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lunes, 31 de octubre de 2011

Morir antes de morir


La tumba de San Francisco. Zurbarán

                       Semel sepultus, bis mortuus. (Sepultado una sola vez, pero dos veces muerto).

                                                                                                    Epitafio de Juan Duns Scoto


Ante obitum mortuus, post obitum vivus. (Antes de la muerte, muerto; después de la muerte, vivo).

                                       Lauda sepulcral que Gregorio X compuso para S. Francisco de Asís


                       Una hora de serenidad en el otro mundo vale más que toda la vida de aquí.
                       Pero una hora de buenas acciones aquí vale más que toda la vida del otro mundo.

                                                                                                                     Talmud

            Consultas el plano esquemático de la red de Metro de Madrid. Lo comparas con uno más antiguo y minucioso que conservas. Te fijas en la ubicación del Cementerio de la Almudena. Qué cerca de todo, del cuarto donde duermes, de las viviendas de tus familiares y amigos, de los lugares donde cada noche los jóvenes se distraen, ríen, sueñan. Qué cerca de la Moncloa, la Zarzuela y el Arzobispado, de las Torres Kio y los estadios de fútbol. Qué cerca de la Moraleja, de Puerta de Hierro, de los campos de golf, de la Pasarela Cibeles, de las clínicas de estética y adelgazamiento, del Pirulí. En paralelo al Retiro, más grande incluso, ahí está ese parque misterioso donde se descomponen los restos de cuatro millones de personas, casi tantos como los que parecen vivos. Inesperada paradoja, en el centro de la capital, donde en teoría se mueve el cotarro, ese enorme, callado jardín, con el dolor renovándose puntualmente.

           Hay quien dice que los cementerios están llenos de emociones negativas, demasiadas almas desencarnando quizá, con su angustia y sus miserias. Pues ahí lo tenemos, a la vuelta de la esquina, en el corazón de la ciudad. Pero no lo vemos, no oímos ese grito sordo, no nos acordamos de que cerca de nuestra cama confortable, muy cerca, aquí al lado, está la sepultura que nos espera. Dan ganas de tomar una fotografía de una de esas lápidas –cualquiera puede ser la nuestra– y colocarla en sitio visible en el recibidor, junto a la foto en que te ves más favorecido, o en la mesilla, al lado del despertador digital, sobre la tele o, los menos aprensivos, en la cocina o el comedor, donde alimentamos este cuerpo para que siga viviendo y muriendo a la vez. Sí, dan ganas de colocar una buena ampliación en ciertos sitios estratégicos donde solemos olvidar que somos mortales. Asegurarnos de verla varias veces al día como recordatorio, como la llama de una vela, como una palanca que nos haga remover egoísmo, pasividad, soberbia, hipocresía, inercia.

            Siempre se mueren los otros... Nos ha servido de anestesia mucho tiempo esta absurda intuición que la razón niega, canto de sirenas cubriendo la lógica. Es hora de darle la vuelta y recordar, saber, comprender que siempre morimos nosotros.



TÚ NO SABÍAS QUE LA MUERTE ES BELLA

Tú no sabías que la muerte es bella
arrastrabas errores enormes,
como el socio de Scrooge su cadena
de pecados o ignorancia o tristeza.

Creías vivir esquivando los golpes
del tiempo y del dolor contra tu pecho
sin recordar que siempre hay que morir
para nacer de nuevo
o nacer de verdad.

Tú no sabías que la muerte es bella
hasta que viste su rostro azulado
mirándote sereno en cada mar.


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