Evangelio de Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Disputaban entonces los judíos entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.”
La multiplicación de los panes y los peces, Tintoretto |
Nos despertamos en el cuerpo de Cristo
cuando Cristo despierta en nuestros cuerpos.
Bajo la mirada y veo que mi pobre mano es Cristo;
él entra en mi pie y es infinitamente yo mismo.
Muevo la mano, y esta, por milagro,
se convierte en Cristo,
deviene todo él.
Muevo el pie y, de repente,
él aparece en el destello de un relámpago.
¿Te parecen blasfemas mis palabras?
En tal caso, ábrele el corazón.
Y recibe a quien de par en par
a ti se está abriendo.
Pues si lo amamos de verdad,
nos despertamos dentro de su cuerpo,
donde todo nuestro cuerpo,
hasta la parte más oculta,
se realiza en alegría como Cristo,
y este nos hace por completo reales.
Y todo lo que está herido, todo
lo que nos parece sombrío, áspero, vergonzoso,
lisiado, feo, irreparablemente dañado,
es transformado en él.
Y en él, reconocido como íntegro, como adorable,
como radiante en su luz,
nos despertamos amados,
hasta el último rincón de nuestro cuerpo.
Simeón, el Nuevo Teólogo
cuando Cristo despierta en nuestros cuerpos.
Bajo la mirada y veo que mi pobre mano es Cristo;
él entra en mi pie y es infinitamente yo mismo.
Muevo la mano, y esta, por milagro,
se convierte en Cristo,
deviene todo él.
Muevo el pie y, de repente,
él aparece en el destello de un relámpago.
¿Te parecen blasfemas mis palabras?
En tal caso, ábrele el corazón.
Y recibe a quien de par en par
a ti se está abriendo.
Pues si lo amamos de verdad,
nos despertamos dentro de su cuerpo,
donde todo nuestro cuerpo,
hasta la parte más oculta,
se realiza en alegría como Cristo,
y este nos hace por completo reales.
Y todo lo que está herido, todo
lo que nos parece sombrío, áspero, vergonzoso,
lisiado, feo, irreparablemente dañado,
es transformado en él.
Y en él, reconocido como íntegro, como adorable,
como radiante en su luz,
nos despertamos amados,
hasta el último rincón de nuestro cuerpo.
Simeón, el Nuevo Teólogo
De La Misión, de Roland Joffé, 1986
Somos el Cuerpo de Cristo si vivimos con, por y para él. Entonces vivimos como Él, somos Cuerpo entregado y Sangre derramada por todos. Es tiempo de amor y de entrega. La mayor entrega es la del que da la vida por los demás.
Hace tiempo compartí en el blog hermano, www.viaamoris.blogspot.com , un sueño lúcido, de esos que te asaltan en la duermevela que antecede al alba y hacen que se caiga otro velo y que la vida, como el nuevo día de gracia que te es dado, empiece a clarear. Este fue el sueño o, mejor dicho, el despertar de aquel amanecer que aún no ha acabado.
OTRO DON
Esta noche he tenido un sueño que me ha hecho comprender de forma viviente lo que es el Pan de Vida y también el Cuerpo de Cristo. Me he sentido totalmente parte de Él, una con Él y con el resto de Sus miembros. Respirando Su aire, alimentándome de una misma sangre que se me representaba transparente, como una savia muy sutil. ¡Y estaba dando flores! Unas flores raras, con pétalos blancos y azules, alguno violeta. El gozo que sentía, la paz que me embargaba, la confianza que se respiraba en aquel no-lugar idílico no los había sentido nunca. Tuve la certeza de estar donde debía estar, por siempre y para siempre; donde, en realidad, ya estoy, ya estamos si queremos. Y también sé que puedo revivir esos momentos de Comunión absoluta, de plenitud y alegría. Cada vez que me sienta desfallecer en este mundo del que no soy, conectaré con la verdadera realidad, a la que pertenezco, volveré a alimentarme de Vida eterna y sentiré cómo, a través de mí, se alimentan y vivifican todos los que han hecho posible que yo esté aquí, firmemente injertada en el Cuerpo de Cristo, dando flores y frutos en sazón.
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