Anochece temprano, como siempre en invierno, y estoy sola o parece que estoy sola, como tantas veces en invierno y en verano. Respiro hondo y me cubro la cara en un gesto que puede parecer de agotamiento o desesperación, pero es de camaradería. Mis manos asumen la misión de mecer mis facciones con los ojos cerrados y en la boca un sfumato de Gioconda.
Cualquiera al verme diría: ¿qué te pasa? Yo respondería: no me sucede nada malo, no me sucede nada en realidad, y eso es lo bueno. Solo estoy dejando que mis manos y mi cara se toquen, se unan, vuelvan a encender la luz.
Suite Nº 1 de Peer Gynt. I La Mañana, E. Grieg
Una canción que nos nombrara..., la busqué durante años. Alguna casi lo logra: U2, Aztec Camera, Smiths..., algo después Bach, Mozart, Beethoven, Schubert... Hoy la música es más sutil, más sabia; octavas inauditas, silenciosas para los oídos del cuerpo. Sigo buscando la emisora interior, la frecuencia, el acorde que nos salve o nos devuelva el alma.
AL SÉPTIMO, DESCANSÓ
No me asombran la luz y los colores
que el mundo nos ofrece,
sino la mirada que hace posible
tal despliegue de gracia y lo eterniza.
No me conmueve la voz del ruiseñor
ni el murmullo del mar
ni la música de Bach o de Beethoven,
sino el silencio que he encontrado en mí,
donde puedo escuchar,
contemplar,
recrear tanta poesía.
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