo y fiel,
más claro y esencial.

Solo él me nombra
y me hace libre
si al oírlo me vuelvo,
reconozco Su voz,
recupero mi voz
y Le respondo.




                                                              Pescador de hombres

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