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sábado, 30 de enero de 2021

Jesucristo es el Señor


Evangelio según San Marcos 1, 21-28 

Llegó Jesús a Cafarnaúm, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús lo increpó: “Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo obedecen”. Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.  


                                                   Jesús sana a un endemoniado


                                          Jamás ha hablado nadie como ese hombre.  

                                                                            Jn 7, 46

El verdadero dogma central del cristianismo es la unión íntima y
completa de lo divino y lo humano, sin confusión ni separación. 

Vladimir Soloviov
 

“Descansa solo en Dios, alma mía”, dice el Salmo 62. Si descansas en Él, si haces de Él el centro de tu vida, dejas de estar disperso, sin control, sin centro, sin autoridad. Si descansamos en Él y hacemos de Él el centro, seremos, en Él, fuertes, poderosos, sabios y libres de cualquier esclavitud.            

Si fuéramos conscientes de que con Él podemos todo y sin Él nada, no nos desviviríamos en afanes del mundo. Esa dispersión que nos confunde y nos ciega, haciéndonos olvidar quiénes somos y hacia dónde vamos, nace del miedo a la muerte, que menciona la primera lectura (Deuteronomio 18, 15-20).

Se acabó la confusión, el andar divididos de que nos previene la segunda lectura (1 Corintios 7, 32-35), el dejar muchas opciones abiertas, que descentran y generan agotamiento, pues nacen de aquella tentación primordial, junto al Árbol del Bien y del Mal. Si vives en el centro, que es Cristo, la única y verdadera opción, no hay dispersión, sino concentración, luz, inmortalidad… Mucho más…, resurrección, pues no queremos ser inmortales, sino resucitados, la materia iluminada, el retorno a la Esencia.

Acaparar o soltar... Hay quien cree que el egoísmo y la codicia está en acumular "monedas" materiales, dinero, posesiones... Pero hay una codicia más sutil que lleva a quererlo todo y vivir como poseídos, esclavizados por pequeños ídolos. Es esa "red" diabólica de miedos, deseos, proyecciones, auto justificaciones y expectativas que vamos tejiendo todos alrededor como arañas ciegas.  www.viaamoris.blogspot.com

Pero quien mantiene su atención en Cristo no se deja dominar por nada ni por nadie, porque sabe Quién es el Señor. Cuando soltamos tanta añadidura y morimos a nosotros mismos, renacemos en Él con su autoridad, su hablar sí cuando es sí, no cuando es no, su poder, su Palabra de vida eterna. 

La palabra “autoridad” proviene del verbo latino “augere”, que significa aumentar, hacer crecer, elevar. Jesús habla con autoridad porque hace crecer al que le escucha. Él tiene autoridad y nosotros también cuando vivimos en Él. Porque la vida en Cristo unifica, integra, transforma.            

El propio Marcos, un poco más adelante, nos cuenta el encuentro con Jesús de otro endemoniado (Marcos 5, 1-20). Muestra cómo vive un hombre que no es dueño de sí ni se ha puesto bajo la influencia del Señor. “Vivía entre los sepulcros”, entre recuerdos, afanes que no llevan a la vida, sino a la muerte, corrupción, esclavitud, miseria espiritual… “Cepos y cadenas”; “gritando e  hiriéndose con piedras”… Así vivimos tantas veces, sobre todo cuando estamos en la queja, somos ruidosos, estamos descentrados, poseídos por nuestras pasiones…, pero también por nuestros miedos, angustias e inseguridades. Lo bueno es que vemos a Jesús y lo reconocemos, y también somos capaces de reconocer lo lamentable de nuestro estado. Y ¡a veces queremos seguir así!; somos capaces de lo que sea, con tal de no renunciar a ese estado de posesión y dependencia. 

Pero si reconocemos al Señor, dejamos el descontrol, la esclavitud y la separación; morimos a las tinieblas de lo que no somos, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí". Y si es Cristo quien vive en mí, puedo hablar, actuar, callar y ser como Él, con la autoridad verdadera, la que no viene del mundo, sino del Reino. Porque la Verdad no es una idea o un concepto, ni siquiera un estado o nivel de conciencia que haya que buscar, encontrar o alcanzar. La Verdad es una Persona, Jesucristo, que te llama, te busca y te encuentra; una Persona en la que, por Amor, ya somos Uno.

Hace años leí un libro que recomiendo: La fe de los demonios, del converso Fabrice Hadjadj. En el Evangelio de hoy vemos, como en otros pasajes, que los demonios creen en Dios. ¿Quién tiene más fe, nosotros o los espíritus inmundos? Ellos han visto a Dios, reconocen que Cristo es el Santo de Dios. No se trata de más o menos fe, como tantas veces no se trata de cantidad, sino de calidad. Algo diferencia nuestra fe de la de los espíritus inmundos: ellos no quieren reconocer que Cristo es el Señor. Si confiesas que Cristo es el Señor con los labios y crees con el corazón que el Padre le levantó de entre los muertos, estás salvado. 

Por eso, cuando decimos que la fe salva, no hablamos de la fe intelectual, capaz solo de reconocer en Jesús al Hijo de Dios, como hacen los demonios, voluntariamente condenados para siempre. La fe que salva es la que reconoce en Jesús al Kyrios, el Señor, ante el que toda rodilla se dobla. Creer en Jesús salva si confesamos que Cristo es el Señor y a la fe le unimos el Serviam que Lucifer rechazó.

Los diablos separan, corrompen y destruyen porque están separados, corrompidos, destruidos desde que rechazaron la autoridad amorosa del Creador. Por eso queremos ser fieles a nuestra misión que es dar gloria a Dios y no permitimos que nuestras carencias y mediocridades nos frenen, porque Jesús nos libera. Su Palabra es nuestra luz y nuestra entereza, la fuente de toda autoridad. Sosegarse y saber que Él es Dios, como canta el Salmo 46, vivir en Su Presencia, cumplir Su voluntad para que el Padre y Él hagan morada en nosotros y Su autoridad nos transforme y nos realice.


                                            "Ordet", La Palabra, C. T. Dreyer (1955)

En la película de Dreyer, Johannes pasa de loco a cuerdo, de despreciado y compadecido, a hombre sano, íntegro, capaz de hablar con autoridad y obrar milagros, porque se pone bajo la Única autoridad legítima, la de Jesucristo, Nombre sobre todo nombre.

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