Evangelio según San Juan 20, 1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo, camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
Resurrección de Jesús, Raffaellino del Garbo
En todos nosotros, seamos más o menos conscientes de ello, palpita un deseo de eternidad. La buena noticia es que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, con su muerte y su resurrección, hace posible el triunfo de la vida para toda la humanidad. Como el cuerpo muerto de Jesús se transformó en el cuerpo glorioso que apareció ante María Magdalena, y después ante el resto de los discípulos, a nosotros también nos espera esa gestación prodigiosa.
Desde ese momento, verdaderamente actual, vivimos en el tiempo de la gracia, y la muerte ya no tiene poder sobre nosotros. Sufrimos y morimos como una circunstancia temporal sobre la que nos alzamos (Jesús nos elevó, al ser elevado en la cruz y después resucitar), a fin de alcanzar nuestro destino de seres creados para vivir eternamente.
Así lo expresa San Pablo en la Primera Carta a los Corintios (1 Cor 55): La muerte ha sido absorbida por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? En esa epístola también se explica cómo la resurrección nos transformará, de corruptibles, en incorruptibles; no seremos espíritus puros como los ángeles, sino que seremos espiritualizados (1 Cor 15), cuerpo glorioso, alma y espíritu, plenitud del ser humano que Dios creó para la Vida.
La Resurrección es un proceso que escapa a nuestra comprensión porque es el paso a un nuevo modo de vida. En este plano, el espíritu está sometido a la materia y sus leyes, limitado por las dimensiones del espacio y el tiempo, condicionado por su unión con la materia en una única realidad personal. En la resurrección, se intercambian los papeles: el espíritu da a la materia su propio modo de existir, sin limitaciones espacio-temporales ni leyes físicas.
Por eso las fuerzas que condicionan la materia ya no influyen en ese cuerpo. La realidad humana total viviendo con la libertad propia del espíritu y cumpliendo lo que Cristo dijo: los que son hijos de la resurrección serán como los ángeles de Dios. La materia permanecerá, glorificada, porque cuerpo y alma forman la realidad humana ahora y para siempre.
En el nuevo modo de existir, la materia no será impenetrable, podrá estar en varios lugares a la vez, no necesitará fuentes de energía externa ni ocupar un espacio, y no cambiará con el tiempo, porque estará en ese no-tiempo que a veces somos capaces de experimentar aquí.
Todo esto acontecerá porque Jesucristo es fiel a Su promesa, y somos hijos de la promesa, no de la ley. La ley puede ser trasgredida, mientras que la Promesa permanece. Cuando el hombre muere, perdura el alma, pero no es el hombre completo; falta la restitución o reintegración del cuerpo, de la materia.
Confiamos en Su Palabra de vida eterna y sabemos que todos resucitaremos con nuestro cuerpo glorioso. Nuestra misión es ser consecuentes con esa promesa atemporal, actuar ya como seres resucitados, pues el hombre nuevo es la Resurrección, que se puede vivir antes de haber atravesado la puerta que es la muerte física.
Como vemos en www.viaamoris.blogspot.com, la Resurrección de Cristo es garantía de nuestra resurrección. Si para Dios no hay tiempo, ya hemos recibido el cuerpo del hombre nuevo, hemos resucitado y estamos junto a Él en el Padre, aunque aún tengamos que simultanear esa dicha inmensa con la travesía por aguas turbulentas de la gran tribulación.
¿Cómo vivir cuando has logrado ser consciente de que has sido rescatado del mundo de muerte y destrucción por Jesucristo? ¿Puedes volver a molestarte por tonterías? ¿Puedes ser superficial o hacer las cosas con desgana? ¿Puedes ser áspero con alguien? ¿Puedes recrearte en los placeres físicos? ¿Puedes obsesionarte con problemas que la mente agiganta? ¿Puedes, sabiéndote rescatado del mundo, poner el corazón en las cosas del mundo?
¿Puedes seguir desperdiciando la vida verdadera, los días que te dieron para amar, a cambio de una ensoñación o de un triunfo mundano y, por tanto, efímero? ¿Puedes desesperarte por las tragedias que acontecen, cuando sabes que, si das la vuelta a la alfombra, no son tales, sino purificaciones, victorias de combates invisibles, días de Gracia y Salvación? ¿Puedes perder el tiempo evocando momentos del pasado y desperdiciar la Vida, que siempre es ahora?
Y la Vida, solo se puede apreciar, acoger y transmitir, viviéndola como resucitados, con todos los sentidos, los físicos y los espirituales, despiertos, atentos, en comunión con Aquel que nos ha liberado.
Se trata, pues, de vencer la muerte, hoy mismo.
El cielo no está allí: está aquí;
el más allá no está detrás de las nubes,
está por dentro.
El más allá está por dentro,
como el cielo está aquí, ahora.
Es hoy que la vida debe eternizarse,
es hoy que somos llamados
a vencer la muerte, a volvernos fuente y origen,
a recoger la historia, para que
a través de nosotros empiece de nuevo.
Hoy, tenemos que dar
a cualquier realidad una dimensión humana
para que el mundo sea habitable,
digno de nosotros y digno de Dios.
Maurice Zundel
Diálogos Divinos. Resurrección de Jesús
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