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jueves, 2 de junio de 2016

Sagrado Corazón de Jesús


Evangelio según san Lucas 15, 3-7

En aquel tiempo Jesús dijo esta parábola a los escribas y fariseos. ¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el campo, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido." Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.



                                                            Jesucristo, Hoffmann


En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.”
                                                                                  Mateo 11, 25-30


Qué hermosa fiesta la de hoy, y qué propensa a ser mal entendida o rebajada en su inestimable valor para el cristiano. Algunos dicen que es sensiblera, solo apta para almas simplonas y mediocres. Hay quien se queda en la superficie, en la iconografía kitsch de otras épocas, o en las sencillas, benditas oraciones infantiles. Incluso habrá quien sonría con superioridad ante esta devoción profunda y transformadora inspirada por el mismo Jesucristo a Santa Margarita María de Alacoque. Si alguien lo hace, será precisamente algún alma simplona y mediocre que, incapaz de sentir el Misterio del Sagrado Corazón, se ha quedado en lo accesorio o en los añadidos populares; alguien que, acaso frustrado por su propia pereza y comodidad, tal vez hace tiempo renunció al único verdadero Maestro, para sustituirlo por un falso maestro, limitado y ególatra, incapaz de humillarse o de servir, ciego que guía a otros ciegos hasta que caen, todos, al abismo.

El Sagrado Corazón de Jesús es el que se apiada de la viuda de Naín que llora la muerte de su único hijo, como veremos en www.viaamoris.blogspot.com el domingo.

El Sagrado Corazón de Jesús está siempre abierto, derramando su Divina Misericordia. Amor nuevo que no necesita proyecciones externas, amor que me saca de mí misma y mis afanes, me eleva y me transforma, me enseña a amar mucho más allá de lo sensible, pero también en lo sensible, porque Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad tiene, además de la divina, naturaleza humana.

El Inmaculado Corazón de María, humano y ensalzado, humano y divinizado, atravesado por la espada del sufrimiento, como anunció Simeón, nos lleva al Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por la lanza de Longinos, y Este nos lleva al Padre, la Fuente del Amor, que está más allá de las emociones, más allá de los sentimientos. Dios Padre no siente amor..., no siente... ES Amor.

Cedo la palabra a Dietrich von Hildebrand para que despierte en nosotros algunas de las infinitas resonancias que lo que hoy celebramos puede suscitar en los humildes y limpios de corazón.

            "Frente a la verdadera gloria del Sagrado Corazón en el que brillan todos los tesoros de conocimiento y sabiduría, la deformación de muchos himnos resulta patente. Pero el texto y la melodía de estas canciones no solo son incapaces de reflejar el carácter divino y transfigurado del Sagrado Corazón, en el que habita toda la plenitud de la divinidad, sino que incluso presentan al Sagrado Corazón como un corazón mediocre y sentimental desde el punto de vista humano. Esta deformación ha suscitado en muchas personas un rechazo comprensible pero exagerado, ya que identifican la deformación con la devoción al Sagrado Corazón. En vez de reconocer la verdadera naturaleza del Sagrado Corazón, tanto su cualidad divina como el reflejo del misterio de la Encarnación, hay quien considera que el simple hecho de la existencia de la devoción al Sagrado Corazón produce automáticamente estas deformaciones.
            Si queremos darnos cuenta de la naturaleza y profundidad de esta devoción y de su carácter litúrgico clásico, resulta necesario desenmascarar las deformaciones y falta de autenticidad características de muchas formas populares de esta devoción que encuentran expresión en ciertos himnos, formas artísticas e incluso oraciones.
            Pero nuestro intento de comprender el Sagrado Corazón posee más importancia y un carácter más positivo que la mera corrección de deformaciones. Aumentar nuestro conocimiento, alcanzar un conocimiento más íntimo del Sagrado Corazón, es algo muy valioso en sí mismo. Considerar al Sagrado Corazón en su gloria inefable y adorarlo es de la mayor importancia.
            También resulta indispensable para comprender todas las implicaciones que se contienen en la oración “haz nuestro corazón a la medida del tuyo” (Fac cor nostrum secundum cor tuum). Si queremos comprender la transformación en Cristo a la que nuestros corazones están llamados, nuestros ojos deben ver al Sagrado Corazón en su cualidad transfigurada, como la epifanía de Dios.
            Nuestra transformación depende de nuestra comprensión de una verdadera imagen de Cristo y de su Sagrado Corazón. En la medida en que proyectemos nuestra propia mediocridad y pequeñez en el Sagrado Corazón y nos alimentemos con esta imagen, permaneceremos aprisionados en esta mediocridad, en vez de elevarnos y transformarnos. Aquí, como en muchos otros lugares, nos enfrentamos con el peligro de adaptar la revelación a nuestro estrecho horizonte, y deformarla de tal modo que desaparezca la necesidad de transformarnos. En vez de captar el verdadero rostro de Cristo y la llamada a transformarnos, en vez de dejarnos elevar por el amor del auténtico Dios-Hombre, perdemos la posibilidad de confrontarnos con la epifanía de Dios."

                                                                                                         Dietrich von Hildebrand



                                                             Ubi Caritas, Cantatrix

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