Ulises, a quien los marineros habían transportado
mientras dormía, se despertó en un país desconocido, mientras deseaba llegar a
Ítaca, con un deseo que le rasgaba el alma. De pronto, Atenea le abrió los ojos
y se dio cuenta de que estaba en Ítaca. De igual forma, todo hombre que desea
infatigablemente su patria, que no está distraído en su deseo ni por Calypso ni
por las sirenas, percibe de pronto un día que se encuentra en ella.
Simone
Weil
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¿De qué entrañas sale el hielo?
¿Quién da a luz la escarcha del cielo,
cuando el agua se endurece como piedra
y aprisiona la faz del abismo?
Libro de Job 38, 29-30
Tal vez estás cansado, aburrido de
repetir una y otra vez las mismas experiencias, como algunos tantas veces, como todos al final. Por
eso voy a presentarte a un viejo conocido que olvidé durante años y un día vino
a pedirme que reanudáramos nuestra amistad y volviéramos a ser un buen equipo
en este confín del universo que nos parece tan importante, y es solo una ínfima
parte de los universos posibles. Me pidió que dejara a un lado cansancio y
comodidades, rutinas y condicionamientos, y me embarcara con él en una aventura
apasionante, más memorable y trascendente que cualquiera de las que vivió
Ernest Shackleton. Pues no era Shackleton el que vino a buscarme; o sí era
Shackleton, después de haber dejado de ser Shackleton. Acompáñanos y
entenderás.
Cuando conocí la aventura del
Endurance, supe que debía escribir sobre aquellos exploradores valientes y
esforzados. No me frenó saber que muchos lo habían hecho ya; una mirada o mil
miradas, una vida que tal vez nadie había podido captar en su más profunda
dimensión. Y descubrí que podía viajar con mi espíritu a aquellos momentos y
lugares cuya belleza y verdad me llamaban. Podía dialogar con ellos y también
escuchar sus silencios, sublimados en el desierto de hielo, la voz de su alma
inmortal. Puedo, podemos conectar con su esencia en aquellos momentos de
intemperie y solidaridad, en los que un grupo de hombres supo dar lo mejor de
sí mismos.
Hace tiempo escuché a un hombre
sabio y sencillo hablar del fracaso como la medida del ser humano, el agua
hirviendo que nos dice de qué es la infusión. Puso el ejemplo de Shackleton y
dijo, con intensidad serena, que es el aventurero más conocido porque, a pesar
de que no logró ninguno de los objetivos que se había propuesto, consiguió
mantener el ánimo de sus hombres en condiciones límite y que todos volvieran
sanos y salvos. No sé si fue el tono de quien hablaba, o que el eco de ese
nombre, fuerte y viril, Ernest Shackleton, resonaba en algún rincón de mi
memoria, pero estuve varios días pensando en él, buscando cualquier libro o
referencia que tuviera que ver con aquellos tiempos de aventura y sacrificio.
Descubrí a un hombre audaz, generoso y enigmático, y supe que detrás había
mucho más que esa inabarcable cantidad de datos, más de lo que nadie, ni
su familia ni sus compañeros, tal vez ni él mismo, pudieran
imaginar. Y me pareció un buen reto, a la altura de los que él se planteó,
buscar las huellas de Shackleton en esos planos atemporales con los que a veces
tenemos la gracia de conectar, para intentar conocer lo que fue y lo que llegó
a ser.
Ahora sé que solo lo verdadero
merece la pena ser relatado. Aunque no conocí personalmente a Ernest Shackleton
–mejor, quizá, si consideramos que persona en griego quiere decir máscara–,
aunque nadie me haya contado nada de lo que vivió el hombre que está más allá
de lo que nos muestran los sentidos, todo lo que cuento es verdadero. No quiero
decir que haya sucedido en las dimensiones que todos conocemos, quiero decir
que es verdadero, y por eso merece ser contado.
Nunca fue mi meta la verosimilitud
(vero–simil), sino la veracidad. Me interesa la verdad, no un símil de
verdad. Me mueve esa verdad discreta y esencial que muchas veces está más allá
de lo que sucede o parece que sucede. Kairós
demostrando la impotencia de Cronos, su falso poder, desvelando que hay varias personas en cada ser
humano; yo, tú, él, uno…, siempre el mismo.
No es la crónica de lo que hizo el
que la gente conoce como Shackleton, sino el relato de lo que dejó de ser y lo
que llegó a ser, lo que logró después de dejar de ser solo Ernest Shackleton,
que es lo que podemos lograr nosotros cuando dejemos de ser solo lo que hemos
creído y nos han hecho creer que somos.
¿Qué somos en realidad? ¿Qué perdura?
Si, como intuyo, perdura lo consciente, dejadme volver a conectar mi alma con
el alma de Shackleton. A fin de cuentas, él me ha buscado a través de océanos
de tiempo para demostrarme de nuevo que el tiempo es relativo. Él ha querido
contarme aquel viaje en el que ya estaba contenido el segundo, el que nadie ha
contado, el verdadero viaje.
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Muchos
saben que Shackleton fue un explorador angloirlandés que se propuso ser el
primero en llegar al Polo Sur y fracasó. Años después, se propuso atravesar la Antártida de extremo a
extremo y también fracasó porque su barco, el Endurance, que significa Resistencia, se quedó aprisionado en el
hielo y acabó hundiéndose, dejando a veintiocho hombres en la más cruda
intemperie durante casi dos años. Son
muchos también los que se dan cuenta en seguida de que su fracaso fue aparente,
porque, aunque no logró ni uno solo de sus objetivos iniciales, salvó a todos
sus hombres y logró mantener el espíritu de unidad en las condiciones más
adversas.
Son pocos, en cambio, los que
conocen los verdaderos logros de Shackleton. ¿Los conoce alguien? Esta es la
historia de una vida extraordinaria, de la que solo han recogido algunos datos,
los más evidentes, los menos importantes, sus cronistas. Apenas las fotos de
Hurley captan en su mirada una luz especial, que es reflejo de lo que aquí se
va a narrar. O a apuntar, porque es el lector quien tiene que volver a
escribirlo en el cielo, en el mar, en el aire o en su corazón, el único lugar
donde la tinta es indeleble. La gente “se sabe” muchos datos y anécdotas del
hombre que respondía al nombre de Ernest Henry Shackleton, pero acaso nadie
conoce al que quiso dejar de ser Shackleton para ser nada, y, entonces, fue
todo.
Imaginé,
traté de concebir lo que Shackleton vivió en su interior para que hiciera lo
que hizo, lograra lo que logró y muriera como murió. Leí todo lo que encontré
sobre aquellos tiempos de aventura y sacrificio, investigué, estudié los
detalles más insignificantes. ¿Qué escribieron? ¿Cuánto sufrieron? ¿Qué comían?
Necesitaba más. ¿En qué cambiaron? ¿Cómo se adaptaron, años después, a la vida en la
“civilización”? ¿Cómo y cuándo murió cada uno de ellos? Pero seguía necesitando
más, en calidad y hondura, no en cantidad. Y lo que necesitaba no me lo podía
contar ningún libro o película, ni siquiera las fotos de Hurley, ni siquiera
los diarios de los protagonistas o los testimonios de sus descendientes.
Necesitaba saber qué pensaban y sentían en lo más profundo, lo que ni siquiera
lograron expresar.
¿Quién
fue Shackleton? ¿Quién pudo haber sido? ¿Qué Shackleton posible o imaginado es
capaz de vivir lo que queremos conocer? ¿Quiénes fueron Wild, Hurley, Crean,
Worsley, McNish…?
Shackleton
eres tú y soy yo, si así lo decidimos. Somos Shackleton, Orde-Lees, Wordie,
How, James, Rickinson…, todos y cada uno de los miembros de la tripulación del
Endurance. Podemos contemplar cómo se hunde un barco y arriesgar la vida por
salvar las de nuestros compañeros. Solo tenemos que evocar esas escenas y
situarnos en la dimensión atemporal en la que sigue sucediendo.
He querido escribir lo que está más allá
y por detrás de la historia, lo que quedará en los archivos de Kairós cuando
nuestros nietos hayan desaparecido. Porque hay un mundo más rico y profundo que
trasciende la realidad que vemos, apenas un fragmento de la realidad.
Ellos podían inspirarme y guiarme; los
busqué en los momentos de atención y vigilia que fueron capaces de rescatar del
tiempo y de la muerte. Allí estaban, esperándome para que contara su verdadera
victoria, para que sus esfuerzos y sufrimientos dieran de nuevo ciento por uno.
Pensé en ellos, conecté con ellos en aquellos lugares y aquellos momentos.
Pensé en ellos..., fui ellos. Y supe que hay quienes necesitan atravesar
situaciones límite para despertar, entrar en contacto con su propia esencia y
descubrir que lo que muestran los sentidos es una mínima parte de lo real, que
hay infinitos mundos, infinitas dimensiones del universo y de nosotros que aún
no conocemos. Esa es la verdadera aventura, el verdadero reto.
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Este
es el relato de alguien que, cuando se dio cuenta de que iba en dirección
equivocada, dio la vuelta y transformó una huida de sí en un encuentro
consigo mismo. Estas páginas hablan de ese giro, de ese gesto o media vuelta
que le permitió escoger el rumbo necesario
y regresar. ¿Por qué he sentido la necesidad de contarlo? Porque yo
también quiero volver, di la vuelta y estoy como él, como ellos, regresando. Os
dirán que ellos iban, que llegaron lejos. Yo sé que volvían, casi desde el
principio estaban ya volviendo.
He buscado el latido esencial de una
vida que no es la que nos cuentan las enciclopedias, sino un encuentro con lo
sagrado. Y lo sagrado puede ser tan sencillo y pequeño como unos tornillos,
clavados con atención y generosidad en la suela de unas botas para que un
compañero no resbale, o tan inusual como dos hombres bailando un vals sobre el
hielo.
Raymond Priestley, que navegó a las
órdenes de los tres grandes exploradores polares, escribió: “Para el liderazgo
científico, dadme a Scott; para un viaje raudo y eficiente, a Amundsen; pero,
cuando os halléis en una situación desesperada, cuando no veáis salida,
arrodillaos y rezad para que venga Shackleton.”
Yo
estaba en un momento complicado, por primera vez me encontraba sin salida.
Recé, volví a rezar como hacía años que no rezaba, y Shackleton, el experto en
situaciones imposibles, vino en mi ayuda; pero no vino solo.
Si
quieres precisión, Scott; si quieres eficacia, Amundsen; si quieres que lo
imposible llegue a ser posible, reza, despierta para que venga Shackleton. Si
quieres ciencia, Scott, si quieres rapidez, Amundsen, si quieres poesía y
alegría en el esfuerzo, unidad y confianza, escucha, mira, evoca, sé Shackleton
y cada uno de sus hombres.
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