Evangelio según san Juan 15, 9-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Como el
Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para
que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a la plenitud. Éste
es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene
amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe
lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a
mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido,
soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y
vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros”.
La última cena, Juan de Juanes |
Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni
otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de
cualquier clase, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura
podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos,
8, 38-39)
Hasta que Jesús nos da el Mandamiento
Nuevo, la consigna era amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno
mismo. Pero antes de su Pasión, en el discurso de despedida a los más cercanos,
Jesús quiere que vayamos mucho más allá, nos da un mandamiento nuevo, acorde
con la nueva creación que va a instaurar Su Pasión, Muerte y Resurrección. Se
nos pide que nos amemos unos a otros como Él mismo nos ha amado. Solo
Él sabe amar, nosotros aprendemos a amar relacionándonos íntimamente con Él a través de los Sacramentos, la lectura de Su Palabra, la oración.
Qué mayor intimidad que la que nos brinda la Eucaristía. El mismo Dios entra en nosotros para transformarnos en Él. El camino consiste, por eso, en unirnos a Aquel que nos ama infinitamente y nos enseña a amar, hasta que interiorizamos el sentido del Amor auténtico, el que está más allá de la emoción, del mero sentir. www.viaamoris.blogspot.com
Unidos a Él, somos capaces de todo, hasta el punto que lo que pedimos en Su Nombre, se realiza. Lo esencial es volver la mirada y el corazón hacia Cristo, cada día, cada momento; porque su acción salvadora es incesante, y así ha de ser nuestra voluntad de amar. Jesús, el nuevo Moisés, nos presenta un nuevo nivel de mandamientos y un nuevo nivel de cumplimiento, porque Él hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21, 5). Su mensaje es universal, ya no solo para el pueblo elegido, como nos recuerda la primera lectura (Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48); el Espíritu Santo se derrama sobre todos los han nacido de Dios, conocen a Dios y reciben de Él la capacidad de amar con un mismo amor. Jesús es el Amor de Dios manifestado y es el camino hacia la Vida verdadera; no un camino más, no un camino entre varios, sino el Camino.
Qué mayor intimidad que la que nos brinda la Eucaristía. El mismo Dios entra en nosotros para transformarnos en Él. El camino consiste, por eso, en unirnos a Aquel que nos ama infinitamente y nos enseña a amar, hasta que interiorizamos el sentido del Amor auténtico, el que está más allá de la emoción, del mero sentir. www.viaamoris.blogspot.com
Unidos a Él, somos capaces de todo, hasta el punto que lo que pedimos en Su Nombre, se realiza. Lo esencial es volver la mirada y el corazón hacia Cristo, cada día, cada momento; porque su acción salvadora es incesante, y así ha de ser nuestra voluntad de amar. Jesús, el nuevo Moisés, nos presenta un nuevo nivel de mandamientos y un nuevo nivel de cumplimiento, porque Él hace nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21, 5). Su mensaje es universal, ya no solo para el pueblo elegido, como nos recuerda la primera lectura (Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48); el Espíritu Santo se derrama sobre todos los han nacido de Dios, conocen a Dios y reciben de Él la capacidad de amar con un mismo amor. Jesús es el Amor de Dios manifestado y es el camino hacia la Vida verdadera; no un camino más, no un camino entre varios, sino el Camino.
Si queremos cumplir el mandamiento
principal que Él nos ha dado y ya que nuestro amor y también nuestra voluntad
de amar son limitados, empecemos amando la voluntad de Dios y renunciando a la
nuestra, tantas veces mezquina y utilitarista. Amar la divina voluntad en cada
circunstancia, ya no solo es ser consciente y estar atento, ni siquiera es, además,
aceptar sin rebelarse el momento como es. Hace falta ir mucho más allá: amar la
divina voluntad porque en ella está la salvación, confiando en que en esa
aceptación de los designios divinos, está todo lo que él quiere para nosotros y
es perfecto, necesario, lleno de bendiciones.
Esa es nuestra misión: bendecir al Señor y aceptar su bendición para nosotros. Nada que hacer, nada que ganar, nada que merecer…, solo ser amados y amar, mientras el Señor hace su labor en nuestras almas. Amaremos como Él cuando seamos capaces de amar a Dios hasta la unión plena y a los hermanos hasta el perdón y la entrega incondicionada.
Esa es nuestra misión: bendecir al Señor y aceptar su bendición para nosotros. Nada que hacer, nada que ganar, nada que merecer…, solo ser amados y amar, mientras el Señor hace su labor en nuestras almas. Amaremos como Él cuando seamos capaces de amar a Dios hasta la unión plena y a los hermanos hasta el perdón y la entrega incondicionada.
Entonces, podremos hablar al Señor
con la confianza de los enamorados o con la naturalidad del hijo que se atreve
a pedir todo porque ha sentido la inmensidad del Amor del Padre. Para amar,
primero, saberse amado, y ahí empieza la voluntad de amar, que ya es mucho,
luego, crecer en amor, tras los pasos de Aquel que nos ama y nos guía.
Si
quieres amar, deja que la Divina voluntad te inunde y ame en ti. Lo demás es
polvo, humo, nada, lo demás se quemará. Escucha la Palabra que se te dice hoy. Interiorízala,
hazla vida en ti con confianza, alegría y paz verdadera, sin nada que temer, nada
que perder, porque el Reino ya es y está en ti.
Así se expresa San Juan de la Cruz,
tan seguro de ser amado que deja su cuidado entre las azucenas olvidado y
acomoda así su cabeza en el pecho del Amado:
Oración del alma enamorada: ¡Señor
Dios, amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te
ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más
quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos. Y si es
que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y
óbramelas, y las penas que tú quisieras aceptar, y hágase…
¿Quién se podrá librar de los modos y
términos bajos si no le levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío? ¿Cómo se
levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú,
Señor, con la mano que le hiciste? No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me
diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso
me holgaré que no te tardarás si yo espero.
¿Con qué dilaciones esperas, pues
desde luego puedes amar a Dios en tu corazón? Míos son los cielos y mía es la
tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los
ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo
Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí pues ¿qué pides y
buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos
ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera y gloríate
en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu
corazón.
San Juan de la Cruz
Y así lo canta San Agustín, dichoso
por haber encontrado la Belleza tan antigua y tan nueva:
Dame amor. Vida mía, diré a voces,
porque dándome amor, en él te goces.
Si tu poder inmenso me cedieras,
te daría, en mi amor, cuanto
quisieras.
Amarte quiero más, que no gozarte,
y gozarte tan solo por amarte.
Escoria soy, mi amor; mas, aunque
escoria,
un dios quisiera ser para tu gloria.
Pues si yo fuera Dios, tanto te amara
que para serlo Tú, yo renunciara.
Mas ¡ay, amado mío, yo me muero
de ver que nunca te amo cuanto
quiero!
Úneme a ti, querido de mi vida:
será la nada en todo convertida.
Si pudiera, mi bien, algo robarte,
sólo amor te robara para amarte.
Mas si mi amor tu gloria deslustrara,
aunque pudiera amarte, no te amara.
Ámate, pues de amor eres abismo,
por ti, por mí, por todos, a ti
mismo.
S. Agustín
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