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sábado, 17 de octubre de 2015

¿Ser el mejor o Ser?



Releyendo Día de maravillas, que pronto estará disponible en los dos blogs, veo cómo Shackleton, no el que el mundo conoce, sino el que me ha acompañado durante ocho años de viaje por el desierto de hielo, había descubierto el Propósito y había aprendido a servir para ser, y para vivir de verdad. Porque ser grande es ser y servir. Ser vir, ser un hombre ( y una mujer, un ser humano) verdadero.
 
Transcribo a continuación las impresiones de Macklin, su medico, compañero y amigo hasta el final, cuando leyó el cuaderno en el que Shackleton fue anotando este aprendizaje hacia el centro de sí mismo y, a continuación, algunas de esas notas, que son mojones en el Camino de regreso a casa.
 
                                                                    ***

Macklin - Pocas horas después del fallecimiento del jefe, me puse a ordenar sus efectos personales para enviárselos a su viuda. Encontré el viejo diario de la Expedición Transantártica y, en otro cajón, como si no hubiera querido mezclar lo reflexivo con lo cronológico, un cuaderno de notas, cuyo contenido me asombró vivamente. En la primera página había escrito una sola palabra con signo de interrogación: Endurance? (¿Resistencia?) El resto de las páginas, hasta llenar completamente el cuaderno, era una sucesión de párrafos sin fecha, en aparente caos, con una palabra al inicio o a la derecha. Decidí transcribirlos, agrupándolos por los temas que esas palabras enigmáticas parecían proponer, porque pensé que estas reflexiones, a veces poéticas, a veces tan crípticas, podrían ser útiles para muchos.

Según iba dejando de escribir en el diario, fue volcándose en el cuaderno. Notas sueltas con un fondo común, reflexiones donde el viejo Shackleton estaba dando paso a un nuevo Shackleton, con una energía nueva y una nueva forma de mirar, sentir, pensar y escribir.

Algunos de estos fragmentos seguían un cierto orden. Se diría que los hubiera estado escribiendo según iban teniendo lugar los acontecimientos. Otros me sorprendieron; eran fogonazos de lucidez, relámpagos de asombro, y, a pesar de sucederse a lo largo del cuaderno, parecían redactados desde lo atemporal, como si el que los escribió hubiera visto toda la aventura desde arriba, simultáneamente, en un lugar, o mejor, en un no lugar que permitía encontrar el sentido de cada episodio, y también de cada pensamiento y cada sentimiento de todos los que viajamos por el desierto de hielo y descubrimos ese día de maravillas así lo llamó Hurley que aún no ha acabado. Si no fuera porque conozco la caligrafía inconfundible del jefe, creería que fueron escritos por alguien capaz de penetrar en las conciencias de todos o de conectar con una conciencia superior, donde se integraran las conciencias individuales de veintiocho hombres unidos por la adversidad y por la aventura, que acabó convirtiéndose en ventura.


 

¿SER EL MEJOR O SER?

Fama, dinero, prestigio, reconocimiento oficial, distinciones..., chispazos efímeros; en el mejor de los casos, reflejo tenue de algo mucho más sustancial y duradero, algo que conecta con esa parte del ser humano que está llamada a trascender la muerte y adentrarse en los caminos de verdad y belleza por donde caminan los seres libres.

Cómo deseé el triunfo, con qué vehemencia acaricié su posibilidad. Hubiera dado tanto por triunfar... Imaginaba lo que dirían mis amigos y conocidos. Llegué a fantasear con lo que pensarían y sentirían acerca de mí completos desconocidos, mujeres la mayoría. Sentirían una atracción irresistible por el valeroso aventurero que alcanzó la gloria. Pero no triunfé, en nada; para el mundo nunca alcancé ni una sola de las metas que me propuse. Y ahora da lo mismo. ¿Cuándo logré liberarme de la opinión ajena, de esa necesidad de honores y aceptación que me consumía? ¿Cuándo empecé a dar importancia a lo esencial y a soltar esas bagatelas que alimentan a los parásitos de la vanidad?

No soy mejor si llego al Polo Sur o recorro la Antártida, y no soy peor si nunca lo consigo. Si el esfuerzo ha sido generoso y consciente, uno “es” de verdad, y está por encima de victorias y derrotas.  Vencedor y vencido, todo a la vez, sublimado hasta el infinito, un verdadero ser humano, completo y esencial, que ya no necesita recibir honores porque se ha ganado el respeto y la consideración del universo. Todo lo demás es eco, innecesario al fin.

Mi ego vanidoso e ingenuo se debatía en un mar de decisiones y alternativas posibles: intentar llegar el primero al Polo Sur, recorrer la Antártida... Con los años, el sufrimiento y los silencios, el abanico de opciones se fue reduciendo hasta desaparecer. Al final la opción es siempre única: hacer lo necesario según el momento.

Recuerdo aquellas palabras repetidas,  pensadas,  sentidas tantas veces:  el Señor es mi pastor nada me falta... Sé que son ciertas y todos los miedos, los deseos, las dudas y las ambiciones de una vida o mil vidas desaparecen como humo que el viento borra.

Porque no era yo el que buscaba ser admirado; era un Shackleton falso, superficial, inmaduro. Existía otro Shackleton, asfixiado por el engreído y avasallador; un Shackleton sutil y lúcido, cuya voz era aún tan débil que la tapaban los ruidos y el estruendo del otro, a primera vista eficaz, torpe y ciego en el fondo. Un Shackleton destinado a vivir para siempre, que debía liberarse del yugo de aquel otro camuflado por una actividad desenfrenada, una avidez inquieta y vehemente, que expresaba la certeza de su mortalidad. Existía, existe un Shackleton llamado a la gloria, pero no a la gloria del mundo, no a la gloria de los hombres–títeres; un Shackleton destinado a la gloria del hombre sin nombre ni rostro, sin biografía ni medallas, sin aplausos ni reseñas en el Daily Chronicle.

Ya no importa quién he sido o he aparentado ser en esta dimensión de límites y nombres; lo que importa es el hombre que decidió volver, el que soltó lo que no era y, en el desierto de hielo, emprendió el camino de regreso.


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SERVIR PARA SER

Al principio, todas las decisiones venían de esa vanidad juvenil que me hacía creer superior y sentir la necesidad de demostrarlo. Pero nadie es superior a nadie. Un hombre debe aspirar a ser, y el camino más rápido para ser es servir, ser útil a los demás, que es ser útil a uno mismo, porque todos estamos unidos. Las circunstancias hicieron que esta verdad se grabara en mí con la fuerza de lo inolvidable.

Toda la vida esforzándote por ser una buena persona, y ahora descubres que no era necesario, que cuando sirves, cuando te entregas, cuando agradeces desde el corazón abierto, no hace falta esfuerzo, ni siquiera hace falta proponérselo. Es tan natural como respirar, como sonreír, como navegar. Toda la vida esforzándote por ser amable y ahora descubres que el camino más directo para ser amable es amar.  Qué sencillo luego poner el interés del otro por delante del propio interés, porque el mejor modo para llegar a ser alguien atento es doblar la atención, atender dentro y fuera de uno, al mismo tiempo.

Detrás de todos mis proyectos se escondía el único proyecto valioso: ser libre de la mentira, que es ser libre de la separación, siendo dueño de mí mismo. El esfuerzo fue más evidente al principio, mucho más sutil, casi imperceptible para cualquiera, al final. Ahora sé que para ser dueño de uno mismo hay que vencerse y entregarse; morir para renacer. Y también sé que solo hay que ser dueño de uno mismo en la medida en que eso te permite seguir dándote; ser amo para servir. Y es que la meta no es ser dueño de sí, ese es el paso previo para la verdadera meta: darse para recuperarse; y no puede darse quien no se posee. Quien pierda su vida, la ganará; cuánto he tenido que vivir, perder, soltar para comprenderlo…
 

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