Evangelio de Marcos 1, 21-28
Llegó Jesús a
Cafarnaúm, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se
quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino
con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un
espíritu inmundo, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús
Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús
lo increpó: “Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un
grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es esto? Este
enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo
obedecen”. Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la
comarca entera de Galilea.
La tentación de Cristo en la montaña, Duccio di Buoninsegna
Alma
noble, noble criatura, ¿por qué buscas fuera de ti lo que está en ti todo
entero y del modo más verdadero y manifiesto.
San Agustín
Los
grandes pecadores tienen un camino más corto hacia Dios.
Dostoievski
Allí donde no habitas tú con tu ipseidad
y tu voluntad propia, allí habitan los ángeles contigo y por todas partes. Y
allí donde habitas con tu ipseidad y tu voluntad propia, ahí es donde habitan
los demonios contigo y por todas partes.
J. Boehme,
Hay
una elección fundamental en la vida de cada ser humano. Innumerables veces a lo
largo de nuestra existencia temporal, hemos de escoger entre el falso poder de los
usurpadores y la autoridad que viene de lo alto, de conectar con el Ser, la
Esencia Original, inmutable y eterna.
Si
elegimos el Ser, elegimos a Cristo. Y, con Él, Uno con el Padre, salimos de la
mentira de lo que creemos que somos, para entrar en la Verdad, lo que Somos
realmente. Es el Camino de retorno a Casa, la fuente de la verdadera autoridad.
Usurpador
o Esencia original, poder engañoso del mundo o autoridad de lo alto, miedo o
amor… Es siempre la misma elección. El miedo es una fantasía nacida de la
ignorancia, una ilusión sombría que nos impide recordar que somos amor. Miedo y
deseo, dos notas falsas que entonan la melodía desafinada de nuestra vida,
hasta que descubrimos nuestra verdadera nota, limpia, clara, y la ponemos al
servicio de la sinfonía de la Vida. Es hora de invertir valores y poner nuestra
confianza y seguridad en Dios, el único apoyo firme, el único verdadero.
Realicemos el Reino en la tierra, para vivir ya como hijos de Dios, los seres
infinitos y eternos que somos.
No somos del mundo, aunque estemos en el mundo; no somos del
César, sino de Dios. Nuestro "lugar" no está aquí abajo, en estos
planos inferiores, limitados, horizontales, sino arriba, en lo alto y profundo,
en lo interior. Vivamos en vertical, demos a Dios lo que es de Dios: nosotros
mismos, que somos imagen Suya, nuestra esencia original. Solo así alcanzaremos
la semejanza perdida, aprenderemos a hablar como Jesús, con autoridad, con
palabras de Vida.
Virtuales o reales… Hablar como los
hombres o hablar como el Hombre… Se trata, al fin y al cabo, de escoger si
queremos vivir para lo ilusorio y efímero, o para lo esencial, lo verdadero. En
el mundo estamos muchas veces, por no decir casi siempre, dormidos, alienados,
a merced de la inercia y las vanidades. Nos encadenamos voluntariamente a lo
material, lo transitorio, y perdemos de vista lo que vale de veras, lo eterno.
Buscamos necesidades absurdas porque hemos creado una escala de valores
diabólica que nos impide vivir como los hijos de la luz que estamos llamados a
ser. Si fuéramos valientes y nos observáramos con sinceridad, veríamos cuántas
veces escogemos las sombras y servir a los falsos señores de la mentira y la
muerte (siempre el mismo falso señor, con diferentes máscaras). Traicionamos
nuestro destino y nuestra verdad interior, y luego nos engañamos a nosotros
mismos para poder soportar esa traición que nos condena. Porque es uno mismo el que
escoge ser de los elegidos, y es uno mismo también el que se condena. He ahí el doble
filo del maravilloso libre albedrío con el que el Señor nos hizo las criaturas
más dignas.
La
carencia, como sostuvo y demostró Montaigne, hace pensar, estimula. La
sobreabundancia, en cambio, anestesia, mutila, abotarga. Así andamos todos, quien
más y quien menos, como autómatas que arrastran un cargamento de fruslerías,
encadenados a una inercia letal que nos incita a acumular y nos impide ver que
todo ese esfuerzo, todo ese afán es para el polvo y para el viento.
Recibo
autoridad de lo alto cuando abandono conflicto y dispersión, me referencio al
Ser y conecto con la fuerza, la sabiduría, la autoridad de lo Real.
(www.viaamoris.blogspot.com)
(www.viaamoris.blogspot.com)
Si hay algún
aspecto del Nuevo Testamento en el que se pueda decir que Jesús se presenta
como una persona eminentemente práctica, es precisamente como exorcista. No hay
nada manso y humilde, no hay nada ni siquiera místico –en el sentido que
ordinariamente utilizamos este término– en el tono de voz que dice: “Queda en
paz y sal de él.” Es mucho más parecido al tono de un domador de leones o de un
resuelto doctor tratando con un maniaco homicida.
Chesterton