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sábado, 7 de enero de 2017

Hijos amados en el Hijo


Evangelio de Mateo 3, 13-17

En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: “Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?” Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.” Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto”.


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                                                    El Bautismo de Jesús, Perugino


                                                                    La bienaventuranza que nos trajo era nuestra.

                                                                                                       Maestro Eckhart

Todas las lecturas de hoy hablan de libertad y consciencia, de confianza y gratitud, de dominio de uno mismo, de fidelidad y amor, en definitiva, del Bien que Jesucristo nos anuncia y nos regala. Ese el sentido de la verdadera Bendición, fuente de paz y de alegría. Es lo que estamos escogiendo: la Visión, frente a la visión, la Vida, frente a la vida.

A la Verdad original, en la que todos somos Uno, es hacia donde nos dirigimos para dejar de repetir los patrones de sufrimiento y egoísmo, esos “programas” de una “Matrix” cada vez más evidente, y más inofensiva, gracias a Aquel que vino a vencerla para que venciéramos con Él.

De esta victoria frente al mundo que Él viene a ofrecernos, hablan la primera y la segunda lectura (Is 42, 1-4.6-7 y Hch 10, 34-38) y también el Salmo (Sal 28). Abrir los ojos a los ciegos, liberar a los cautivos y curar a los oprimidos por el diablo significa despertar a los que se creen separados, llevarlos a la Unidad, allí donde somos herederos del Reino, en los que el Padre se complace. Él nos ha escogido como hijos amados y predilectos desde siempre. Ya merecemos ese honor, esa dignidad, ese amor.

El Evangelio de hoy se centra en la Teofanía del Jordán, el bautismo de Jesús por Juan. Y está refiriéndose indirectamente a nuestro propio bautismo, siempre actual, porque cada instante de consciencia vivido en el amor y la unidad, podemos renovar las promesas bautismales. 

            Si contemplando el Belén con los ojos del cuerpo y, sobre todo, los del corazón, fuimos capaces de ver nuestro propio rostro en el del Niño, descansando en el regazo de María, bajo la mirada atenta de José, recibiendo los dones de los Magos, hoy podemos ser capaces de escuchar las palabras del Padre, dirigidas a cada uno de nosotros.

            El Bautismo es volver a la Fuente, donde somos conscientes de la Unidad. En su Agua viva nos renovamos, nos regeneramos para una Vida que no acaba. Porque esas palabras del Padre a cada uno, ¡del Padre en cada uno!, no solo se escuchan en nuestro bautismo, sino cada vez que recordamos nuestro origen y nuestro destino, renunciamos a lo que no somos, y reconocemos nuestra verdadera esencia, ese Yo auténtico, original, que Él nombró antes de todos los tiempos.

           Cristo desciende al Río Jordán, se hace uno más entre el grupo de los pecadores que piden ser bautizados.También nosotros bajamos para subir, experimentamos esta vida material, con sus cruces y sus sombras, para morir y resucitar, iluminando la materia, elevándola con Él.

            El bautismo es así un renacimiento: nacemos al descubrimiento de nuestra verdadera identidad, despertamos del sueño que nos hacía identificarnos con una persona (del griego, máscara) mortal y reconocemos quiénes somos realmente.


A veces hemos pretendido adulterar y rebajar la verdadera religión, cuya esencia es el intercambio, la comunicación y la unión del Espíritu de Dios con el espíritu del hombre, reduciéndola a fórmulas y ritos, a menudo vacíos por la superficialidad con que se viven. Esto ha separado a muchos de la Verdad y la Vida que se nos han manifestado en Jesucristo.

          Los que no han caído en las redes de una falsa religión externa, sin contenido, y siguen a Jesucristo en Espíritu y en Verdad, son vivificados por el Agua de Vida y el Fuego del Espíritu Santo que crea y regenera. Estos no han perdido el entusiasmo de estar llenos de la presencia de Dios y actúan movidos por la inocencia y la libertad del Amor que nació en Belén, se manifestó ante los Magos, y se volvió a manifestar en el Jordán, cuando la Paloma bajó hacia Él y la Voz del Padre reveló su filiación divina.

Después de la Teofanía en el Jordán, Jesús necesitaba silencio y soledad, para poder mirar en lo más profundo de su ser, y reflexionar sobre el sentido de su misión. Busquemos también nosotros ese espacio solitario y silencioso donde discernir cuál es nuestra misión y prepararnos para ella.


 

 Me dice que me ama, Jesús Adrían Romero


"Cada hombre al nacer, recibe un nombre humano. Pero ya antes de que eso ocurra, posee ya un nombre divino: el nombre con el cual Dios, el Padre, le conoce y le ama desde siempre y para siempre.
¡Ningún hombre es anónimo para Dios!
A sus ojos, todos tienen el mismo valor: todos son diferentes, pero todos iguales, todos llamados a ser hijos en el Hijo."                                                                                   
                                                                                                 San Juan Pablo II

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