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sábado, 7 de diciembre de 2019

Virgen y Madre


Evangelio según San Lucas 1, 26-38

A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres”. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin". Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible". María contestó: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

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Inmaculada Concepción, Tiepolo

Cristo nace misteriosamente sin cesar, encarnándose a través de aquellos a los que salva, y hace del alma que le da a luz, una nueva madre virgen.

                                                                                                       San Máximo el Confesor

Hoy miramos a María, la Virgen y Madre, símbolo del Adviento y de la humanidad que espera, que escucha y acoge la Palabra para guardarla en el corazón. Sólo ella es Inmaculada desde su concepción. Los demás, si no aprendemos a confiar, esperar y amar con su humildad y sencillez nos perderemos. 

            Contemplando el misterio de la Virgen-Madre, una con Su Hijo desde el Sí que hizo posible la Salvación, descubrimos que unidos a ella, nos unimos a Él. Por eso María es porta coeli y camino seguro hacia la vida eterna. Este era uno de los consejos de San Maximiliano María Kolbe: "Ámala como Madre, con toda generosidad; Ella te ama hasta sacrificar al Hijo de Dios; en la anunciación te acogió como Hijo, Ella te hará semejante a sí misma, te hará cada vez más inmaculado, te nutrirá con la leche de su gracia. Déjate sólo guiar por ella, déjate plasmar cada vez más libremente por ella".

            “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lucas 2, 49). Es en el Templo donde María encontró a Su hijo a la edad de doce años, y en el Templo Le encontramos hoy. Por eso tenemos que convertirnos en Templo donde unirnos a Él, porque los verdaderos adoradores son los que Le adoran en Espíritu y en Verdad. María nos va transformando en una morada digna para Su Hijo.

La grandeza de María está en vivir la voluntad del Padre. Muriendo a su palabra humana, de humilde doncella de Nazaret, dio a la luz a la Palabra. Dejémonos modelar por ella, vacíos de nosotros mismos, abiertos y disponibles, para que el Verbo encarne y viva en nosotros.  

          Porque Dios quiere hacer maravillas en nosotros, como canta María en el Magnificat y, como ella, nosotros, pobres criaturas, podemos llevar a Cristo en el corazón e imitar a Su madre en la maternidad espiritual, mucho más importante que la física, como lo dijo el mismo Jesús: "bienaventurados, más bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen" (Lucas 11, 28). 


                                24 Diálogos Divinos, Inmaculada Concepción

            "¡Oh almas criadas para estas grandezas, y para ellas llamadas!” Qué bien expresó San Juan de la Cruz la profundidad del Misterio. Estamos llamados a la eternidad, a la dicha y la plenitud perfectas, pero malvivimos, desperdiciando el sagrado y valioso tiempo que nos ha sido concedido, entreteniéndonos en cosas vanas. Vivamos ya el reino de los cielos en la tierra; hagamos realidad aquí esa dicha y plenitud perfectas. Recordemos siempre la dignidad de nuestra alma inmortal, el sentido de nuestra existencia: reconocer y aceptar nuestra esencia de Hijos de Dios y vivir como tales. Si somos conscientes de esa Verdad, nada nos robará la paz ni la alegría. Porque si muchas veces la vida se convierte en un campo de batalla y nos sentimos amenazados, indefensos, heridos, María es defensora y fortaleza, es sanadora y conciliadora. Nos enseña que la victoria definitiva pasa por aceptar y amar la voluntad de Dios. Y esa aceptación no es sumisión pasiva, sino el paso más digno y valiente que puede dar una criatura, el único, además, que lleva a la plenitud. Así lo expresa San Luis María Grignion de Montfort: "El espíritu de María es el espíritu de Dios, ya que Ella no se guió jamás por su propio espíritu, sino siempre por el espíritu divino, que de tal modo se hizo dueño de María, que vino a ser su propio espíritu. Qué dichosa es un alma cuando está del todo poseída y gobernada por el espíritu de María, que es un espíritu suave y fuerte, celoso y prudente, humilde e intrépido, puro y fecundo." 

           Ahora comprendo la respuesta de María, ese fiat eterno que abrió las puertas a un mundo nuevo. Pronunciemos esas palabras con el corazón abierto y disponible. Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.
             Hágase en mí tu luz, tu verdad, tu vida.
            Cúmplase en mí y hazme como Tú quieras que sea.
            Hazme como Tú.
            Hazme Tú. 

                                   O virtus sapientiae, Hildegard von Bingen

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