Evangelio según san Lucas 21, 25-28.34-36
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre."
Rorate Coeli, Canto gregoriano para el Adviento
Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.
Apocalipsis 3, 20
Apocalipsis 3, 20
Durmiendo yo, mi corazón velaba.
Y en esto, la voz de mi amado que llama…
Cantar de los cantares, 5, 2
Entre los primeros cristianos nació una expresión Maranatha, ¡Señor nuestro, ven! traducción al griego de una palabra aramea. En indicativo, marán athá, el Señor viene. En esta expresión, que la liturgia repite continuamente estos días, se resume el sentido del Adviento.
Comprender y vivir el Adviento consiste en descubrir que Él viene, que siempre está viniendo. Es darse cuenta de esta realidad, despertar del sueño que nos mantiene en una espera pasiva de que algo externo, a ser posible espectacular y evidente, nos salve.
Ya estamos salvados; llevamos la Salvación escrita en nuestro ADN desde el Misterio del Calvario. Él viene, está a la puerta y llama… La Salvación está ya en ti, en mí. El Adviento nos invita a despertar y darnos cuenta de esta experiencia de salvación y liberación que ya Es. Emmanuel: Dios con nosotros
MARANATHA
Si logro estar alerta, me descubro:
soy atención serena y sostenida,
soy la mirada fiel, soy el aliento
de una respiración que me respira,
devolviendo mi esencia al universo.
Si logro estar alerta, Le descubro:
es todo para mí,
soy todo para Él.
Soy real en el centro de mi ausencia,
presencia Suya al fin
y para siempre.
El dueño de la casa siempre está viniendo. Está a la puerta. Pero no le oímos, ni siquiera vemos que hay una puerta. Porque no es una puerta normal, no divide dentro y fuera, interior y exterior; no divide… Es la puerta del darse cuenta, de estar atento, vigilante, despierto, la puerta de los sentidos espirituales que permite a cada uno/todos/Uno volver al Centro, desprenderse de lo falso para reconocer al Señor: Camino, Verdad y Vida.
El ruido que nos rodea y nos llena, el hedonismo, las ambiciones humanas nos roban la atención necesaria para mantenernos en el acto único de Dios, que es Su divino querer, fuente del verdadero amor, que crea, salva y santifica para que seamos Uno con Él. Ese amor es el surtidor de agua viva que salta hasta la vida eterna, del que Jesús habló a la samaritana. Él es la Fuente, pero nos quiere unidos a Él, derramando ese amor como Él.
En espíritu y en verdad, dijo también, estamos llamados a adorar. Si traducimos literalmente del griego esas palabras: en pneumati kai aletheia: en la respiración (en pneumati, de pneuma, el aliento, rouah en hebreo) y en la vigilancia (a-letheia, sin lethè, sin sueño, sin letargo). Hemos de vivir despiertos, vigilando, respirando en Cristo, atentos a Él. Cobra así todo su sentido la exhortación a orar siempre de san Pablo.
Adviento, tiempo de oración continua, de vigilar y estar alerta como nunca, tiempo de velar. Porque cuando nos dormimos, volvemos a poner la mente y el corazón en los afanes del mundo, abandonando ese estado de vigilancia y verdad; nos dejamos llevar de nuevo por la inercia, las creencias, lo conocido, los hábitos cansinos que el entorno fomenta, con estas fiestas de invierno que han perdido totalmente el sentido de la Navidad.
Pero el Señor que viene, que siempre está viniendo, nunca nos abandona; somos nosotros los que podemos olvidarle. Si nos mantenemos atentos, despiertos, vigilantes, podemos ser conscientes de Su Presencia continua, la Verdad en la que somos, esa que configura nuestra identidad y nos llena de amor porque es más íntima a mí que yo mismo.
El Evangelio de hoy es una nueva llamada a despertar, vigilar, estar atentos, de pie, la cabeza levantada, el ánimo resuelto, porque el Libertador, el que era, el que es, el que viene (Apocalipsis 1, 8; 4, 8), está viniendo para todos.
Algunos pensamientos de Imitación de Cristo de Thomas Kempis, que nos animan a velar:
Así habías de conducirte en toda obra y pensamiento, como si hoy hubieses de morir. Si no estás dispuesto hoy, ¿cómo lo estarás mañana? Mañana es día incierto; y ¿qué sabes si amanecerás mañana?
¡Ojalá hubiéramos vivido siquiera un día bien en este mundo!
Bienaventurado el que tiene siempre la hora de la muerte delante de sus ojos y se dispone cada día a morir.
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