Días de gracia
sábado, 29 de marzo de 2025
El Padre y el Tercer Hijo. El camino de regreso al Reino de la Alegría
sábado, 22 de marzo de 2025
Dar fruto es darse
Evangelio según san Lucas 13, 1-9
En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.” Y les dijo esta parábola: “Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?”. Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas."

El tronco corrompido por el pecado que soy yo recibirá por el Nombre de Jesús savia y vigor. Por Él, reverdecerá mi humanidad y dará frutos a la gloria de Dios. El espíritu de mi voluntad, que ahora está en la humanidad de Cristo, y que vive por su Espíritu, dará por Su virtud savia a la rama desecada, para que el último día, a la invocación de las trompetas celestes que son la voz de Cristo y la mía propia en Él, resucite y reverdezca en el Paraíso.
No es por ser menos pecadores por lo que nos salvamos, sino por permanecer unidos a Cristo. Los que eligen seguir separados, en el "ir pasando", sin mojarse, sin arriesgar, o bien en el otro extremo, en el competir y ganar ventaja sobre los demás, viven como dice el poeta, para el polvo y para el viento, es decir, perecerán, como dice el Evangelio de hoy. Los tibios no son para el Reino, como recuerda contundente el Apocalipsis (Ap. 3, 16). Por eso, vale más un gran pecador que se convierte, que un pecador mediocre que sigue enredado en su cobarde, baldía mediocridad.
Es la entrega total la que hace posible la Unión; derramar la última gota, darse sin medida. En la lógica del Reino, no se pierde lo que se da, al contrario, todo lo que se entrega, se recibe. Se entrega uno mismo, y se recibe al Sí mismo, se renuncia a la identidad y se encuentra la Esencia, se pierde la vida y se gana la Vida.
La salida del Egipto opresor y la llegada a la Tierra prometida suceden a la vez si nos derramamos hasta la última gota, como la mujer que unge a Jesús con el más valioso perfume, pecadora y santa a la vez, convertida en esa mujer nueva que su gesto interior, anterior al externo, su conversión sincera y total propicia (Lucas 7, 36-50).
Se trata, al fin y al cabo, de escoger si queremos vivir para lo ilusorio y efímero, o para lo esencial, lo verdadero. No damos fruto, no nos damos, porque estamos casi siempre dormidos, alienados, a merced de la inercia y las vanidades. Nos encadenamos a lo material, lo transitorio, y perdemos de vista lo que vale de veras, lo eterno. Buscamos necesidades absurdas y quienes nos las satisfagan desde fuera.
Si nos observáramos con sinceridad, veríamos que somos voluntariamente estériles. Traicionamos nuestra misión y nuestra verdad interior, y luego nos engañamos a nosotros mismos para poder soportar esa traición que nos condena. Es una elección continua; cada día, cada hora, cada instante hemos de optar entre vivir despiertos o dormidos, entre vivir para lo Real o para lo falso, entre ser estériles o dar fruto.
En claro paralelismo con la figura de Moisés, que condujo a su pueblo en el éxodo, desde Egipto hacia la tierra prometida, como nos recuerda la primera lectura (Éxodo 3, 1-8a.13-15), Jesucristo nos libera de la muerte y de las esclavitudes a las que nos sometemos, pues el Egipto opresor está dentro de nosotros, y la tierra prometida que mana leche y miel, también. Saberse prisionero es el primer paso para abandonar Egipto, la tierra de la esclavitud y la inconsciencia, y darse la vuelta para regresar a la tierra de la plenitud y la libertad.
Conversión, arrepentimiento, metanoia, teshuváh, el giro, el gesto que nos transforma de estériles en fecundos. Convertirse es mirar de otra forma, con ojos misericordiosos. Nosotros miramos con el egoísmo de nuestras seguridades, comodidades, parcelitas de control; Jesús mira rebosando amor, con un corazón palpitante, que no se cansa de derramar dones, gracias y bendiciones. El que solo se preocupa por controlar y asegurar “sus” cosas, “sus” costumbres, “sus” inercias, “sus” apegos, es estéril, no puede dar fruto.
La mejor conversión es dejar que la misericordia nos impregne hasta ser capaces de mirar y de amar como Jesucristo ama. Cada día su propio afán, siempre el mismo: ser o no ser, saberse y vivirse en Él, o seguir durmiendo hasta que Su voz nos despierte.
Permanecer, menein, mutua inmanencia, una de las palabras que más aparece en el Evangelio de San Juan. Permanecer en Cristo, indisolublemente unidos a Él nos hará fértiles, capaces de dar fruto, cumplirnos, entregarnos, con un amor que está a salvo del desgaste y la entropía. Un amor que crece y se expande sin cesar, continuamente revitalizado, siempre el mismo y siempre nuevo.
sábado, 15 de marzo de 2025
Transfigurarnos
Evangelio según San Lucas 9, 28b-36
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La Transfiguración de Jesús, Fra Angelico |
sábado, 8 de marzo de 2025
Desierto y tentaciones
Evangelio según san Lucas 4, 1-13

Se diría que la primera tentación es puramente física. Nada más lejos del verdadero sentido del Evangelio. Como responde Jesús: no solo de pan vive el hombre. La han llamado la tentación del materialismo, pero su alcance es más sutil y refinado; apunta a esa tendencia, presente en el hombre, a obrar según su propia voluntad y "alimentarse" de sus propias ideas y consideraciones. La maligna propuesta consistiría en usar el poder espiritual para contravenir las leyes naturales en beneficio propio.

La astucia del diablo usa nuestras propias defensas y las vuelve en nuestra contra. Lo hace hasta con las Sagradas Escrituras, tergiversando su sentido. Qué manipulables son los textos sagrados si se acude a ellos sin contar con Dios. El "acusador", el "separador" los conoce y recita a la perfección con sus fines malévolos, en este combate escatológico que se sigue librando en nuestras almas. Pero tenemos la Palabra viviente para vencer a quien quiera manipularnos con la palabra escrita. ¿De qué nos sirve la vana palabrería, por muy erudita, sugerente o novedosa que pueda resultar, si nos separamos de la Palabra encarnada?
Jesucristo es el Hombre Nuevo, que nos señala el camino de transformación. Porque la tentación no es mala en sí, al contrario, permite evolucionar, al vencer las fieras (Mc 1, 13) interiores y exteriores. Por eso, en el Padrenuestro, la oración por excelencia, no pedimos ser librados de la tentación, sino ayuda para vencerla. Porque lo que propone Satanás son, como dice Fulton Sheen, los tres atajos para no pasar por la cruz. Vencer consiste en no tomarlos y seguir por el camino estrecho que conduce a la Vida.
Jesús vence por amor y, en lugar de aceptar milagros en su propio beneficio, decide seguir los caminos del Padre, aunque estos lleven al fracaso aparente y la muerte en cruz, y no los caminos de los hombres, de triunfo y gloria en el mundo. Él sabía que debía transformar a los hombres con el arma del amor, no con la espada o los milagros. La astuta dialéctica del diablo es vencida por la fuerza de la verdadera inteligencia, la que conecta con el corazón.