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sábado, 25 de enero de 2025

Año de Gracia para la Vida

 

Evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Excelentísimo Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».


 

Cuelgo un post que escribí hace años, que sigue siendo actual porque el ser humano no cambia, solo se transforma cuando se pone en manos del Alfarero sin miedo ni deseo, sin nada que perder y Todo por ganar.
                                                                                  
                                                                          La ley estaba preñada de Cristo.
                                                                                                     San Agustín
Cuando me enteré de que David Bowie había muerto, me dije: tengo que hacer un paréntesis en los comentarios del Evangelio y escribir sobre él… El blog Días de gracia puede así volver a sus raíces: cultura, música, arte… Cómo no escribir, continué diciéndome, sobre alguien que me influyó tanto de joven... Enseguida me di cuenta de que, si no veía el trasfondo de estos pensamientos ilusorios, sería un ego escribiendo sobre otro ego… Porque así me vi en mi reflexión: cómo voy a disfrutar con este post, recordando su música, su arte, esa sonrisa de dientes descolocados que tanto me gustaba… Días de gracia volverá a ser un blog de arte.
 
Quería hacer un paréntesis en los comentarios al Evangelio, justo cuando se nos llama a anunciar el Evangelio, la libertad, la luz…, el año de gracia del Señor. Dejar la Palabra de Vida por palabras que el viento se lleva, por el arte subjetivo y efímero...
 
Qué ingenua, Eugenia, qué ingenua… ¡No ves que ya es un blog sobre la Palabra y el Arte! Solo ahora es verdaderamente un blog de Escritura y Arte objetivo. Solo ahora vale la pena escribir en él porque habla del Arte verdadero, del único Artista… Como nos recordó don Roberto en una de sus últimas homilías: quien no recoge con Él, desparrama. Y ya he desparramado tanto… Recoger con Él, dedicarle lo poco que sé hacer: escribir, mirar, leer Su Palabra, compartir hallazgos en el camino de regreso a Casa.
 
Quería escribir sobre Bowie y sobre esos dieciocho meses de gracia que le fueron dados cuando conoció que tenía cáncer y los quiso dedicar a su obra… Y el Evangelio de hoy nos habla del Año de Gracia y de la Obra. Bowie tuvo año y medio para culminar su obra musical y despedirse, muchos de nosotros tenemos aún un largo tiempo de gracia. ¿Qué vamos hacer con él? ¿Desparramar o recoger?
 
Siento desde hace tiempo que hay que ir recogiendo, cerrando, culminando… Resolver, limpiar, dejar un buen testimonio de nuestro paso por la vida. Puede que siga por aquí un buen puñado de años, tres, doce, cuarenta.. (nada, en la inmensidad del universo, una brizna de existencia), pero tengo la certeza de que ya hay que ir recogiendo, que "se acaba el recreo".

A veces pienso en las huellas materiales que dejaría si me fuera hoy… Conflictos sin resolver, peso, lastre, líos… Otras veces pienso en mis libros inacabados; tantos escritos inéditos que debería tal vez ordenar, concluir, seleccionar y corregir para que no sea trabajo perdido… ¿Soltar, como Bowie, mis últimas canciones-páginas y destruir el resto?

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Miro los recortes de prensa que hablan sobre su muerte. Su última imagen: qué guapo aún, qué elegante, con ese paso al frente, aun sabiendo que se muere..., me dice la ingenua… Impostura en él, y en mí mirándole…, o, mejor dicho, postura, pose, gesto, pura virtualidad, como esas series de retratos con mínimas variantes que han aparecido en todos los periódicos. Con el rayo atravesando la cara, o con ademanes milimétricamente estudiados para conseguir un efecto. Tantas imágenes, su última imagen…
 
Y el pensamiento se me va a la imagen póstuma de otro hombre. Y qué hombre… La busco, la tengo en casa, enmarcada, siempre a la vista, para recordar cómo mira, cómo sonríe, cómo vive y cómo muere un hombre. Es Martín Martínez Pascual, un minuto antes de morir, fotografiado junto a los milicianos que le asesinaron, bendiciendo con la luz de sus ojos, demostrando que la muerte no existe para el que sabe vivir y morir.

 

Bowie necesitó 18 meses de esfuerzo para terminar una obra musical a los 69 años e irse. Martín Martínez Pascual apenas requirió un minuto ante unos verdugos ignorantes para culminar una Obra a los 26 años.
 ¿Qué quiero acabar yo? ¿Intento culminar una obra para el mundo, para seguir desparramando, o afronto de una vez la Obra que pocos emprenden y algunos acaban (muchos son los llamados y pocos los elegidos), y decido recoger con Él y solo con Él? Puede ser trabajo de años, recuerdo a Ana de Fanuel, a Simeón, a San Juan Evangelista, a tantos santos que llegaron a ancianos, o, como en el caso de Martín Martínez Pascual, o Dimas, el ladrón que “robó” el cielo con su humildad, pueda bastar una hora, un instante de gracia donde condonar tanta vida inútil, tanto desvarío, tanto desparrame como he ido acumulando. Ahora sé qué significa la palabra desparrame, des-parra-me, des-parra-mar. Que Dios me dé lucidez y tiempo de gracia, para comprender también y vivir lo que significa recoger, re-coger, re-coger con Él.
 
“Tan guapo y misterioso, Bowie…” ¿A quién le parece/parecía guapo? Ahora veo que era guapo y misterioso en lo lineal, lo cronológico, lo virtual, en el mundo del que no somos…. Lo mismo que su música, buena música, extraordinaria, en el mundo, en lo lineal, lo virtual, una música que solo alcanza la verdadera Belleza en los raros momentos en los que, probablemente sin saberlo, reconocía su verdadera esencia, y ya no era lineal, cronológico, sino vertical, del que mira hacia arriba, del que busca en lo Alto su origen y su meta. Ni él sería consciente de estar dando rienda suelta a su anhelo de infinito. O acaso sí, acaso alguna vez lo fue a pesar de la pose, como en su estudiado Padrenuestro por su amigo Freddie Mercury. Porque lo primero que hice cuando supe que Bowie había muerto fue, como siempre que conozco la muerte de alguien, rezar un Padrenuestro, y le recordé arrodillado en el Estadio de Wembley.
 


                 
Mírame, estoy en el cielo, dice en Lazarus, una de sus últimas canciones… Ya te miro, David Jones. Te miro y te Veo, y tú te Ves por primera vez, libre de mechas y maquillaje, de poses y artificio, de gestos estudiados, ahora te ves a ti mismo, a cara y corazón descubierto; ahora lo comprendes todo. Qué pequeña te debe parecer tu obra a la luz de la eternidad, que insignificante tu vida, tu historia, como todas nuestras obras, vidas e historias, ante la perspectiva de la eternidad…

David Jones ha muerto, viva David Bowie -me decía yo hace unos días- un post de música y arte, claro… Sé tanto sobre él…, me sé sus canciones, sus películas, su historia…, esto “me lo sé bien”…
 
Y lo Otro, ¿me lo sé? ¿Me sé lo Otro, lo Único?
 
Demostrar que me lo sé… Cuánto hay en el arte con minúsculas y en la vida con minúsculas de eso, de “sabérselo” y demostrarlo. ¿Qué me sé? ¿Quién se lo sabe? Nadie, nada…
 
Y recuerdo los versos de Gil de Biedma…
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde,
como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
 
Y vuelvo al Arte, a la Escritura, al año de gracia, al día de gracia que hoy, siempre es hoy, se nos concede… ¿Qué haremos? ¿Recoger o desparramar?

miro de nuevo esas dos últimas imágenes. La de Bowie y la de Martín, un modelo para los días de gracia que queden por vivir. El showman y el hombre. El hombre exterior, el virtual, el muerto, y el hombre interior, el real, el resucitado ya desde antes de morir. 
 

sábado, 18 de enero de 2025

Haced lo que Él os diga

 

Evangelio según san Juan 2, 1-12

A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino y la madre de Jesús le dice: “No les queda vino”. Jesús le dice: “Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora”. Su madre dice a los sirvientes: “Haced lo que él diga”. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: “Sacad ahora, y llevadlo al mayordomo”. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, porque habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora”. Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días 

                                           Las Bodas de Caná, Julius Schnorr von Carolsfeld

Este episodio es el primer signo de los siete que aparecen en el evangelio de San Juan. Y es la tercera de las tres manifestaciones de Jesús como Mesías que señala la liturgia. Manifestación que tendrá su plenitud en otra “hora”, la de su muerte y resurrección. Allí es donde entenderemos la brusquedad aparente de las palabras que Jesús dirige a su madre en Caná.     

Está claro que lo que aquí se nos relata tiene una significación mucho más profunda y de mayor alcance que la literal. Sucedió en los parámetros histórico-temporales, pero Jesucristo es Señor del Tiempo y maneja otras dimensiones, que los evangelistas captaron y se van haciendo evidentes según se alcanzan los niveles de ser y de comprensión necesarios.

Porque lo literal y lo simbólico siempre van de la mano en las Sagradas Escrituras. En el evangelio de Juan es aún más clara que en los sinópticos la voluntad y el estilo metafórico, ese recurrir a los símbolos para hablar de realidades espirituales.

 Quienes han estudiado este primer signo del cuarto evangelio coinciden en que tuvo un sentido más profundo que esa literalidad aparentemente ingenua. Dice San Agustín que fue “no solo un hecho real y extraordinario, sino también el símbolo de una operación más elevada.”

La boda es alusión clara a un acontecimiento que señala un cambio de vida para los contrayentes, que, por otro lado, solo indirectamente aparecen como personajes del relato. El signo o milagro (que tiene lugar al tercer día, 3, número de la totalidad) es imagen del cambio que Jesús pide a las almas, y que supone morir a uno mismo para poder nacer de nuevo. Ese segundo nacimiento pasa siempre por el descubrimiento del verdadero amor, superando la ceguera del ego. Es el amor el que permite alumbrar a ese nuevo ser, hombre y mujer interiores, renacidos y libres. Porque la boda entre hombre y mujer es en este episodio (y siempre) representación de las nupcias interiores a las que estamos llamados, de la unión entre lo humano y lo divino, lo material y lo espiritual. 

            Cuando María dice “no tienen vino”, se está refiriendo a una carencia y una necesidad mucho más grave que la del vino: la de vida en plenitud. Podemos decir que se refería a la sangre, como símbolo de ese latido esencial que debía faltar en aquella celebración. Es ella también la que nos dice “haced lo que él os diga”, para que tengamos vino, sangre, alegría, plenitud. Y es que nuestra existencia es una celebración de bodas constante. Una y otra vez estamos llamados a transformar nuestra vida de agua, en vida de vino nuevo, del mejor vino; sangre nueva, buen latido que nos haga ser en Jesús.

     Interpretaciones sobre este pasaje hay muchas. Hay quienes, tratando de asimilar este lenguaje alegórico, sostienen, como Maurice Nicoll, que María simboliza un nivel inferior y que Jesús se desliga de ella para avanzar y elevarse. Creo que conformarse con esa interpretación, sin ir más allá, sería quedarse en el dualismo de lo meramente psicológico, cuando el cristianismo es una invitación clara a la unidad, por la verdad, la belleza y el amor.

En este sentido, una clave esencial es el diálogo entre madre e hijo. Es cierto que Jesús parece separarse simbólicamente de su madre, al hacerse “adulto” y emprender su misión, iniciando su vida pública. Pero es María quien está dando a su hijo la señal de que el momento ha llegado. No le dice qué ha de hacer, solo toma la iniciativa para comunicar lo evidente: no tienen vino. Las palabras de Jesús son de rechazo solo en apariencia. Simbolizan la amargura inevitable de esa separación. Están anticipando, además, la hora de la Pasión cuando la frialdad aparente del “mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26) es pantalla del amor más grande, generoso e incondicionado que se pueda imaginar, pues hace posible ese otro alumbramiento, increíble y misterioso, en que somos nosotros los alumbrados por María.

La “muerte” del hijo ligado a la madre que tiene lugar en Caná es preludio de la muerte en la cruz del Hijo del Hombre, como el bautismo de agua del Jordán fue preludio del bautismo de sangre del Gólgota. En Caná, Jesús dice a la Madre: “Aún no ha llegado mi hora” (Jn 2, 4). En uno de los anuncios de la Pasión, presagiando la angustia de Getsemaní donde dirá: “Padre, líbrame de esta hora” (Jn 12, 27).

La hora…, bendita hora, aciaga hora, hora gloriosa, la hora… Jesucristo, Señor del Tiempo se encarnó, se insertó en la historia, se hizo uno de nosotros, limitándose a Sí mismo (kénosis, vaciamiento). Vivió cronológicamente como un hombre mortal para hacernos inmortales. Se adentró en el tiempo para hacerlo estallar y disolverlo con su triunfo sobre la muerte.

María es, como vemos, un personaje clave, activo, desencadenante del prodigio. No es designada por su nombre, sino a través de su función de “madre”. Cuatro veces en todo el relato, como cuatro, en asombrosa y significativa simetría, serán las veces que aparezca la palabra “madre” para mencionar a María en la Pasión, esa hora que aún no había llegado, como dice Jesús en este relato.

No hay distancia, indiferencia o frialdad en Jesús cuando llama a su madre “mujer”, tanto aquí como en la Pasión. Creo que es una manera muy clara de subrayar esa simetría que acentúa el simbolismo. Primero fue el vino nuevo. Y su madre estaba junto a él. Al final, después del bautismo de sangre, fue la vida nueva. Y su madre también estaba junto a él. Él hizo el vino nuevo y la vida nueva, porque hace todo nuevo, y nos hace del todo nuevos.

“Haced lo que él os diga”, dijo María aquella tarde de alegría y tristeza, de prodigio y presagio. Debió decirlo, quizá, con la voz firme y quebrada a la vez,  acaso vislumbrando todo lo que acontecería tres años después. “Haced lo que él os diga”, nos sigue diciendo la madre, nuestra madre, cada vez que respiramos.

                          105, Diálogos Divinos, María poseedora de todos los bienes

sábado, 11 de enero de 2025

Agua y Espíritu

 

Evangelio según san Lucas 3, 15-16.21-22

En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante y todos se preguntaban sobre Juan, si no sería el Mesías. Juan les respondió dirigiéndose a todos: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. En un bautismo general, también Jesús fue bautizado. Y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado. El predilecto.”
                                                      El Bautismo de Jesús, Giotto
                                                         
El verdadero dogma central del cristianismo es la unión íntima 
y completa de lo divino y lo humano, sin confusión ni separación.
 
                                                                                                      Vladimir Soloviov                                                                             
        Hoy celebramos el Bautismo de Jesús y también nuestro propio bautismo, un renacimiento que se renueva cada vez que recordamos quiénes somos realmente. Hoy es día de alegría por ser Hijos de Dios, rescatados del mundo y sus mentiras de pecado y separación, llamados a la Vida verdadera. Día de renovación y de agradecimiento a Aquel que nos abre la puerta para salir definitivamente de los sueños de caos, miedo y pérdida en que nos hemos encerrado.

         Vivamos desde hoy con la ligereza que confiere ser conscientes de nuestra naturaleza de Hijos, unidos ya al Padre. Ligeros y libres, regresando a Casa con la confianza de sabernos liberados del mayor enemigo, que es la muerte y sus manifestaciones. 

          Abramos los ojos, los signos de los tiempos están tan claros, que el mundo y su historia, acelerada hasta el vértigo, parece un cómic. Los conflictos se agudizan dentro y fuera para que los veamos y los transformemos en la Paz de Cristo, con la buena noticia del Amor que en Él somos.

         Acabamos de celebrar la Navidad. Ha nacido el Amor para todos los hombres y mujeres del mundo y de todas las épocas, creencias, condiciones, y, si nace el Amor, todo empieza de nuevo. ¿Ha nacido realmente en cada uno de nosotros?

          Para ser capaz de amar y ser amado hay que llegar a un estado de inocencia, inalcanzable si no somos sinceros con nosotros mismos. Un gran impulso para atreverse a ser sincero de una vez es estar harto de uno mismo. Mirarse sin paños calientes y ver la miseria que hay que pasar por el corazón: miseri-cordia. Sin esa mirada valiente es imposible cambiar y volverse sincero, inocente y libre.
        ¿Somos tan valientes como para ser completamente sinceros con nosotros mismos? Entonces seremos inocentes, capaces de amar y ser amados, porque habremos renunciado a la voluntad humana caída, que solo genera miseria, mentira, muerte..., y decidiremos vivir en la Voluntad de Dios, que es el Mismo Cristo. 

Podemos morir a nosotros mismos, vencer el miedo, la ignorancia, la soberbia que divide y separa, para configurarnos con Jesús, que nos quiere a su lado, con Él y en Él, no en un futuro remoto, sino ahora y por siempre.

No olvidemos que el mensaje de la Navidad es que el Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre se haga hijo de Dios. El Espíritu Santo y el fuego con que Cristo nos bautiza van transformando en espíritu todo lo que es puramente material, en luz, las sombras, en paz, los conflictos, en gozo, el sufrimiento.                           

                       Cristo es Bautizado en el Jordán, J. S. Bach (Cantata BWV 7)

Una mujer le preguntó al "extranjero":
-Dígame francamente: ¿qué le parezco?
-No es justa consigo misma.
-¿Qué quiere decir?
-Dígame: ¿por qué tanto rojo en los labios y tanto rimmel en las pestañas?
-Es que el tiempo pasa y me gustaría parecer bella.
-Si supiese lo bella que es, no recurriría a estos medios. Hay en usted, escondida, una belleza posible de la que no tiene ni idea. La consciencia de esta belleza no se ha despertado en usted. No ha podido traducirse en su rostro. Deje que esta belleza interior se imponga. Se hará transparente a través de los ojos. Usted será de una belleza radiante.
                                                    Lev Gillet. (Un monje de la Iglesia de Oriente)

sábado, 4 de enero de 2025

Hemos visto salir Su estrella


Evangelio según san Mateo 2, 1-12

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo". Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: "En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel»." Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: "Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo". Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.
          
                                                    Adoración de los Magos, Rubens

No se pusieron en camino porque hubieran visto la estrella,
sino que vieron la estrella porque se habían puesto en camino.

                                                                                              San Juan Crisóstomo

Esos personajes misteriosos, a los que la leyenda ha otorgado rango de realeza, más que reyes, serían hombres sabios. Ni siquiera serían magos, con el significado que hoy damos a la palabra magia, sino astrónomos. El adjetivo vendría del latín magnus o del sánscrito maha, en el sentido de personas importantes, grandes, ilustres. Lo que sí es probable es que vinieran de Oriente que, para los judíos de la época, era todo lo que estaba al otro lado del Jordán.

            Movidos por la esperanza de conocer al Mesías, al que en Persia se le esperaba desde hacía siglos, una estrella se encendió en el cielo y otra, más fulgurante y cierta, en su alma. En los sermones de Epifanía, San Buenaventura solía predicar sobre la existencia de tres tipos de estrella. La estrella exterior: la que brilla en las Sagradas Escrituras; la estrella superior: la Virgen María; y la estrella interior: la gracia que el Espíritu infunde en el alma. Emprender el camino es necesario para recibir la luz de esta estrella. “Levántate y resplandece, pues ha llegado tu luz”, dice a Jerusalén el profeta Isaías (Isaías 60, 1). Hay que levantarse por encima de uno mismo y de todo lo que ciega y adormece, con el anhelo de llegar a la Meta.

El riesgo está en creer que uno va a poder hacer, lograr, realizar, caminar por sus propias fuerzas. El que así lo piensa y lo siente, no llegará muy lejos. Apenas se levanta, el orgullo, los prejuicios, la rutina y el egoísmo que le siguen dominando lo paralizan y le impiden avanzar, porque no ha habido un verdadero cambio interior que permita que la luz se encienda. Si uno se pone realmente de pie, levantándose por encima de sí mismo, puede resplandecer. Ha muerto a sí mismo, al lastre de sus defectos, tendencias y limitaciones, y es ya pura entrega, puro abandono. 

 El que se deja hacer, se deja encontrar y guiar con humildad e inocencia ha alcanzado la paz que permite transformarse y recibir la luz directamente de su Fuente, sin intermediarios. Así debían ser estos magos o sabios de Oriente. Solo almas grandes como las suyas pueden levantarse sobre sí mismas, sobre sus miedos, dudas y prejuicios, sobre la tiniebla exterior e interior, y ponerse en camino.

       Caminaron, se cansaron, perdieron la estrella, tal vez por las dudas e inseguridades, siempre al acecho, pero siguieron caminando y la volvieron a encontrar. Merecen por su tesón y su confianza ser símbolo de toda la humanidad. Porque en la Epifanía (del griego, manifestación) celebramos que Jesús nace, no solo para los judíos, sino para todos los pueblos y razas, para todos los hombres y mujeres del planeta. 

¿Qué importa cuántos eran, de donde venían, el color de su piel, sus rangos o sus nombres? ¿Qué importa siquiera si existieron realmente o son solo una alegoría en ese engranaje perfecto y sagrado que son los evangelios? Solo Mateo menciona la escena, y sin prodigarse en detalles. Lo que importa es el mensaje: universalidad de la Historia de la Redención, adoración y ofrenda al Salvador en la figura de un recién nacido sin ningún signo externo de divinidad o realeza.

Porque esperaban adorar a un rey y, aunque encontraron un niño pobre, sin palacio, ni sirvientes o cortesanos, la luz que los guiaba, dentro y fuera, les permitió reconocer en Él al Rey del Universo. Es la inocencia, la limpieza interior, la capacidad de asombro y de ver más allá de lo evidente, lo que mantiene el corazón abierto al Misterio y al Amor. Y vieron a Dios y lo adoraron en el recién nacido, hijo de unos aldeanos tan pobres que solo tenían un pesebre, donde comen los animales, para acostar a ese Niño, llamado a ser el Pan de Vida.

          Oro para el Rey, incienso para Dios, mirra (que se usaba para ungir los cadáveres antes de la sepultura), para el hombre, amarga como el sufrimiento que todo ser humano tarde o temprano ha de padecer. Esta triple ofrenda reconoce las dos naturalezas inseparables de Jesucristo: divina y humana. Sigamos el camino que nos indican las tres estrellas que menciona San Buenaventura, para llegar hasta el Niño Dios y ofrecerle nuestros dones.

Es lo único que pido para mí y para todos: que encontremos a Jesús, de un modo más real, íntimo y decisivo, y llegando a fundir nuestra voluntad en la Suya, podamos entregarle el oro de nuestra alabanza y nuestro agradecimiento, el incienso de nuestro amor y la mirra de nuestro corazón humano. Mirra amarga de un corazón de peregrino, a veces cansado, a veces perdido, con las huellas del mundo y heridas de batallas invisibles, pero en pie, para que Su Luz siga resplandeciendo. Y ya no sabremos quién da y quién recibe pues seremos Uno con Jesús, la verdadera vida en Cristo.

                                                    79 Diálogos Divinos, Epifanía

Quien busca el cielo
solo por la salvación de su alma,
tal vez siga el camino adecuado,
pero no logre el objetivo.
Mientras los que caminan enamorados,
quizás den mil rodeos,
pero Dios los llevará
donde están los bienaventurados.

                                                                        Henry Van Dike
           
Hoy (siempre es hoy si contemplamos al Señor del Tiempo, Cronocrator, dice la liturgia hispano-mozárabe), recordamos de nuevo a ese cuarto Rey Mago que algunos conocen como Artabán, pero que tiene muchos nombres. Porque el cuarto mago, sabio o astrónomo, hombre ilustre o alma grande, eres tú, y soy yo. El cuarto mago son cuantos conservan la mirada y el corazón de niños, aunque lleven décadas cabalgando hacia la Fuente de la Luz, guiados por una Estrella que la mayoría del tiempo ni se distingue en un cielo nublado, pero, cuando se ve, es tan brillante, tan hermosa y familiar, que renueva las fuerzas, hace olvidar las noches oscuras y da sentido a toda una existencia, porque la guía hacia el Propósito original (Origen, Principio, Alfa y Omega).

                                        ARTABÁN, EL CUARTO REY MAGO


En todos tus caminos piensa en Él,
y Él allanará todas tus sendas.
               Proverbios 3, 6

Yo te enseñaré y te instruiré en el camino que debes seguir; seré tu consejero y estarán mis ojos sobre ti.
        Salmo 32, 8

Cuenta una leyenda que los sabios de Oriente que fueron a conocer y adorar al Niño Dios eran cuatro, pero uno de ellos no llegó, se extravió por el camino. Al poco de emprender la marcha, decidió separarse de sus compañeros y perdió la estrella, no encontró al Niño. Durante treinta y tres años siguió buscando al Mesías, y lo encontró cuando estaba siendo crucificado. Hasta el Calvario lo llevó la luz recuperada.
¿Dónde se distrajo para perder la estrella? ¿Qué otras luces lo apartaron de la Luz? ¿Cómo logró recuperarla?
Dice un proverbio africano que, solo, se va rápido, pero, acompañado, se va lejos. Él quiso separarse para ir más deprisa, pero se extravió, caminó en vano. Perdió la estrella y se perdió la gracia infinita de Belén. Luego buscó a ese Niño durante más de treinta años; fue oyendo hablar de Él, de sus enseñanzas y sus milagros, pero cada vez que intentaba acercarse y recuperar la ocasión perdida, siempre llegaba tarde.
Siempre tarde, siempre a deshora… ¿Realmente tarde? Acaso no, porque fue de los pocos que estuvieron en el Gólgota y allí comprendió todo. Ante la Cruz recibió, en unos minutos, la enseñanza de toda una vida. Tal vez en Belén hubiera sido demasiado joven para valorarlo, tal vez, como tantos de nosotros, tenía que perderse y perderlo todo, para que su corazón se abriera y pudiera recibir tanta gracia.
Allí, en aquel escenario macabro y sublime, escuchó la promesa de Jesús al buen ladrón, comprendió que aceptar al Hijo de Dios ya salva, y se dio cuenta de que, para ser capaz de reconocerle y aceptarle, él llevaba buscando, caminando, aprendiendo a amar, treinta y tres años. Y bendijo a Dimas, al que se sintió tan unido, y a todos los que son capaces de rectificar, aunque sea al final.
Ante la Cruz descubrió la ternura del Niño recién nacido y la sabiduría del muchacho de doce años, capaz de asombrar a los doctores de la Ley. Estaba ahí también ese adolescente inspirado y todo lo que Jesús había sido en diferentes momentos; todos ahí, ofreciéndole sus dones a la vez. El joven carpintero entusiasta, el Jesús que bailó en Caná, el que luchó contra el adversario en el desierto, el Maestro que en el Sermón de la Montaña resumió lo que hace falta para entrar en el Reino, el que multiplicó los panes y los peces, el que se transfiguró en el Tabor, el traicionado, el incomprendido. Artabán se da cuenta de que, para entender cada uno de esos momentos, es necesario estar abierto a la comprensión.
Había tenido de niño, como casi todos los niños, la inocencia de un corazón transparente y asombrado. ¿Qué le cerró el corazón? ¿Qué lo mantuvo en tinieblas cuando los demás seguían la estrella? ¿Qué error o qué olvido lo alejó de la fuente del amor? Ajeno al gran Milagro, alejado del Misterio, apartado de su Gracia, separado.... ¿Quién o qué le ayudó a recuperar el corazón puro que necesita todo buscador?
Su sabiduría juvenil estaba llena de vanidad y soberbia. No merecía la estrella; aún no. Tenía que lograr unos ojos capaces de ver más allá de lo que la razón muestra o los sentidos captan. Fue perdiendo todo lo que le daba una luz falsa, una seguridad provisional: juventud, riqueza, poder... Tuvo que hacerse tan sencillo como los pastores, para saber reconocer e interpretar los signos.
Ya fue sencillo, cuando era un niño que encandilaba a los mayores con su inocencia y sus gestos de asombro. Se trataba entonces de emprender el camino de regreso, que es el descubrimiento del Amor. Algunos lo viven como un estallido de júbilo, gozosa epifanía, como un samadhi, diría un hindú, como un satori, diría un budista zen. Para Artabán fue un largo proceso.
En las noches cercanas a la Noche de Belén, no podía seguir a la estrella como hicieron Melchor, Gaspar y Baltasar porque aún no estaba preparado para seguir ni para buscar. Aún no se había vaciado ni desnudado lo suficiente como para que el Niño que se manifestó en aquel portal pudiera manifestarse en su corazón. Tenía que trabajar mucho sobre sí Artabán, debía recorrer el largo camino de acceso al Camino, ese sendero, para algunos como él, especialmente duro, angosto y empinado. Durante su búsqueda, aprendió a soltar, a renunciar, a dar y a darse. Fue desprendiéndose de todos sus bienes, aliviando las necesidades ajenas, ayudando, escuchando, compartiendo. Y cuando está frente al Salvador, el Mesías, se da cuenta de que no tiene más regalo ni más ofrenda que a sí mismo, su vida, su entrega, su cansancio.

A esto hemos venido casi todos: a perder la estrella y recuperarla, más bella y radiante de lo que la recordábamos, porque el sufrimiento consciente, la soledad, las lágrimas han limpiado los ojos hasta hacer de ellos otras estrellas, reflejos claros de la Estrella, de la Luz verdadera y única.
La Estrella siempre está, pero solo se la ve cuando uno despierta y se hace presente. Aparece como Luz cuando uno conecta con la luz que lleva dentro y puede iluminar a sus hermanos.

Artabán ha buscado a Jesús durante treinta y tres años, María Magdalena también, sin saberlo, había estado buscándolo durante toda su vida hasta que lo encontró y ya no hubo más sombra ni más frío para ella. Al ver a ese hombre enigmático, casi anciano, junto a la cruz, María intuye su búsqueda desesperada de la Verdad y la Vida.
- ¿Lloras por él? Nunca te he visto entre los discípulos.
– No he podido seguirle; llevo buscándolo treinta y tres años, desde que nació. Y lo encuentro en la hora de su muerte.
– Entonces, sí le conoces. Yo también lo busqué desde siempre. Por eso, al escuchar su voz por primera vez, pude reconocerle, porque en mi corazón ya le conocía.
– Pero a mí nunca me habló. No he podido descubrir en sus palabras a aquel a quien busco.
– Es ahora cuando vas a conocerle. Todo cuanto dijo e hizo, lo dijo y lo hizo también para ti, por ti. Te hablaré de él y sabrás cuanto tu alma necesita. Ven con nosotros, los que le conocimos te contaremos cómo fue y compartiremos contigo las enseñanzas que él nos confió. Le conocerás por sus palabras y sus obras, porque las llevamos en el corazón y en la memoria. Ven, hermano, él te hablará a través de nosotros y podrás seguirle y amarle como nosotros.

Su encuentro es con el Hijo de Dios en la plenitud del amor. Ya había ido recibiendo gracia en su larga búsqueda, mientras su corazón se abría y su alma iba creciendo; ahora la recibe por completo de la Fuente de la gracia y el amor; y sabe que todo ha tenido sentido.

Artabán no lleva más regalo que su desprendimiento, su desnudez, su amor.
Artabán, el que suelta y renuncia, el que busca, el que arriesga, el que escucha y acoge, el que da, el que se entrega, el que aprende a amar.
Artabán, todos los que hemos buscado con corazón puro a Aquel que nos libera de tanto lastre y restaura nuestro pasado, trascendiendo el cansancio, la tristeza, los fracasos aparentes, los olvidos.