Libro de los Hechos de los
apóstoles 4,8-12
En aquellos días, Pedro, lleno de Espíritu
Santo, dijo: “Jefes del pueblo y ancianos: porque le hemos hecho un favor a un
enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre;
pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre
de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó
de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros. Jesús
es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido
en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado
otro nombre que pueda salvarnos.”
El Buen Pastor, Murillo |
La muerte no es el momento más importante y trascendental para la
vida de un cristiano, como afirman muchos creyentes. El momento decisivo es aquel en que nos
hemos abierto a Jesucristo y hemos puesto nuestra vida en Sus manos para con su
ayuda, solos no podemos, poder llegar a ser auténticos discípulos, testigos de
su Mensaje, apóstoles Suyos.
Para el que escoge a Cristo como Camino,
Verdad y Vida, Él es la piedra angular. Creer en Él nos da la vida eterna, porque el Verbo se hizo carne, se hizo debilidad para ser uno de nosotros y poder elevarnos con Él. Dios se
abaja para elevarnos, por amor. Ya no somos solo carne, destino mortal, porque
Él ha glorificado la carne, ha hecho del ser humano algo más que el
cuerpo frágil y el alma adormecida, consecuencia de la caída. Él nos
ha elevado y transformado, devolviéndonos la dignidad de los Hijos de
Dios.
Desde entonces es fácil aceptar la multiplicidad, como una cara
de la única moneda. Si, como dice Frithjof Schuon, la venida de Cristo es el
Absoluto hecho relatividad a fin de que lo relativo se haga Absoluto, bendita
relatividad, bendita multiplicidad, contemplada desde la esencia integral y
unificada que nuestra condición restaurada de Hijos nos otorga.
Porque seguir al Buen Pastor, reconocer con Pedro que bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos, nos permite recuperar la inocencia primordial, esa dimensión sin espacio ni coordenadas en la que todas las cosas y todos los seres son recreados en la Unidad, en un presente eterno, un único latido que trasciende las formas y los nombres ante el único Nombre, que siempre está viniendo.
Porque seguir al Buen Pastor, reconocer con Pedro que bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos, nos permite recuperar la inocencia primordial, esa dimensión sin espacio ni coordenadas en la que todas las cosas y todos los seres son recreados en la Unidad, en un presente eterno, un único latido que trasciende las formas y los nombres ante el único Nombre, que siempre está viniendo.
Dichoso el que crea sin
haber visto,
es, como estamos recordando estos días de Pascua, la bienaventuranza de los
hombres de hoy. Y, si nos fijamos bien, en ella están contenidas todas las
demás. Si creemos de verdad, sin necesidad de apoyos sensibles, no con la mera
“creencia” conformista, interesada o rutinaria de la mente, sino con la voluntad
que nace de un corazón generoso, nos sentiremos siempre unidos a
Jesucristo, y esa conciencia luminosa y transformadora nos llevará de
regreso a Casa, porque Él nos dará la gracia necesaria para seguir amando hasta
el final. Y el amor es mucho más que la fe, más que las obras y más que la fe
con obras.
Domingo del Buen Pastor y Jornada de Oración
por las Vocaciones, es lo que celebramos www.viaamoris.blogspot.com . Nuestra vocación común como
cristianos es ser fieles discípulos, de los Suyos, que nadie puede arrebatar de
Su mano. ¿Somos de los Suyos? ¿Queremos serlo? Yo sí quiero serlo, con toda mi
alma, hasta el punto de decir con Dostoievski: si alguien pudiera
demostrarme que la verdad está fuera de Cristo y que realmente Cristo está
fuera de la verdad, preferiría estar con Cristo antes que con la verdad.
San
Gregorio Magno habla así de Jesucristo como el Buen Pastor:
"Yo
soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas, es decir, que las amo, y las mías
me conocen. Habla, pues, como si quisiera dar a entender a las claras: «Los que
me aman vienen tras de mí». Pues el que no ama la verdad es que no la ha
conocido todavía.
Acabáis de escuchar, queridos hermanos, el riesgo que corren los pastores; calibrad también, en las palabras del Señor, el que corréis también vosotros. Mirad si sois, en verdad, sus ovejas, si le conocéis, si habéis alcanzado la luz de su verdad. Si le conocéis, digo, no sólo por la fe, sino también por el amor; no sólo por la credulidad, sino también por las obras. Porque el mismo Juan Evangelista, que nos dice lo que acabamos de oír, añade también: Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso.
Por ello dice también el Señor en el texto que comentamos: Igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Como si dijera claramente: «La prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí está en que entrego mi vida por mis ovejas; es decir: en la caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre».
Y de nuevo vuelve a referirse a sus ovejas, diciendo: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Y un poco antes había dicho: Quien entre por mí se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. O sea, tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y encontrará pastos en el eterno descanso.
Sus ovejas encuentran pastos, porque quienquiera que siga al Señor con corazón sencillo se nutrirá con un alimento de eterno verdor. ¿Cuáles son, en efecto, los pastos de estas ovejas, sino los gozos eternos de un paraíso inmarchitable? Los pastos de los elegidos son la visión del rostro de Dios, con cuya plena contemplación la mente se sacia eternamente.
Busquemos estos pastos, en los que podremos disfrutar en compañía de tan gran asamblea de santos. El mismo aire festivo de los que ya se alegran allí nos invita. Levantemos, por tanto, nuestros ánimos, hermanos; vuelva a enfervorizarse nuestra fe, ardan nuestros anhelos por las cosas del cielo, porque amar de esta forma ya es ponerse en camino.
Que ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzca, pues no deja de ser estúpido el caminante que, ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio de su viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía."
Acabáis de escuchar, queridos hermanos, el riesgo que corren los pastores; calibrad también, en las palabras del Señor, el que corréis también vosotros. Mirad si sois, en verdad, sus ovejas, si le conocéis, si habéis alcanzado la luz de su verdad. Si le conocéis, digo, no sólo por la fe, sino también por el amor; no sólo por la credulidad, sino también por las obras. Porque el mismo Juan Evangelista, que nos dice lo que acabamos de oír, añade también: Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso.
Por ello dice también el Señor en el texto que comentamos: Igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Como si dijera claramente: «La prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí está en que entrego mi vida por mis ovejas; es decir: en la caridad con que muero por mis ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre».
Y de nuevo vuelve a referirse a sus ovejas, diciendo: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Y un poco antes había dicho: Quien entre por mí se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. O sea, tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y encontrará pastos en el eterno descanso.
Sus ovejas encuentran pastos, porque quienquiera que siga al Señor con corazón sencillo se nutrirá con un alimento de eterno verdor. ¿Cuáles son, en efecto, los pastos de estas ovejas, sino los gozos eternos de un paraíso inmarchitable? Los pastos de los elegidos son la visión del rostro de Dios, con cuya plena contemplación la mente se sacia eternamente.
Busquemos estos pastos, en los que podremos disfrutar en compañía de tan gran asamblea de santos. El mismo aire festivo de los que ya se alegran allí nos invita. Levantemos, por tanto, nuestros ánimos, hermanos; vuelva a enfervorizarse nuestra fe, ardan nuestros anhelos por las cosas del cielo, porque amar de esta forma ya es ponerse en camino.
Que ninguna prosperidad, por sugestiva que sea, nos seduzca, pues no deja de ser estúpido el caminante que, ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio de su viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía."
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