Evangelio según san Lucas 6,17.20-26
En aquel tiempo, bajó Jesús del monte
con los Doce y se paró en una llanura, con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de
Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los
pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis
hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque
reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os
insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del
hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será
grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de
vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los
que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla
bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos
profetas.»
El Sermón del Monte, Rudolf Yelin
Jesús
iba a convocar a los que consintieran, para que intentasen con Él la más grande
aventura que jamás se hubiera propuesto a los hombres: implantar sobre la
tierra el Reino de Dios.
Georges
Chevrot
Jesucristo es Camino, Verdad y Vida. Nada, de lo
verdadero que hay en otras enseñanzas o tradiciones, falta en el Camino de Jesucristo. En
el Sermón de la Montaña, Jesús nos presenta un itinerario de santidad que nos
introduce en el Reino de Dios. Porque la santidad no es un modo excepcional de
vivir, sino que es, o debería ser, la forma normal de ser cristianos. Si nos
dejamos transformar por el Evangelio, haremos realidad el Reino de Dios. Por
eso la pobreza de espíritu es la primera bienaventuranza y la esencia de
todas las demás: solo quien se desprende de sí mismo y se hace un ser
totalmente disponible es capaz de dejarse penetrar totalmente por el Reino de
Dios.
La pobreza de espíritu no tiene nada que ver con la
no posesión de bienes materiales. Un verdadero pobre de espíritu es la persona
que ha conquistado la humildad y el desapego; alguien que ya conoce dónde se
encuentran los verdaderos tesoros, los valora y los protege. www.viaamoris.blogspot.com
El corazón del ser humano reconoce esos tesoros que no consisten en ganar, lograr, coger, sino en soltar, dejar,
vaciar, abandonarse en Dios... Ya está todo dicho en el Sermón de la Montaña; las bienaventuranzas
explican dónde están la meta. Es fácil reconocer esta verdad
intelectualmente: que la finalidad de la vida es realizar el Reino y que los bienes del mundo son solo un medio. Sin embargo, no actuamos en
consecuencia, el corazón apegado y temeroso se resiste, es demasiado fuerte a
veces la inercia, el hábito de hallar placer o seguridad o control en lo inmediato. El trabajo
pasa entonces por crear, con fe, esperanza y amor, un nuevo hábito de hallar
alegría y plenitud en el Camino, Verdad y Vida que es Cristo.
El
auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a negarse a
sí mismo, a vencerse y transformarse, renunciando a lo que impide ser
discípulo, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino
Cristo que vive en mí" (Gálatas
2, 20).
Primero el Reino, que es Él, su amor
infinito que nos llena, nos transforma y nos salva. Primero el Reino, y lo demás
siempre vendrá por añadidura, porque todo lo bueno y necesario viene de Su
amor.
Sat Cit Ananda (Ser, Conciencia, Bienaventuranza), se dice en
sánscrito, uno de los idiomas más antiguos. Pero la
dicha a la que estamos llamados es más, infinitamente más de lo que se pueda
decir con palabras de cualquier idioma. Ni
ojo vio, ni oido oyó. Que venga a nosotros Su Reino, ahora, en este mundo
con el que cada vez nos identificamos menos cuando logramos vivir en Su Voluntad.
Casi nada de lo que los ojos ven y la mente piensa o
recuerda, nada de lo que el ser humano ambiciona es real,
porque no es duradero, sino una grandiosa proyección, con los días contados, la
representación de un mundo que ya pasa. Nada es real…, o acaso sí haya algo real en este
torbellino de sombras efímeras que juegan a ser reales. Es real la consciencia que hemos puesto y la luz que Cristo nos regala para completar
nuestra conciencia, tan limitada. Es real el amor recibido y ofrecido con
el corazón abierto, un amor que no es el sentimiento al que estamos habituados, sino un darse por completo, como Él. Es real esa luz de los momentos vividos en Él, fundidos en Su Querer, que es plenitud eterna, sumo Bien, momentos en los que
ponemos todo nuestro ser, y Dios quiera que se conviertan en Vida, fusión permanente con Él, porque entonces no los perderemos, y habrán ido aumentando
nuestro “oro espiritual” para la morada que Jesucristo nos ha preparado, tan
cerca de Él, que parecerá mentira haber podido estar siquiera un día siquiera
alejados de Su Presencia.
Vuele bajo, Facundo Cabral
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