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sábado, 28 de abril de 2018

Sin Mí no podéis hacer nada


Evangelio según San Juan 15, 1-8

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.


Domingo V de Pascua. (La Vid y los sarmientos". Seminario latino Beit Jalade de Jerusalén (s. XX))


La perfección se llama Jesucristo; el camino de la perfección es Jesucristo; la fuerza para seguir este camino es Jesucristo. Singular unidad, innombrable multiplicidad, sueño inconcebible, realidad indestructible. He aquí el objetivo del Universo, he ahí el propósito de mi existencia.
                                                                                                                        Paul Sédir

El cristianismo es una Persona, un hombre que también es Dios y quiere que nos unamos a Él. La imagen de la Vid y los sarmientos expresa esa unidad a la que estamos llamados. Al hacernos miembros del Cuerpo Místico de Cristo, participar de Su divinidad.  

Por nuestra incorporación a Cristo, alcanzamos nuestra verdadera esencia e identidad en Aquel que se ha hecho uno de nosotros para que nosotros seamos uno con Él y con el Padre. Porque la vocación original y definitiva del hombre es la unidad con el Único.

Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios, dice San Atanasio. Él ya nos atrajo hacia Sí, por eso nuestro destino es ascender, como Él ascendió. Pero para seguirle hemos de soltar lastre o, como dice el Evangelio de hoy, dejarnos podar. Para ser lo que Dios soñó para nosotros, lo que no podemos ni imaginar ("dioses sois"), hemos de desprendernos de lo que creemos ser, para ser lo que somos.

Con Cristo no nos disolvemos ni desaparecemos, no perdemos la individualidad que Él ama y con la que Le amamos; solo abandonamos el hombre y la mujer viejos, incapaces de amar, que ya no somos, para ser y amar de verdad. No se trata de un apego a la propia individualidad, que sería más fruto del ego que del amor, sino, precisamente, de la voluntad de seguir amando de Aquel que salió de Sí para encontrarse con cada uno.

Porque en Jesucristo cabe todo, lo limitado y lo ilimitado, lo material y lo espiritual, la multiplicidad y la unidad, lo personal y lo transpersonal, todo, ascendido y trascendido, glorificado en Él y con Él.

Jesús, que está a la derecha del Padre, está también en el corazón del hombre, porque ha querido acompañarnos hasta el fin de los tiempos. Dios habita en nosotros para ser Uno con cada hombre, con cada mujer, en un abrazo universal que no excluye a nadie. Sin Él no podemos hacer nada, pero incorporados a Él, insertados en Él, recibimos su Vida, como la savia que nutre los sarmientos, y somos capaces de todo, porque somos lo que Dios soñó para nosotros. 

Él se encarnó para salvarnos pero ya antes era y, después de subir al Padre, siguió siendo. Nos llama a nosotros a esa vida de plenitud luminosa que podemos vivir ya, ahora, cuando soltamos todo lo que no somos.


                                              Permaneceremos en Ti, Salomé Arricibita

Hace tiempo, mientras reflexionaba sobre este fragmento del Evangelio de Juan, buscando un apunte en mi agenda, encontré unas líneas que escribí una mañana, nada más despertar. Y así lo compartí en  www.viaamoris.blogspot.com, donde contemplamos también la imagen de la Vid y los sarmientos.

OTRO DON

Esta noche he tenido un sueño que me ha hecho comprender de forma viviente lo que es el Pan de Vida y también el Cuerpo de Cristo. Me he sentido totalmente parte de Él, una con Él y con el resto de Sus miembros. Respirando Su aire, alimentándome de una misma sangre que se me representaba transparente, como una savia muy sutil. ¡Y estaba dando flores! Unas flores raras, con pétalos blancos y azules, alguno violeta. El gozo que sentía, la paz que me embargaba, la confianza que se respiraba en aquel no-lugar idílico no los había sentido nunca. Tuve la certeza de estar donde debía estar, por siempre y para siempre; donde, en realidad, ya estoy, ya estamos si queremos. Y también sé que puedo revivir esos momentos de Comunión absoluta, de plenitud y alegría. Cada vez que me sienta desfallecer en este mundo del que no soy, conectaré con la verdadera realidad, a la que pertenezco, volveré a alimentarme de Vida eterna y sentiré cómo, a través de mí, se alimentan y vivifican todos los que han hecho posible que yo esté aquí, firmemente injertada en el Cuerpo de Cristo, dando flores y frutos en sazón.

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