Evangelio según san Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el
pan que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el
pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Disputaban entonces los
judíos entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Entonces Jesús les
dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su
sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el
Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha
bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el
que come este pan vivirá para siempre.”
Desde ahora, a nadie conocemos según la carne; y aun a Cristo, si lo conocimos según la carne, ahora no lo conocemos así.
2 Corintios 5, 16
Cuanto más frecuente sea la Comunión, más abundantes serán las bendiciones. Por ello, si existieran dos hombres absolutamente iguales por su vida y uno de ellos hubiera recibido dignamente el cuerpo de Nuestro Señor una sola vez más que el otro, sería en comparación con ese otro como un sol fulgurante, y tendría una muy especial unión con Dios.
Maestro Eckhart
Maestro Eckhart
Día para reflexionar y comprender lo
que festejamos con la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el centro de nuestra fe, Dios
con nosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos. Soltamos lo que
nos impida abrir el corazón, contemplar el Misterio y adorar. Porque en el Santísimo Sacramento del Altar, además del Jesús que recorrió
Galilea, está el Verbo creador, el Cristo victorioso del Apocalipsis, todo el poder de un Dios
misericordioso, que se esconde para alimentarnos.
Verbo
increado y Dios encarnado… tanto amó Dios
al mundo… En la Hostia y el Cáliz consagrados, vemos, tocamos, comemos a Aquel que
anhelaba este encuentro desde toda la eternidad, el intercambio prodigioso, la correspondencia de amor que solo era posible haciéndose uno de nosotros.
Pero además quiere, y así nos lo enseñó en la Última Cena, que cada uno de
nosotros, de los Suyos, se haga Él.
En
el Cenáculo, junto a sus íntimos, Dios consagra a Dios, ofrece a Dios, comulga y
da a comulgar a Dios, llevando en Sí a todos los que se habían perdido, se pierden, se perderán. Redención total para el que la acepta. Cuando veas o sientas dolor de
cualquier tipo, recuerda que Jesús aquella noche luminosa, asumió sobre Sí todos los dolores. Él, todo en todos. Él, todos para el Todo. El Cordero sin
mancha que nos enseña a comulgar: unidos a Su Sacrificio eterno, con Su voluntad,
Su humanidad y Su divinidad, poniendo en cada Comunión lo que Él puso en
Aquella Comunión del Jueves Santo.
Por eso, en la Consagración, me ofrezco junto a Cristo y es el mismo Dios que acepta mi ofrenda insignificante, toma mi voluntad
humana, la nada que soy, mis errores, olvidos y desvaríos, y lo transforma todo en
Él. Y al comulgar, renuncio de nuevo a mí misma, para que Él sea en mí, me
llene, me colme, me transforme, para que pueda amar y entregarme sin condiciones, como Él… www.viaamoris.blogspot.com
Lo más cercano al cielo que hay en la
tierra es la Eucaristía, el sacramento del amor verdadero, donde somos preparados y enviados para amar (ite missa est) . Ahí es donde hemos de poner la atención, y Él pone Su atención en nosotros; nos transforma en Sí. La Eucaristía, lo aparentemente
nada para el mundo de los ciegos, lo más real para la Vida.
Si supiéramos con todo nuestro ser y
creyéramos con una fe firme y sin fisuras que tras la apariencia del pan y del vino está el
Verbo que ha creado el universo, caeríamos de bruces. Adorar, qué otra cosa
podemos hacer…, desaparecer en Él, abandonarnos en Su Vida, soltar todo lo que no es Él, dejar de ser para Ser.
Panis Angelicus, Cesar Franck, por Pavarotti
Todos
los que le tocaban quedaron curados.
Cuando
Jesús estuvo en este mundo, el simple contacto con sus vestiduras curaba a los
enfermos. ¿Por qué dudar, si tenemos fe, que todavía haga milagros en nuestro
favor cuando está tan íntimamente unido a nosotros en la comunión eucarística?
¿Por qué no nos dará lo que le pedimos puesto que está en su propia casa? Su
Majestad no suele pagar mal la hospitalidad que le damos en nuestra alma, si le
es grata la acogida. ¿Sentís la tristeza de no contemplar a nuestro Señor con
los ojos del cuerpo? Dígase que no es lo que le conviene actualmente...
Pero
tan pronto como nuestro Señor ve que un alma va a sacar provecho de su
presencia, se le descubre. No lo verá, cierto, con los ojos del cuerpo, sino
que se le manifestará con grandes sentimientos interiores o por muchos otros
medios. Quedaos pues con él de buena gana. No perdáis una ocasión tan favorable
para tratar vuestros intereses en la hora que sigue la comunión.
Santa
Teresa de Ávila
Camino
de Perfección, cap. 34
14. Diálogos divinos. Eucaristía
No hay comentarios:
Publicar un comentario