Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 20 de octubre de 2018

Disponibles para el Reino


Evangelio según san Marcos 10, 35-45

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Les preguntó: “¿Qué queréis que haga por vosotros?” Contestaron: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” Contestaron: “Lo somos”. Jesús les dijo: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado”. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan”. Jesús, reuniéndolos, les dijo: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.

                                        Lavatorio de pies, Duccio di Buoninsegna


                      Entonces el hombre bueno llamó a Gawain, y le dijo:
-Mucho tiempo ha pasado desde que fuiste hecho caballero, y desde entonces nunca serviste a tu Creador; y ahora eres un árbol tan viejo que no hay en ti hoja ni fruto; así que piensa que rendirás a Nuestro Señor la pura corteza, ya que el demonio tiene las hojas y el fruto.

                                           La muerte de Arturo, sir Thomas Malory


Querer ser el primero o el mayor o el mejor situado en el Reino es una contradicción, es pretender trasladar la lógica de este mundo transitorio, de competencia y separación, a la realidad eterna. Es desviar la mirada, enfocarla y enfocarse en los méritos del mundo, que son al final, como cantaba Machado, para el polvo y para viento. Santiago y Juan ven las cosas aún como el mundo, no como Dios, como le dijo Jesús a Pedro en otra ocasión (Mateo 16, 23). Porque el más grande, el único grande, vino a servir. La lógica del mundo: triunfar, acumular, asegurar, dominar, controlar, es muy diferente a la lógica de Jesús: compartir, amar, ayudar, perdonar…; en definitiva: servir y dar la vida.

Cuando nos damos cuenta de que la ambición, la vanidad y el egoísmo nos atan a lo perecedero, empezamos a comprender la lógica del Reino y dejamos de perseguir zanahorias como burros atados a una noria.

Vemos hoy de nuevo la gran diferencia que existe entre nuestros pobres y débiles propósitos y el Propósito. El cáliz lo beberemos…, todos, cada uno según el designio divino. El puesto, ¿qué importa? Lo importante es amar, vivir de verdad, sirviendo, disponibles para ese Plan. Los sufíes nos recuerdan con versos vibrantes de belleza que lo importante es amar por amor, no amar por el premio. El que ama por el premio tiene premio en el nivel de la representación de este mundo que ya pasa, de su mérito personal, dividido, separado, ilusorio (persona en griego significa máscara). Y es tan pequeño nuestro mérito…, tan insignificante… El que ama por Amor reconoce que el mérito es del Amado y teniendo su premio en Amar, recibe todos los premios.

Somos notas en una sinfonía, instrumentos en una gran orquesta. ¿Qué nota eres? ¿Qué instrumento eres? Cuando lo descubres, te puedes centrar en interpretar tu parte, y la dicha es inmensa porque eres la nota, el instrumento, la sinfonía y el Compositor. Si los puestos están reservados, ¿de qué preocuparse? De nada, solo ocuparse en amar Lo Que Es.

En Mateo 20, 21, es Salomé, la madre de Santiago y Juan, los Zebedeos, los Hijos del Trueno, impulsivos y apasionados, la que pide a Jesús que siente a sus hijos a Su lado, derecha e izquierda, en el Reino. Sea quien sea quien hace esta petición inmadura e incoherente vemos reflejada nuestra incoherencia, porque ese mirar por el bien propio (un bien falso, basado en criterios del mundo), es a menudo nuestro afán y  nuestra queja. Vivimos condicionados por la comparación; seguimos “a lo nuestro”. Pero el Primero se puso el último; qué contraste entre nuestro corazón y el del Jesús, que ama y sirve sin medida.

Cuando empezamos a pensar y sentir con Jesús, fundidos en Su Voluntad,  descubrimos que no hay puestos que asegurarse, ni vacíos que llenar, porque estar disponible, servir y hacer lo que hay que hacer en cada momento ya llena los vacíos y ofrece una seguridad que no tiene nada que ver con la del mundo. www.viaamoris.blogspot.com

Acostumbrémonos a “negarnos a nosotros mismos”, que es renunciar al reconocimiento y los privilegios, para servir, ocuparnos de la necesidad del instante, unidos a Jesús, que vivió nuestra vida para que vivamos la Suya. Libres, serenos, sin vivir en el sueño del pasado o el futuro, siempre irreales.

Porque solemos vivir distraídos e identificados constantemente por todo y por todos los que nos rodean. Cuántas veces en un día vacilamos, dudamos, nos perdemos en disyuntivas inútiles, proyectando posibilidades y futuros ilusorios, reaccionando ante lo que los demás dicen y hacen, o incluso ante lo que no dicen y lo que no hacen.

El antídoto para esta locura que nos consume es siempre el mismo: mirar a Jesús, atentos a Él en nosotros y a nosotros en Él. Si le miramos a Él, atentos, disponibles,  aprenderemos humildad, servicio, olvido de sí, recuerdo de Sí, amor verdadero.

Y como tantas veces en la enseñanza de Jesús, la paradoja nos abre nuevas perspectivas de comprensión. Servir, ser esclavo por amor nos da la libertad del que se sabe nada y por eso está preparado para ser todo. El que confía en sus propias fuerzas, limitadas y volubles, sirve a su amor propio, este ídolo que se ha fabricado él mismo. Pero el que descubre que por sí mismo no puede nada ni sabe nada, busca su apoyo en Aquel que puede todo, sabe todo, Es todo y allí encuentra la razón de su esperanza, su confianza, su alegría. 

Y ya no se trata de mejor o peor, primero o último…, se trata de ser por Cristo, con Él y en Él. Más allá de la mente y sus límites, en el Reino, que está dentro de cada uno, donde todo es amor y por eso no hay que medir los méritos. Es la actitud que el Maestro nos ha enseñado: poner todo en manos del Padre y recibir de Él cada día la vida nueva con su riqueza y plenitud, con sus infinitos dones.

Aprendamos a vivir sin calcular ni competir, soltando, entregando todo lo que no somos y recibiendo, acogiendo lo que somos realmente y habíamos olvidado. Es también la actitud que nos permite parar, dejar de afanarnos, de controlar y asegurar. Porque vivir sirviendo, disponibles, de pie, como peregrinos, las sandalias puestas, la cintura ceñida, listos para lo que se presente, no consiste en no hacer nada, sino soltar la actitud del “tengo que”, “debo de”, esos afanes que a Marta le impedían escoger la mejor parte.

Cuando soltamos los afanes que nos dispersan y estamos disponibles para lo Real, descubrimos que no hay que proyectar o perseguir futuros ilusorios porque todo Es ahora, el Reino es ahora y estamos en él, cada uno en su puesto, el que nos fue asignado desde siempre.

                                                   El vanidoso, de El Principito


EL PRINCIPITO. A. DE SAINT- EXUPÉRY. CAP XI

El segundo planeta estaba habitado por un vanidoso:
-¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a visitarme! -Gritó el vanidoso al divisar a lo lejos al principito.
Para los vanidosos todos los demás hombres son admiradores.
-¡Buenos días! -dijo el principito-. ¡Qué sombrero tan raro tiene!
-Es para saludar a los que me aclaman -respondió el vanidoso. Desgraciadamente nunca pasa nadie por aquí.
-¿Ah, sí? -preguntó sin comprender el principito.
-Golpea tus manos una contra otra -le pidió el vanidoso.
El principito aplaudió y el vanidoso le saludó, levantando el sombrero.
"Esto parece más divertido que la visita al rey", se dijo para sí el principito, que continuó aplaudiendo mientras el vanidoso volvía a saludarle quitándose el sombrero.
A los cinco minutos el principito se cansó con la monotonía de aquel juego.
-¿Qué hay que hacer para que el sombrero se caiga? -preguntó el principito.
Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos solo oyen las alabanzas.
-¿Tú me admiras mucho, verdad? -preguntó el vanidoso al principito.
-¿Qué significa admirar?
-Admirar significa reconocer que yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta.
-¡Si tú estás solo en tu planeta!
-¡Hazme ese favor, admírame de todas maneras!
-¡Bueno! Te admiro -dijo el principito encogiéndose de hombros-, pero ¿para qué te sirve?
Y el principito se marchó.
"Decididamente, las personas mayores son muy extrañas", se decía para sí el principito durante su viaje.
                                                                     ***

El Principito no necesitaba despertar de un cuento de hadas ilusorio para vivir de verdad. Nosotros sí, porque perdemos la vida con proyecciones, imaginaciones, vanidad de vanidades, que decía Qohelet… Despertamos para vivir conectados con Aquel que nos creó, nos redimió y nos santifica si aceptamos Su obra en nuestras vidas. Confiamos en Él y Le entregamos lo que no somos para que lo transforme en la mejor versión de nosotros mismos, la que Él soñó antes de todos los tiempos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario