Evangelio de Juan 18, 33b-37
En aquel tiempo, preguntó Pilato a
Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó:
"¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" Pilato
replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han
entregado a mí, ¿qué has hecho?" Jesús le contestó: "Mi reino no es
de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para
que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí." Pilato
le dijo: "Entonces, ¿tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo
dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser
testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz."
Imagen de La Pasión de Cristo, Mel Gibson
Pilato
preguntó a nuestro Señor Jesucristo qué era la verdad y él calló. Y es que se
puede decir qué es la verdad en tan escasa medida como se puede decir qué es
Dios. Dios es la verdad; verdad y pureza y sencillez son una y la misma cosa.
J.
Tauler
Jesucristo,
Rey del Universo Amor de los amores, Luz del mundo… Rey de los universos
originales que reina también aquí, en el mundo, lo virtual, desde el trono
invisible del Sagrario. Eucaristía, lo más real que podemos concebir en la
tierra, lo más adorable, el más absoluto anonadamiento por amor. Inconcebible
para la mente, lo sabe el corazón y lo comprenderemos cuando atravesemos
definitivamente el velo que nos separa de lo que ni ojo vio ni oído oyó.
San
Francisco de Borja cuando tuvo que reconocer el cadáver descompuesto de la
emperatriz Isabel, su bella y amada señora, pronunció las célebres palabras: nunca más servir a señor que se me pueda
morir. San Francisco de Borja, al comprender, o despertar, lo dejó todo,
eligió servir al único Señor, el que no muere, el Único.
Jesucristo,
Rey del Universo. Así culmina el año litúrgico, con el infinito vertical que
culmina, salva, restaura. Celebremos al Rey mirándole, sintiéndole, uniéndonos
a Él en la Eucaristía, Su Presencia Real en el mundo. Es lo más adorable, mucho
más adorable de lo que las imágenes con cetro y corona con que representan al
Cristo triunfal de la Parusía, porque aquí, ahora, en este vértice del tiempo
que conecta con la eternidad, se ha hecho Nada por amor y, desde esa Nada, nos
acompaña e inspira, nos anonada y nos plenifica a la vez. Vivo sin vivir en mí..., muero porque no muero… Qué otra forma de
expresar la Verdad que la paradoja, cuando nuestro lenguaje, tan limitado,
pretende expresar lo Inefable… Paradoja, torsión que deshace la distorsión para
que volvamos a Sión, donde el Rey, el Real, la Realeza–Verdad nos espera sin
esperar, nos acoge soltándonos, nos recibe recreándonos en el Universo Original
del que nunca nos fuimos.
La pregunta y la respuesta se encuentran, pero Pilato no lo ve. Si lo
viera, solo con verlo, sería él también pregunta y respuesta unidas. Por eso
Santa Teresa nos exhorta: no os pido más que Le miréis. Que Él es
primogénito significa que somos Hijos también. Pregunta y respuesta unidas en
cada hombre que se da cuenta y atraviesa el ojo de aguja, liberándose del
tiempo, conectando con los Universos Originales que están en un instante,
porque nuestro reino no es de este mundo pero está en este mundo si
desaparecemos y a la vez nos realizamos, una y otra vez, en al único punto de
este plano que no le pertenece al plano virtual, sino al eje del ser.
Hace unos meses volví a verlo de un modo nuevo que ya no olvido.
Conversando con un sacerdote, de esos que se van pareciendo tanto al Rey, que
se transfiguran y casi desaparecen. Me recordó que el camino pasa por no mirarse a uno mismo sino mirar a Cristo porque, si uno
es tibio, Él es fiel, si uno es débil, Él es fuerte, si uno es mezquino, Él es
generoso, si uno es falso, Él es verdadero. Ese día emprendí mi más querido
proyecto, tal vez mi único proyecto ya: desaparecer para ser.
Bendito sacerdote, bendito día, desde el que solo está Él, y el eco cada vez más débil y el rastro cada vez más tenue de un fantasma que a veces, asustado, intenta aparecerse. Entonces, vuelvo a enfocarme, vuelvo a mirarle, vuelvo a desaparecer, para unirme con el Rey que nos mira desde su trono invisible.
Bendito sacerdote, bendito día, desde el que solo está Él, y el eco cada vez más débil y el rastro cada vez más tenue de un fantasma que a veces, asustado, intenta aparecerse. Entonces, vuelvo a enfocarme, vuelvo a mirarle, vuelvo a desaparecer, para unirme con el Rey que nos mira desde su trono invisible.
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