Evangelio según san Mateo 5, 1-12a

Evangelio según san Mateo 5, 1-12a
Evangelio según San Mateo 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?". Él le dijo: “‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser’. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo.’ Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas".
Amar a Dios y amar al prójimo, y hacerlo de corazón, sin reservas, sin medida…, imposible desde los valores del mundo: oportunismo, competencia, individualismo... Para empezar a amar desde nuestra condición frágil y limitada cuando, como San Pablo, hacemos lo que no queremos y eludimos lo que queremos, la voluntad es esencial.
Pero la voluntad humana obrando separada de la Voluntad Divina es muerte, caos, destrucción, como hemos comprobado en la historia y en nuestra propia vida. Para amar como el Señor quiere, amamos Su voluntad, fuente del Amor perfecto.
Porque el amor verdadero no tiene nada que ver con sentir, pensar, experimentar... El Amor es Acto y amamos cuando injertamos nuestros actos en el Acto Único de Dios y ya no son actos humanos sino divinos, ya no es amor humano, limitado y mezquino, sino Amor divino, el que Dios quiere y por eso nos lo da previamente, para que le correspondamos como Él espera. www.viaamoris.blogspot.com
Viviendo, amando con la Divina Voluntad como Vida, voy dando a Dios lo Suyo, que es todo, como veíamos el domingo pasado y voy devolviendo una y otra vez al Cesar lo suyo, su “nada de plata”, lo que pasa, todo lo que no es de Dios, que va desapareciendo, quemado al fuego del Amor Divino, dejándome vacía para llenarme de Él.
Y mientras pago al Cesar lo suyo, voy pagando a Dios lo Suyo y, como Él me lo devuelve aumentado, en esa correspondencia de Amor que es Su Plan, lo que no es de Dios cada vez tiene menos espacio, lo voy sintiendo más ajeno, más sombra, más ilusión, más nada que se desintegra con el resto de las “nadas” de plata, de cobre o de chatarra.
Y todo se va convirtiendo en oro, y comprendo el verdadero sentido de adorar: igualdad de obras. Y ad-oro, convierto todo en el oro de la Divina Voluntad y con cada “te amo” devuelvo Dios a Dios en la Unidad de Su Querer.
Aceptando vivir con nuestra voluntad humana unida a la Divina, iniciamos el camino hacia la Unión plena, atravesando fases de purificación, fricción, revelación, que nos conducen hacia el Amor auténtico. Son las conocidas etapas de la mística: purgativa, iluminativa y unitiva, pero todo comienza, y también crece y se asienta, sobre una disposición interna, nuestra voluntad fundiéndose con la Voluntad Divina. Así lo expresa San Anselmo de Canterbury:
Todo lo que hay en la Escritura depende de estos dos preceptos.
Reinar en el cielo es estar íntimamente unido a Dios y a todos los santos con una sola voluntad, y ejercer todos juntos un solo y único poder. Ama a Dios más que a ti mismo y ya empiezas a poseer lo que tendrás perfectamente en el cielo. Ponte de acuerdo con Dios y con los hombres -con tal de que estos no se aparten de Dios- y empiezas ya a reinar con Dios y con todos los santos. Pues en la medida en que estés ahora de acuerdo con la voluntad de Dios y de los hombres, Dios y todos los santos se conformarán con la tuya. Por tanto, si quieres ser rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, y merecerás ser lo que deseas.
Pero no podrás poseer perfectamente este amor si no vacías tu corazón de cualquier otro amor. Por eso, los que tienen su corazón llenos de amor de Dios y del prójimo no quieren más que lo que quieren Dios o los hombres, con tal que no se oponga a la voluntad de Dios. Por eso son fieles a la oración, hablan del cielo y se acuerdan de él, porque es dulce para ellos desear a Dios, hablar y oír hablar de él y pensar en quien aman. Por eso también se alegran con el que está alegre, lloran con el que sufre, se compadecen de los desgraciados y dan limosna a los pobres, porque aman a los demás hombres como a sí mismos. De esta manera toda la ley y los profetas penden de estos dos preceptos de la caridad.
Evangelio según san Mateo 22, 15-21
En aquel tiempo, los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?” Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: “¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.” Le presentaron un denario. Él les preguntó: “¿De quién es esta cara y esta inscripción?” Le respondieron: “Del César.” Entonces les replicó: “Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”
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El tributo al César, Massaccio |
Acaba con tus negocios materiales, deja ahí tus beneficios y tus pérdidas pues en el país adonde te encaminas no hay posibles mercados.
Nos afanamos en acumular: bienes materiales, títulos, opiniones, seguridades, credenciales para el mundo del César..., porque tenemos un sentido de carencia muy acusado. Aún nos creemos que la realidad es solo lo que vemos. Pero hay realidades que los sentidos físicos no perciben. Saberlo puede ayudarnos a cambiar esa sensación de miseria, por consciencia de abundancia, de infinitos bienes a disposición de todo el que esté dispuesto a recibirlos. Podemos liberarnos de esa tendencia a controlar, asegurar, acumular “por si acaso”, para cuando vengan malos tiempos, esas vacas flacas que son fantasmas de nuestra imaginación pervertida y cobarde.
Si fuéramos conscientes –y no lo olvidáramos– de que en este mundo en el que estamos, pero del que no somos, hay dos bienes muy valiosos que solemos malgastar: el tiempo y la energía, no nos desviviríamos en afanes que ni siquiera son del César o del demonio, sino de la estupidez y la mediocridad. Grandes pecadores como San Agustín o San Francisco se convirtieron porque se dieron cuenta de errores muy evidentes. Pero esas miserias que nos roban la vida y el alma nos entretienen a un lado del camino, y se van los días de gracia, sin transformarnos en la "moneda de oro" que hemos de ser.
Descansa solo en Dios, alma mía, dice el Salmo 62. Si descansas en Él, si haces de Él el centro de tu vida, todo habrá tenido sentido, incluso largos años de distracciones y de dar al César de más, ¡ay, cuánto de más! Esta avidez que nos confunde y nos ciega, haciéndonos olvidar quiénes somos y hacia dónde vamos nace del miedo a la muerte. Pero si descansamos en Él y hacemos de Él el centro de todo, la decadencia y la muerte son disfraces efímeros de un presente eterno. Hasta los recuerdos y los proyectos se llenarán de Él, de su sentido y hermosura, de su paz y su poder. Seremos libres; no estaremos apegados a bienes materiales ni a seguridades o falsas creencias, que tienen que ver con el mundo del César. Y nada nos detendrá en el Camino de vuelta a Casa, Sión añorada, después de tanta distorsión.
Se acabó la confusión, el dejar muchas opciones abiertas, son los frutos podridos del árbol del bien y del mal que descentran, falsifican y generan agotamiento. Si vives en la Divina Voluntad, a la sombra del Árbol de la Vida, no hay dispersión, sino concentración, Luz, Verdad y Vida verdadera. www.viaamoris.blogspot.com
Respira, detente, quieto, atento siempre al centro donde eres, el Corazón de Jesús, de donde brota esa Vida Nueva en forma de sangre y agua, que borran las falsas imágenes para que aparezca la auténtica. Muere a lo falso, resucita en Él. De la experiencia mundana, a la vida en Cristo, tu Ser verdadero, la semejanza por fin recuperada, como dice San Antonio de Padua en el texto de abajo.
Es hora de ser coherentes y dar a Dios lo Suyo, esto es, todo, a excepción de las migajas que damos al César para sobrevivir mientras estamos en el mundo. Hora de soltar la falsa moneda de las seguridades, comodidades y dependencias para apoyarnos solo en Él, adorarle solo a Él, depender solo de Él. Quien mantiene sus ojos fijos en Él no pierde nada, porque la perspectiva se amplía hasta lo infinito, y todo se va transfigurando, iluminando, realizando.
Estamos de nuevo ante el “camino del no soy” que tantas veces hemos contemplado: de la riqueza a la pobreza; del orgullo a la humildad; de la idolatría de los bienes del mundo y del César, a la desposesión, el dejar ir, la confianza esencial que hace posible la entrega a Dios y vivir de Su Divina Voluntad para resucitar ya a la Vida plena y vivir Vida de Cielo antes de morir.
Toda la Trinidad ha hecho al hombre según su semejanza. Por la memoria se asemeja al Padre; por la inteligencia se asemeja al Hijo; por el amor se asemeja al Espíritu. En la creación el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Imagen en el conocimiento de la verdad; semejanza en el amor de la virtud. La luz del rostro de Dios es, pues, la gracia que nos justifica y que revela de nuevo la imagen creada. Esta luz constituye todo el bien del hombre, su verdadero bien, y le marca igual que la imagen del emperador está impresa en la moneda de plata. Por eso el Señor añade: Dad al César lo que es del César. Como si dijera: De la misma manera que devolvéis al César su imagen, así también devolved a Dios vuestra alma revestida y señalada con la luz de su rostro.
San Antonio de Padua
Evangelio según San Mateo 22, 1-14
En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: "El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos."
Cuando el hombre se humilla, Dios en su bondad, no puede menos que descender y verterse en ese hombre humilde, y al más modesto se le comunica más que a ningún otro y se le entrega por completo. Lo que da Dios es su esencia y su esencia es su bondad y su bondad es su amor.
Maestro Eckhart
El banquete eterno, la boda, el Reino…, para quien pueda entender (Mateo 19, 12), ya ha comenzado. Cómo rechazar la invitación, si es nuestra propia fiesta… Somos los novios por los que María vela en Caná cuando se les acaba el vino (Juan 2, 1-11), y somos vírgenes prudentes que, a pesar del sueño, conservan en su lamparilla el aceite del amor (Mateo 25, 1-13). Somos también el hijo pródigo que regresa a casa arrepentido, al que el padre manda poner el mejor traje, un anillo en la mano y sandalias en los pies, antes de celebrar un banquete por haberlo recobrado con salud (Lucas 15, 11-32).
Que no seamos el insolente de la parábola de hoy, que me recuerda al hermano mayor del hijo pródigo, envidioso porque el padre agasaja al hijo perdido y reencontrado. El mayor se “indignó”, vistiéndose de reproche y mezquindad, haciéndose indigno del banquete del amor y la alegría, del perdón y la unidad.
La palabra griega para designar “digno” significa “mismo nivel”. Llevar el traje de fiesta es haber alcanzado la dignidad necesaria para entrar en el banquete. No es un logro personal, claro, nunca haríamos méritos suficientes, sino un don de Aquel que lavó nuestro sucio vestido con Su Sangre purísima. Él lo lava hoy, siempre es hoy, y nos lo ofrece.
Vestirnos de fiesta y aceptar nuestra dignidad de hijos o seguir con los sucios harapos que heredamos de Adán y de Caín...; parece tan clara la elección… Pero muchos rechazan la preciosa túnica blanca y se aferran a sus manchas de siglos, sus afanes absurdos, sus mezquinos intereses. Es el misterio del libre albedrío, la locura del mundo, en el que somos manipulados y engañados por el príncipe de la mentira, que nos insta a escoger el mal, disfrazándolo de bien.
Si somos conscientes de que Cristo nos ha devuelto la dignidad, dejaremos todo lo que nos impide asistir al banquete, aceptaremos la invitación con alegría y nos vestiremos como verdaderos hijos de la Luz. Recuperemos la inocencia, vistámonos de fiesta y entremos en el banquete a brindar con el Agua Viva y el Vino que no se acaba. www.viaamoris.blogspot.com
Evangelio según san Mateo 21, 33-43
Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevos otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?” Le contestaron: “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo.” Y Jesús les dice: “¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.”
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Parábola de los viñadores homicidas, Diego Quispe Tito |
En la parábola de los viñadores homicidas, se resume de forma poética la historia del pueblo judío que, no solo no dio fruto, sino que persiguió a los profetas y enviados de Dios, matando finalmente a Su propio Hijo. Los cristianos, nuevo pueblo elegido, sabemos que Jesucristo, despreciado, humillado, crucificado, es la piedra angular, (Salmo 118), el único sostén firme y seguro, el centro de nuestra fe y de nuestras vidas.
Aun así, cuántas veces volvemos a matar al Hijo hoy… Lo hacemos cada vez que damos prioridad a nuestros pequeños intereses personales y egoístas, la búsqueda de beneficio y ventaja, esa atención a lo material y lo efímero, olvidando que Cristo es la fuente de todo lo bueno, bello y verdadero. Por eso matamos, morimos, nos suicidamos; creyendo aprovechar la vida, despreciamos la Vida verdadera.
Imitemos a San Francisco de Borja, cuya fiesta celebramos hoy, que, ante el cadáver putrefacto de su señora, la bella emperatriz Isabel de Portugal, dijo: no serviré a señor que se me pueda morir. Porque a menudo servimos a cadáveres, fantasmas, moribundos, dentro y fuera de nosotros. Recuerdos, proyectos, fantasías, afanes mezquinos, intereses vanos…; idólatras vestidos de personas cumplidoras y respetables. Cómo dar fruto así, cómo mantenernos siquiera vivos. Matamos y morimos porque hemos renunciado a la mejor parte, lo primero, lo Único en realidad.
No es de extrañar, entonces, lo que leemos en la prensa y vemos en los telediarios: violencia, opiniones contaminadas, conflictos, manipulación, bandos… El príncipe de la mentira, que hostiga y encizaña, nos incita a tomar partido. Si uno se empeña, es capaz de encontrar algo de razón en todos, según cómo se mire y desde dónde se mire. Parece vencer el relativismo y, a la vez, el partidismo y el fanatismo, porque se vive bajo los parámetros del príncipe de este mundo, el separador, que nos seduce con las divergencias, lo diverso, pues forma parte de su malévola di-versión. Pero si estamos atentos y le desenmascaramos, podemos elegir la unidad, la conversión, la versión original que nos espera a los que seguimos a Cristo.
¿Quién quiere tomar partido en un mundo sin el Señor? Yo no quiero servir a señores que se me puedan morir, ni tomo partido en la representación de este mundo que ya pasa. No tomo lo partido, lo roto, lo podrido o lo muerto… No tomo partido porque lo quiero Todo, como decía Santa Teresita de Lisieux. Y la única forma de tenerlo todo es no teniendo nada, o eligiendo al Todo, Jesucristo, el Verbo, la fuente de la Verdad y la Vida.
Él es el fruto que hemos de dar: fruto del vientre inmaculado de María y fruto nuestro, si Le damos a luz en el corazón. El Espíritu Santo, que hizo que María concibiera a Jesús, te hace concebirle si te vacías de los afanes de este mundo y te dejas inundar por Él. Porque el fruto es siempre Cristo; en el regazo de María, en el árbol de la cruz, en el sepulcro vacío, en nuestro corazón si lo preparamos con humildad, inocencia, pureza, disponibilidad y amor.
Si el fruto es siempre Cristo, poco podemos hacer, sino acogerlo con temor y temblor, corazón abierto y disponible, para que Él, fruto de amor y vida verdadera, nos revitalice y nos enseñe a amar como Él.
El Amor no es amado, dijo San Francisco de Asís y así nos va… No dar fruto es tener un corazón cerrado y desagradecido, rechazar la voluntad del Dios-Amor, elegir la soberbia de los que se creen libres y son esclavos de sí mismos y sus prejuicios, ideas, vanidades. Cada vez se oyen más noticias de suicidios, muchos son jóvenes, aparentemente triunfadores en el mundo. Es el fruto amargo de una sociedad que ha expulsado a Dios y anda a ciegas, fragmentada, rota, acelerada hacia el abismo de la muerte.
Matar al Hijo y robar al Señor es lo que hacemos tantas veces, no solo por la locura que conduce a esos dramas, sino con pequeños gestos y actitudes, prejuicios e inercias que abonan esa ceguera, ese olvido de lo esencial. El fruto es amargo, puro agrazón: angustia, confusión, sinsentido…, porque no queremos recibir la luz que surge de reconocer a Dios, acoger a Su Hijo y aceptar Su voluntad. En www.viaamoris.blogspot.com lo expresa con otras palabras San Juan de la Cruz.
Busquemos un centro de gravedad permanente, como cantaba Battiato, pero no cualquier centro. Solo Jesús, el único Nombre, la piedra angular, fuente de amor y de esa forma más excelsa de amor que es el perdón. Él es el heredero que quiere compartir su herencia con los que Le aceptan. Seamos coherentes para poder coheredar los bienes infinitos que nos ofrece. Reconcíliate con todos, contigo mismo y con Cristo, Señor de tu vida. Aprende de Él que, si amas, no hay muerte ni desolación; no hay nada que robar, compensar, acumular, porque todo es don y el supremo don es el perdón. Perdonemos a los viñadores homicidas que hemos sido, y acojamos al Hijo, el Fruto bendito del vientre de María y del Árbol de la Cruz. Reconozcamos a Cristo como Señor nuestro que viene a darnos Vida verdadera.