Evangelio de Marcos 13, 33-37
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad, entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!
Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.
Efesios 5, 14
El amor nunca acabará. Las profecías serán eliminadas, las lenguas cesarán, el conocimiento será eliminado. Porque conocemos a medias, profetizamos a medias; cuando llegue lo perfecto, lo parcial será eliminado.
1 Corintios 13, 8-10
Ya en tiempos de Isaías, como vemos en la primera lectura de hoy, esperaban al "Libertador", con temor y temblor, conscientes de que la conversión del propio corazón hace que el Dios juez se transforme en Padre misericordioso. El Hijo del Hombre, el Libertador anunciado por el profeta, viene a salvarnos y viene ya, ahora, porque el día que caerá como un lazo sobre los habitantes de la tierra (Lucas, 21, 35) que leímos el último día del año litúrgico, es hoy, siempre hoy.
Si velamos, como se nos pide insistentemente en las lecturas del Adviento que iniciamos, podemos percibir los signos que hemos ido leyendo en el Apocalipsis de Daniel, tan tremendo y tan actual, con sus bestias sanguinarias e implacables, finalmente vencidas por "una especie de hijo de hombre" (Daniel 7, 10-14). La liturgia no pretende atemorizarnos, sino espabilarnos. Es una llamada universal a despertar, vigilar, estar atentos, de pie, la cabeza levantada, el ánimo resuelto, porque el Libertador, el que era, el que es, el que viene (Apocalipsis 1, 8; 4, 8), está viniendo ahora para todos.
Es Quien nos salva, nos transforma y perfecciona para que estemos preparados. Las palabras proféticas del propio Maestro en el Evangelio del miércoles pasado (Lucas 21, 12-19), tan esperanzadoras para los que se mantengan fieles y velando, y la clara advertencia que hace hoy, nos animan a soltar lo que impide estar despiertos, preparados para vivir ya aquí el Reino de los Cielos, que está cerca, que está dentro si estamos firmes, unidos al Hijo del Hombre que vino, viene, vendrá, como nos recuerda abajo San Bernardo.
Las profecías no asustan ni inquietan si se vive todo con peso de eternidad. ¿Cómo va a temer quien se sabe habitado por el Espíritu Santo, y siente su fuerza y su poder? El que vive con esa consciencia, confiado y libre, no tiene miedo. Está informado de lo que sucede fuera, pero sabe que lo más importante es lo que sucede dentro. Atendemos a los cataclismos interiores, a las fuerzas interiores y las sometemos para hacer realidad los nuevos cielos y la nueva tierra.
Hoy empieza el Adviento, tiempo de espera, tiempo de penitencia también, aunque el consumismo y superficialidad del entorno nos hagan olvidarlo, y tiempo de realización. Podemos vivir la vida de Jesús desde el Nacimiento en nuestras propias vidas. Preparémonos para conocerle más en este nuevo Año Litúrgico que comienza, para recibirle, recordando su primera venida, y acompañarle hasta la Resurrección, sabiendo que es vida nuestra, la vida que hemos venido vivir. Comienza la historia de amor con Aquel que viene a liberarnos y hacernos Sus hermanos, el que nos mantiene firmes hasta el final, como dice la segunda lectura (Corintios, 1, 3-9).
REFLEXIÓN DE SAN BERNARDO SOBRE LAS TRES VENIDAS DEL SEÑOR
Justo es, hermanos, que celebréis con toda devoción el Adviento del Señor, deleitados por tanta consolación, asombrados por tanta dignación, inflamados con tanta dilección. Pero no penséis únicamente en la primera venida, cuando el Señor viene a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19,10), sino también en la segunda, cuando volverá y nos llevará consigo. ¡Ojalá hagáis objeto de vuestras continuas meditaciones estas dos venidas, rumiando en vuestros corazones cuánto nos dio en la primera y cuánto nos ha prometido en la segunda!
Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres (Ba 3,38)…; En la última, “todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron” (Lc 3,6; Is 40,5)… La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan.
De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y majestad.
Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.
Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres (Ba 3,38)…; En la última, “todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron” (Lc 3,6; Is 40,5)… La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan.
De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y en la última, en gloria y majestad.
Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.
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