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viernes, 9 de marzo de 2012

Estos días azules, este sol de la infancia.

                                                                                                      Estos días azules,
                                                                                                      este sol de la infancia…
                                                                      
                                                                                                          Antonio Machado
                                                                                              Poema esbozado antes de morir


            Cómo ha cambiado el barrio de mi infancia y juventud: tiendas nuevas, tipos humanos nuevos... Me siento extraña, ajena a este conglomerado ruidoso con el que me cruzo, superpuesto al que fue mi territorio, mi tribu, mi riada de rostros, comercios, olores familiares hace veinte años. También me siento ajena al barrio donde ahora vivo, más trepidante aún en apariencia, y en su ritmo esencial tan sosegado.
          ¿Dónde está mi hogar?, ¿dónde mi espacio y mi gente? Lejos, ya lejos, y a la vez muy cerca, en esa dimensión con la que de vez en cuando conecto y me devuelve al Reino que no pasa. Estamos en el mundo pero no somos del mundo, ya voy comprendiendo.
La iglesia es uno de los pocos edificios por los que no parece haber pasado el tiempo. La iglesia de siempre, pequeña, sencilla, con su aire románico, su campana alegre de palomas. La miro y miro el cielo: esas nubes rosadas que recortan el azul pueden ser de hoy, de hace diez años, de hace mil años o de mañana.
            La iglesia humilde, las nubes, la mano de mi madre, intacta en su latido, a pesar del cansancio y del disfraz con el que Cronos pretende vengarse por tantas victorias atemporales.
            La iglesia, inmune al tiempo, las nubes, la mano de mi madre, que sigue caminando a mi lado, son hoy mi patria, mi centro, mi hogar.
             La iglesia de mi infancia, estos días azules, este sol, las nubes dibujándose alegres en el cielo, la mano de mi madre, tan suave y caliente, tan segura.
            Volvamos a casa, que va siendo hora, volvamos a ese rincón de luz y de silencio donde somos reales y eternos. La iglesia, las nubes, la mano de mi madre.





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