Evangelio según San Mateo 28, 16-20
En
aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les
había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y
en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo
lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo.”
La Trinidad, Andrei Rublev |
La
Trinidad es lo único necesario, el Valor supremo. Lo que se pone en juego en
toda vida humana es la Trinidad ganada o perdida para siempre.
La
historia del mundo es un drama de redención; para unos acabará todo con la
visión de Dios, para otros con una desesperación eterna… ¡Cómo cambiaría todo
si supiésemos comprender que, a través de nuestros pasos diarios, prosigue la
subida de las almas hacia la inmutable Trinidad! Sería preciso colocar en todas
las encrucijadas de nuestras grandes ciudades un cartel o una flecha indicadora
que nos indicara el porqué del mundo y de nuestra vida. Dirección única: LA
TRINIDAD.
Marie Michel Philipon
Santísima
Trinidad, tres Personas en un solo Dios. Un solo amor fecundo e inagotable. ¿Qué
podemos hacer para que la Trinidad nos habite? Vaciarnos de palabras que pasan y
cumplir la Palabra eterna. Disponibles para ponerla por obra, fieles a las promesas
del Bautismo que nos transformó en hijos de Dios. Vivir en la verdad porque
Jesucristo, el rostro visible del Padre, es la Verdad y el Espíritu Santo es el
espíritu de la Verdad.
Prepararse
para ser habitado por la Santísima Trinidad es el verdadero despertar. Lo más
abstracto, para la mente limitada, nos saca de vanas
elucubraciones y nos capacita para amar, porque la Trinidad es el ejemplo de la
Unidad que conserva la individualidad para que el intercambio de amor sea
continuo. Es lo opuesto de Babel, la comprensión absoluta, la sintonía
perfecta, que también contemplamos en viaamoris.blogspot.com
Reconocer
la Trinidad como la dirección por la que avanzamos, como dice Marie Michel Philipon en la
cita que abre este post, es haber encontrado el verdadero sentido. Hasta que
aceptamos vivir la vida que Dios ha soñado para cada uno, todo es especular, en
el literal sentido de la palabra. Cuando conocemos y asumimos Su Voluntad, la
vida es obrar en Cristo, o mejor, dejar que él obre en ti, para que todo se
oriente a ese amor divino que es origen y llegada, meta y propósito. El amor
enfocado al amor. Cualquier actividad adquiere luz de eternidad. Incluso
escribir cobra un nuevo sentido. Ya no es trabajar para obras vanas e
innecesarias, como la mayoría de las obras publicadas, que recogen experiencias
que se quemarán. Escribir es aprender el canto del Cordero, el Poema que sea
agradable al Señor como dice el Salmo
103, que rezábamos el domingo pasado.
San
Atanasio dice que todo se nos da por el Padre a través del Hijo en el Espíritu
Santo. Por eso la “consigna” es vivir unidos a Cristo. No como una idea hermosa
o como una doctrina, sino como la verdadera vida, de la que la otra es espejo,
vivida en comunión trinitaria porque El Padre y el Espíritu Santo nos habitan
por el Hijo que, como dice el Evangelio de hoy está con nosotros hasta el final
de los tiempos.
Nicolás
Cabasilas lo expresa así “En la creación, el Padre fue el modelador; el Hijo,
la mano; y el Espíritu Santo, el que insufla o la vida. En la redención, el
Padre nos reconcilió, el Hijo obró la redención y el Espíritu fue el don
concedido a los que llegamos a ser amigos de Dios.”
Puede
ser difícil vivir estas verdades si no se comprende, y se interioriza, que hay
dos formas de existencia. La del mundo, del que, por Cristo, ya no somos, que
es la que nos resulta familiar. Está condicionada por el espacio, con sus tres
dimensiones, limitadas y concretas, y el tiempo, con su discurrir inexorable,
ante el que nos sentimos indefensos, vencidos de antemano.
La
segunda forma de existencia, el nuevo mundo al que estamos llamados, en el que
ya somos, aunque no nos demos cuenta, es la verdadera realidad, la dimensión
eterna que nos corresponde, a la que Cristo asciende, ya en plenitud, sin por
ello dejarnos. Porque es una realidad que se trenza con la otra, la de lo
aparente, lo material, y lo sublima, espíritu y materia, trascendencia e
inmanencia, Unidad, al fin.
Unidos
a Él, ya estamos en el cielo, en la gloria, en el siglo venidero, aunque aún no
nos hayamos despojado de los velos, a veces tan tupidos, de la carne. El viejo
hombre y el viejo mundo han pasado; la nueva creación nos reclama. Vivamos ya
la nueva vida de resucitados; hombres nuevos, capaces de ser testigos de
Jesucristo y de llevar a cabo la misión que Él mismo nos ha encomendado:
guardar, enseñar, compartir Su Palabra. Porque Aquel que tiene pleno poder en
el cielo y en la tierra está con nosotros y Es en nosotros, todos los días
hasta el fin del mundo.
Diálogos Divinos. La Trinidad en el alma
“Señor,
tu misericordia es eterna. Y tú, Cristo, que eres toda la misericordia, danos
tu gracia; extiende tu mano y ven ayudar a todos los que están tentados, tú que
eres bueno. Ten piedad de todos tus hijos y ven a socorrerlos; concédenos,
Señor misericordioso, poder refugiarnos a la sombra de tu protección y vernos
liberados del mal y de los secuaces del Maligno.
Mi
vida se ha enmarañado como una tela de araña.
En
tiempo de desgracia y turbación, hemos llegado a ser como refugiados, y
nuestros años se han marchitado bajo el peso de la misericordia y de todos los
males. Señor, tú has calmado la mar con una palabra tuya; en tu misericordia,
aplaca también las turbulencias del mundo, sostén al universo que se tambalea
bajo el peso de sus pecados.
Gloria
al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Señor, extiende tu mano
misericordiosa sobre los creyentes y confirma la promesa hecha a los apóstoles:
“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Socórrenos como
los socorriste a ellos y, por tu gracia, sálvanos de todo mal; danos seguridad
y paz para que te demos gracias y en todo tiempo adoremos a tu santo nombre.”
Liturgia
Caldea
Lo que agrada a Dios, Luis Alfredo Díaz
“Pensad
en la unidad, y ved si en la multitud misma agrada algo que no sea la unidad.
Gracias a Dios, vosotros sois muchos: ¿quién os conduciría sino disfrutarais de
unidad? ¿De dónde procede ese descanso en la multitud? Pon unidad, y habrá un
pueblo; quita la unidad, y habrá una turbamulta.
¿Qué es un turbamulta sino una
multitud confusa? Escuchad al Apóstol. Hablaba a una multitud, pero quería que
todos fuesen unidad. Os ruego, hermanos, que todos digáis lo mismo y que no
haya entre vosotros divisiones; sed perfectos con un mismo sentir y con un
mismo saber. Y en otro lugar: Sed unánimes, sintiendo la unidad, sin hacer nada
por rivalidad ni por vanagloria.
Ved,
entonces, como se nos recomienda la unidad. Nuestro Dios es ciertamente
Trinidad. El Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Padre, el Espíritu Santo no
es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu de ambos. Y, sin embargo, no son
tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un único Dios omnipotente; la misma
Trinidad es un único Dios, porque la unidad es necesaria. A esta unidad no nos
conduce otra cosa que el que, aun siendo muchos, tengamos un solo corazón.”
San
Agustín
No hay comentarios:
Publicar un comentario