Evangelio según san Juan 13, 31-33a.34-35
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.
¿Quieres ser totalmente? Ama totalmente.
San Antonio de Padua
Que sea vuestro hablar sí, sí; no, no. Lo que pase de ahí procede del Maligno.
Mateo 5, 37
El Mandamiento Nuevo, nuestro gran tesoro, se ha contemplado en estos blogs varias veces. Hoy la reflexión se centra en dos claves. La primera, el amor como Camino, que da título a este blog. Jesús es el Amor de Dios manifestado y es el Camino. No un camino más, no un camino entre varios, es el Camino. Y hoy, como nunca, hace falta decirlo como lo haría el Maestro, con la transparencia de decir "sí, cuando es sí, y no, cuando es no".
Y ahí aparece la segunda clave. Si el amor es “sí, sí, no, no”; no admite interpretaciones. Si hay mucho que explicar, justificar o interpretar, algo falla. Jesús es el Camino, igual para todos, sin casuísticas ni subjetividades. Al joven rico le pidió entrega total en el amor, no tomó su caso particular para darle una “solución personalizada, basada en el diálogo y la comprensión”. Se lo dijo con claridad diáfana, porque le amaba.
Parecía un hombre “bueno” ese chico... Hoy en día, por lo visto, se habría estudiado su caso de manera específica, su situación personal, sus circunstancias familiares…, y en vez de decirle, "déjalo todo y sígueme" , le darían una larga y prolija argumentación que le pondría muy contento, en lugar de hacerle alejarse cabizbajo… Muy contento..., pero confundido, equivocado, incapaz de imaginar siquiera la verdadera riqueza a la que estamos llamados. ¿Por qué no se habla hoy con la claridad con que habla el Maestro? ¿Será que no se cree en esa riqueza que trasciende lo inmediato pues tiene vocación de eternidad?
Parecía un hombre “bueno” ese chico... Hoy en día, por lo visto, se habría estudiado su caso de manera específica, su situación personal, sus circunstancias familiares…, y en vez de decirle, "déjalo todo y sígueme" , le darían una larga y prolija argumentación que le pondría muy contento, en lugar de hacerle alejarse cabizbajo… Muy contento..., pero confundido, equivocado, incapaz de imaginar siquiera la verdadera riqueza a la que estamos llamados. ¿Por qué no se habla hoy con la claridad con que habla el Maestro? ¿Será que no se cree en esa riqueza que trasciende lo inmediato pues tiene vocación de eternidad?
Hasta que Jesús nos da el Mandamiento Nuevo, la consigna era amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Bien lo sabía el escriba que preguntó a Jesús sin malicia en otra escena del Evangelio. Pero antes de su Pasión, en el discurso de despedida a los más cercanos, con palabras claras y definitivas que, como dijo Unamuno, habría que leer de rodillas, Jesús quiere que vayamos mucho más allá, nos da un mandamiento nuevo, acorde con la nueva creación que va a instaurar Su muerte y resurrección. Se nos pide que nos amemos unos a otros como Él mismo nos ha amado. www.viaamoris.blogspot.com
A menudo no nos amamos ni siquiera a nosotros mismos. Si amáramos a los demás como a nosotros, ¡qué desastre! Pero si los amamos como Jesús, ¡qué maravillosa exigencia! Hasta el extremo, dando la vida, sin condiciones. Es el Camino, radical y maravilloso; por eso hay que huir de tibiezas y ambigüedades. Jesús es sí, sí, no, no y nos pide que vivamos y actuemos con esa claridad. Cuánto cuesta explicar algo cuando no nace de la Verdad... Como Él nos ha amado…, ¿obra titánica?, ¿demasiado? Imposible para nosotros, incluso para los santos, pero posible por Él y con Él ("ya no soy yo quien vive, sino Cristo que vive en mí. Te basta mi gracia").
Antes de empezar este post, y en mis reflexiones de estos días, me decía: si yo fuera obispo, si fuera al menos sacerdote, diría lo que pienso sobre lo que está viviendo la Iglesia y no recogen los medios de comunicación (crisis profunda, división, conflictos, recelos, lo más contrario al mensaje de Jesús, que es mensaje de Amor). Intentaría decirlo con honestidad y sencillez, sin contemporizar y sin mirar para otro lado. Pero soy solo poeta…, ¿cómo voy a manifestar, entre tantos teólogos, lo que siento y percibo en esta locura de confusión e interpretación de lo interpretado, este galimatías que algunos fomentan y otros camuflan?
Soy solo poeta…, una escritora ignorante... ¡Pero también soy sacerdote!, ¡y profeta!, todos lo somos en Cristo, miembros de Su Cuerpo místico. Así que mi deber como discípula Suya es dar testimonio de lo que el Maestro nos enseña y decirlo desde la azotea, luz en el candelero. Y no hace falta decirlo en voz alta, basta decirlo en esencia y en voz baja, sin amargura, con la reverencia del centurión manifestando su fe ("Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya bastará...").
En voz baja y reverente, pero claro y sin tapujos: sé de Quién me he fiado, sé a Quién sigo y nada ni nadie me confundirá ni me separará de Él y de su Buena Nueva. Todo está dicho por Aquel que hace nuevas todas las cosas. Toda novedad nace de Él y a Él vuelve. Toda la sabiduría y la verdad se encuentra en Su Mensaje, que no cambia ni una coma ni una tilde de la Ley, sino que la completa y la perfecciona, la eleva y le da sentido de eternidad.
Y su mensaje es Amor, Vida, Luz, tan lejos de tibiezas y ambigüedades…. El Señor se revela a los pequeños y sencillos. En la humildad nace la capacidad de amar como Él nos ha amado, porque la humildad permite reconocer que no sabemos ni podemos amar por nosotros mismos. Pero unidos a Él, somos capaces de todo, nada nos parece imposible.
De ahí que la esencia de la oración sacerdotal de Jesús (Juan 17), al final del discurso de despedida, cuyo inicio hoy contemplamos, se pueda resumir en dos de las palabras que se repiten en este discurso: menein (mutua inmanencia, morar en, permanecer en, unidos) y pro eis (por ellos). Yo confío plenamente en Aquel que hace todo por nosotros (pro eis) y manifiesta la Unidad que salva y eterniza (menein).
De ahí que la esencia de la oración sacerdotal de Jesús (Juan 17), al final del discurso de despedida, cuyo inicio hoy contemplamos, se pueda resumir en dos de las palabras que se repiten en este discurso: menein (mutua inmanencia, morar en, permanecer en, unidos) y pro eis (por ellos). Yo confío plenamente en Aquel que hace todo por nosotros (pro eis) y manifiesta la Unidad que salva y eterniza (menein).
Malabares dialécticos, ambigüedades, retruécanos, hipocresía de unos y de otros, interpretaciones complicadas, explicaciones de explicaciones, coro de aduladores sin criterio... Alguien ha dicho acertadamente que esta diatriba de teólogos le recuerda la figura retórica llamada calambur (juego de palabras que consiste en modificar el significado de una palabra o frase, agrupando de distinta formas sus sílabas). Yo solo sé que Jesús es directo, sencillo y claro en Su enseñanza, que Él es la Verdad y la Vida y que Su Palabra no pasa.
El que prefiera otras palabras que no sean las de Cristo que lo diga abiertamente si hay quienes dependen de su magisterio, pero que sepa que está renunciando a la Palabra de Vida eterna. Y quienes, por inercia o desidia, por ambición, conveniencia personal o por ir al sol que más calienta, se estén alejando del Sol Invicto, que recuerden el destino de los ciegos que guían a otros ciegos.
Aquel que hace nuevas todas las cosas nos ayuda a ver claro, más allá del humo de tanta dialéctica inútil, para no dejarnos confundir. Por Él y en Él, fieles, seguros, firmes en la fe, sabiendo en Quién confiamos.
90 Diálogos Divinos, Cuando cesa el amor...
Para hablar de las palabras de Jesús es preciso conservar sus palabras o su eco. Yo no tengo sus palabras ni su eco. Os pido que me perdonéis por empezar una historia que no puedo acabar. Pero el final aún no ha llegado a mis labios. Es todavía una canción de amor en el viento.
Khalil Gibran
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