Entras en la habitación para coger un libro. En el centro, sobre la tarima, un híbrido de mariposa y polilla, con las alas levantadas y juntas. De lejos parece un palito seco, delgado y frágil.
Antes de acercarte sabes que está muerta, algo te dice que ya solo es un montoncillo de células y átomos desordenándose. Con la yema de los dedos, la coges con cuidado y la dejas en la terraza, por si acaso resucita y echa a volar.
Ha quedado una gota de sangre en el suelo, inexplicable, como si algo la hubiera herido mientras descansaba. O tal vez los híbridos de polilla y mariposa mueren así, vaciándose, soltando, soñando transparencias, izando y uniendo las alas para el último vuelo.
No has limpiado la sangre; inexplicable también.
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