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sábado, 23 de noviembre de 2024

El reo es el Rey

 

Evangelio de Juan 18, 33b-37

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" Pilato replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho?" Jesús le contestó: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí." Pilato le dijo: "Entonces, ¿tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz."


                                                     Antonio Ciseri, Ecce Homo 

Cuando Jesús es llevado ante Pilato, dos mundos enfrentan de manera inmediata e inconciliable: el de los hechos y el de las verdades, y con una claridad tan terrible como nunca antes en la historia del mundo.
                                                                                                               Oswald Spengler                                                                                                                                     
Como dice la primera lectura de hoy, Daniel 7,13-14,  los pueblos reconocen el poder y el dominio del Rey. Reconocemos que Su reino no tendrá fin; y si Él es el primogénito (Ap 1,5-8), somos coherederos. Pero siendo hermanos del Rey, vivimos a veces como reyezuelos mezquinos y traidores en tronos de cartón piedra, porque hemos equivocado el enfoque, la dirección en la que mirar, la estrella que nos guía. Reconocerle como Rey, como la única referencia en el camino de regreso, disipa los errores y nos orienta de nuevo.

Los que proclamaban a Jesús como Rey en su entrada en Jerusalén, son los mismos que piden su condena a muerte días después. Vida y enseñanza del Maestro llenas de paradojas hasta el final. Porque en el juicio a Jesús interseccionan dos lógicas del mundo y la del Reino. Por eso, desde el infinito vertical cuyo centro es la Cruz que salva, es Él quien nos da entrada a la vida eterna que es ya, la Casa del Padre a la que regresamos, hijos pródigos todos. Y allí funciona otra lógica, la del Amor, que transforma todo y hace de lo débil, fuerte, de lo roto, perfección, de lo corrupto, pureza, del reo, Rey.

Reconocerse en Jesús, es ser Verdad con Él, soltar disfraces e imposturas, no necesitar lavarse las manos manchadas de sangre porque ya no hay crimen ni mancha ni gestos teatrales. Reconocerse en Él es escuchar su voz, que es la voz de la verdad. Se acabó el aparentar, fingir, mentir, disimular… Llegó la hora de hablar, sí sí, o no no, y ser transparentes para ser como él luz de Luz.

En Juan 19, 8, leemos: Cuando Pilato oyó estas palabras se asustó aún más. Casi todos hemos sido–somos Pilato alguna vez, deseoso de salvar a Jesús, pero al final cobarde y pusilánime, queriendo librarse de “líos”, optando por lo más normal, lo más fácil… Qué elección tan cobarde y tan poco acertada, que se ha repetido con variantes a lo largo de nuestra vida, algunas tan sutiles que parecen decisiones loables, cada vez que nos hemos quedado en el “estar”, “bienestar”, renunciando al “ser”.

Pilato se ha asomado a los ojos de la Verdad pero no se ha atrevido a abismarse en ellos, ha mirado a otro lado, a lo seguro, a lo conocido, a su estado o condición y no a su esencia. Y su estado es tan pobre, tan efímero… Pretor de mediana edad, casado, con responsabilidades políticas, todo por un breve tiempo que pasa como un suspiro. Hombre dubitativo y con escrúpulos morales que ha de firmar la sentencia de Jesús. Condescendiente con los que ya sabe que son unos farsantes que fingen respetar al césar. Es el prototipo del hombre actual, dividido, dudando entre varias alternativas, tratando de contemporizar y ser políticamente correcto... Ese es su plato de lentejas, su elección miserable a cambio de un tesoro infinito.

¿Qué premio ridículo, qué bienestar, escogemos nosotros a cambio de un precio de valor incalculable? ¿Qué mentira escojo, pagando por ella la Verdad que soy?

Pero aún podemos despertar del sueño de Pilato, escoger la Verdad y la Vida y pagar con la moneda de cambio de nuestra mentira, nuestra miseria, nuestra fragilidad, pobre carbón que el Rey transforma en diamante. Hoy, siempre es hoy, decido, y lo escribo porque lo escrito, escrito está, ser testigo de la verdad, ser de la Verdad y escuchar Su voz.

Jesucristo, Rey del Universo, Uni-Verso, Uno, Único, la Esencia original, la Unidad, el Verbo encarnado, muerto y resucitado, para que todos seamos Uno en Él. Es lo que no vio Pilato, porque pensaba, sentía, miraba y escuchaba según la lógica divergente del mundo.

Jesús, cuyo reino no es de este mundo, habla con palabras verticales, espiral de consciencia que nos eleva y a la vez nos transforma en ciudadanos de ese reino. En el colmo de esa nueva lógica, un preso, un condenado a muerte se proclama rey. Un reino de siervos, sin poder del mundo. Un rey que ha querido pasar desapercibido, sin alabanzas ni prestigio… Qué autoridad tan diferente, tan original, en el verdadero sentido de la palabra, y tan efectiva.

Los reinos del mundo muestran su poder, sus credenciales en la existencia virtual en la que nos desvivimos buscando supervivencia, seguridad, competencia, triunfo y reconocimiento mundano. El Reino se nos va revelando a través de paradojas lúcidas que nos abren ventanas a la confianza, la unidad, lo libre, lo verdadero.

Juicio, en griego, crisis. El juicio a Jesús es uno de los momentos claves de la historia de la humanidad, intersección entre lo temporal y lo eterno, entre lo humano y lo divino, horizontal y vertical, prefiguración de la Cruz que se avecina. Momento cumbre que toma la forma de un juicio, un proceso, un reo y una condena. La eternidad y la historia se entrelazan  para siempre. 

Son dos juicios simultáneos: el humano y el divino, el terrenal y el celestial, el temporal y el eterno. Dos juicios y dos reinos. Por eso Pilato no llega a comprender. No es capaz de atravesar el ojo de aguja que permite ver las leyes de lo superior, no reconoce a Jesús, sigue viendo al reo y no al rey.

Una autoridad del mundo terreno y temporal es quien ha de juzgar y sentenciar a la única Autoridad real. En la pregunta de Pilato a Jesús, que Nietzsche definió como la frase más sutil de todos los tiempos: ¿qué es la verdad? (ti estin alétheia?), se enfrentan dos concepciones diferentes de la verdad. Hay que esperar al verdadero desenlace del juicio, no el temporal, sino el eterno, que ya está contenido en esta escena para el que tiene ojos que ven y oídos que oyen. Con la Resurrección, triunfa definitivamente la Verdad que trasciende las verdades limitadas, concretas y subjetivas, de lo temporal.

 
                                               El sueño de Pilato, Jesucristo Superstar

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