Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 22,14–23,56
Hoy comenzamos la Semana Santa, días para recordar que, de un fracaso tremendo para el mundo, la crucifixión del Hijo de Dios como un delincuente, surge la auténtica y definitiva victoria, la resurrección gloriosa, el triunfo sobre ese fracaso universal que es la muerte.
Son días de silencio y recogimiento, de temblor y temor, días de gracia, que también contemplamos en www.viaamoris.blogspot.com. Días para aprender de Jesús a aceptar derrotas, traiciones, pérdidas, injusticias y sufrimientos que vengan de este mundo, en el que estamos y del que no somos, pues nuestro destino es seguirle también en la victoria frente al mundo.
Así nos anima a imitarle Santo Tomás de Aquino:
“Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.
(…) Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente dieron a beber hiel y vinagre.
No te aficiones a vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los hombres, ya que él experimentó las burlas y azotes, ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.”
Dios no exige la muerte del Hijo, sino que el Hijo abraza esa muerte como gesto de amor infinito, revistiéndose de todo nuestro pecado, nuestro dolor, nuestra mortalidad. Por eso no es lo material de los tormentos lo que nos salva (ha habido muchos seres humanos terriblemente torturados a lo largo de la historia), sino la aceptación voluntaria por parte de Jesús de todos esos padecimientos extremos, por amor y con voluntad salvífica. Así, después de una aparente derrota para el mundo, Cristo vence a la muerte, el mayor enemigo de Sus amigos.
Fray Juan de los Ángeles expresa la magnitud del fracaso, que será proporcional a la grandeza del fruto del Árbol de la Cruz, victoria absoluta y definitiva sobre la muerte:
“Vuelve los ojos a los males que padece, cuéntalos, si sabes de cuentas, añade números a números, y ceros a ceros, que no hay aritmética que no sea manca y corta para contarlos. Padece cárceles y cadenas como débil, siendo todopoderoso; padece escarnios y afrentas como necio, siendo sabiduría del Padre; padece y sufre bofetadas y salivas como blasfemo y vil, siendo la misma bondad; sufre azotes y muerte de cruz como malhechor, siendo justísimo Dios. Le llamó Isaías varón de dolores y que sabía de enfermedad, porque verdaderamente no hubo dolor que no se registrase en Él.
(…) Y lo que es más de consideración, que en medio de tantos y tan graves dolores, ningún género de alivio tuvo, ni sobre qué reclinar su cabeza lastimada, ni sobre qué descansar aquel sacratísimo cuerpo, que de solo tres clavos estuvo colgado y apegado a la tierra, secándose con los dolores; todo rodeado de los brazos de la muerte; en lo de fuera abatido y despreciado, y en lo de dentro desconsolado.”
Jesús guarda silencio durante la mayor parte de la Pasión. Y cuando habla, lo hace en voz baja y clara, como las pocas palabras que pronuncia ante Pilato, las que dirige a las mujeres de Jerusalén, camino del Calvario, o las siete Palabras desde la cruz.
El Verbo increado, la Palabra encarnada no necesita gritar ni vociferar. Muere como ha vivido, en voz baja, con voz clara, diciendo sí, cuando es sí, y no, cuando es no. Muere como ha vivido y resucita como ha muerto: sin aspavientos, sin bullicio, sin grandilocuencia, con un sepulcro vacío, unos lienzos tendidos y un sudario enrollado.
Dice Bruckberger: “Al tercer día resucitó como había dicho. Él es quien tiene la última palabra. Pero esta última palabra la pronuncia tan bajo, como verdadero poeta, que solo la oye quien tenga buenos oídos para oír.”
Ayer, estaba crucificado con Cristo,
hoy, soy glorificado con él.
Ayer, estaba muerto con él,
hoy, estoy vivo con él.
Ayer, fui sepultado con él,
hoy, he resucitado con él.
San Gregorio Nacianceno
"En una ocasión nuestro Señor me dijo: “Todo irá bien”; en otra ocasión dijo: “Y tú misma verás que todo acabará bien”. Y de esto el alma obtuvo dos enseñanzas diferentes. Una era ésta: que él quiere que nosotros sepamos que presta atención no solo a las cosas grandes y nobles, sino también a todas aquellas que son pequeñas y humildes, a los hombres simples y humildes, a este y a aquella. Y esto es lo que quiere decir con estas palabras: “Todo acabará bien”. Pues quiere que sepamos que ni la cosa más pequeña será olvidada.
Otro sentido es el siguiente: que hay muchas acciones que están mal hechas a nuestros ojos y llevan a males tan grandes que nos parece imposible que alguna vez pueda salir algo bueno de ellas. Y las contemplamos y nos entristecemos y lamentamos por ellas, de manera que no podemos descansar en la santa contemplación de Dios, como debemos hacer. Y la causa es ésta: que la razón que ahora utilizamos es tan ciega, tan abyecta y estúpida, que no puede reconocer la elevada y maravillosa sabiduría de Dios, ni el poder y la bondad de la santísima Trinidad. Y ésta es su intención cuando dice: “Y tú misma verás que todas las cosas acabará bien”, como diciendo: “Acéptalo ahora en fe y confianza, y al final lo verás realmente en la plenitud de la alegría”.
Hay una obra que la santísima Trinidad realizará el último día, según yo lo vi. Pero qué será esta obra y cómo será realizada es algo desconocido para toda criatura inferior a Cristo, y así será hasta que la obra se lleve a cabo… Y quiere que lo sepamos porque quiere que nuestras almas estén sosegadas y en paz en el amor, sin hacer caso de ninguna preocupación que pudiera impedir nuestra verdadera alegría.
Esta es la gran obra ordenada por Dios desde antes del principio, tesoro profundamente escondido en su seno bendito, conocido sólo por él, obra por la que hará que todo termine bien. Pues así como la santísima Trinidad creó todas las cosas de la nada, así la misma santísima Trinidad hará buenas todas las cosas que no lo son. Quedé profundamente maravillada en esta visión, y contemplaba nuestra fe con esto en la mente: “Nuestra fe se fundamenta en la palabra de Dios, y pertenece a nuestra fe que creamos que la palabra de Dios será preservada en todas las cosas”."
Juliana de Norwich
276. Diálogos Divinos. Penas.
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