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domingo, 14 de abril de 2013

La gran verdad

                                                                              
                                                                          Para Antonio, que conoce la gran verdad.
                                                          Por eso comparte, ama, vive con la alegría de los iniciados.



            Cuando te das cuenta de que algo que haces a otro es algo que te haces a ti mismo, has entendido la gran verdad.

                                                      Hua Hu Ching


      ¿Por qué eres infeliz? Es porque el noventa y nueve coma nueve por ciento de todo lo que piensas y de todo lo que haces es para tu propio ser, y ese ser no existe.

                                                                                                                             Wei Wu Wei


            En el metro, tratando de repasar unos apuntes de los que en media hora tendré que decir algo útil, esencial, acertado. Una pareja de músicos, hombre y mujer, casi ancianos, toca un acordeón estridente y una pandereta, mientras cantan con voces roncas y agudas, desesperadas y solícitas, en un idioma que no conozco; me suena a eslavo, tal vez ruso o ucraniano. Dan ganas de pedirles por favor que no sigan mareando, darles una moneda para que se callen o se vayan con la música a otra parte; que me dejen concentrarme en "lo mío", que no me distraigan.
            Pero, sin proponérmelo como otras veces, me siento responsable de su drama y comprendo que ellos son "lo mío", que ignorarlos es distraerme. Dejo los folios para escucharles con respeto, mientras siguen espabilando los delicados oídos de la pasividad generalizada, de la mediocridad que nos aletarga.
          Cuando acaban y recorren el vagón, despacio, sin pedir de forma evidente, pongo en un sombrero de terciopelo verde algo que es suyo.
           Me fijo más en ella: el cabello, teñido hace meses, asoma la raíz de plata; la sonrisa cansada; elegancia y dignidad al moverse. Las profundas arrugas no pueden ocultar la belleza ni el candor adolescente. En el gesto, manso y humilde, exhausto y sereno a la vez, reposa todo el cansancio del mundo. En su alegría triste, o su tristeza alegre, se refleja, avergonzada, la indiferencia con que nos intentamos evadir de lo triste, lo vulnerable, lo desvalido, lo real.
          Llamados a ser águilas, nos hemos quedado en gorriones asustadizos, ciegos, adormecidos en nidos pulcros  y confortables, tan frágiles como la vida.
           Pulcros, extraña palabra, pulcros... ¡de sepulcros blanqueados!


1 comentario:

  1. Gorriones asutadizos.Aguilas que vuelan y buscan...Inmovilidad y vuelo...¿Pero y el despliegue que está a medio camino o mejor, fuera de todos los caminos?. El tiene un color, que tú, Eugenia,atesoras y transmites en tu blog.
    Así como el colorido de las aves del paraiso, desplegándose, adornan las selvas umbrías, tus palabras, destiladas del corazón, embellecen la urdimbre de lo real,la magia de lo cotidiano, que se asoma luminoso, cada semana, en esta página.
    "El camino del descubrimiento no consiste en encontrar nuevos paisajes, sino en tener una nueva mirada".
    Gracias por tus ojos ... y por tu mirada.

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