Evangelio según san Juan 14, 15-21
En
aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis
mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito que esté siempre
con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no
lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque mora con vosotros y
está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el
mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo.
Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, vosotros en mí y yo en vosotros. El
que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama, será
amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él”.
Las palabras del Mismo Jesús en Libro de Cielo, las Enseñanzas que
dictó a Luisa Piccarreta nos ayudan a profundizar en los Misterios que esboza
el Evangelio de hoy:
29 de Octubre 1899
Jesús la lleva en
brazos y la instruye.
Continúa viniendo
mi adorable Jesús, pero esta mañana, en cuanto ha venido me ha tomado entre sus
brazos y me ha transportado fuera de mí misma; y yo, encontrándome en aquellos
brazos comprendía muchas cosas y especialmente que para poder estar libremente
en los brazos de Nuestro Señor y también para entrar buenamente en su corazón y
salir de él como al alma más le plazca, y para no ser de peso y fastidio al
bendito Jesús, es absolutamente necesario despojarse de todo. Por tanto, con
todo el corazón le he dicho: “Mi amado y único Bien, lo que te pido para mí es
que me despojes de todo, porque bien veo que para ser revestida por Ti y vivir
en Ti, y que Tú vivas en mí, es necesario que no tenga ni siquiera la sombra de
lo que no te pertenece”. Y Él todo benignidad, me ha dicho: “Hija mía, la cosa
principal para que Yo entre en un alma y forme mi habitación en ella, es el
desapego total de toda cosa. Sin esto no sólo no puedo morar en ella, sino que
ni siquiera alguna virtud puede tomar habitación en el alma. Después que el
alma ha hecho salir todo de sí, entonces Yo entro en ella y unido con la
voluntad del alma fabricamos una casa, los cimientos de esta casa se basan en
la humildad, y cuanto más profundos sean, tanto más altos y fuertes resultan
los muros; estos muros serán fabricados con piedras de mortificación, cubiertos
de oro purísimo de caridad. Después de que se han construido los muros, Yo,
como excelentísimo pintor, no con cal y agua, sino con los méritos de mi
Pasión, simbolizados por la cal, y con los colores de mi sangre, simbolizados
por el agua, los recubro y en ellos formo las más excelentísimas pinturas, y
esto sirve para protegerla bien de las lluvias, de las nevadas y de cualquier
golpe. Inmediatamente después vienen las puertas, y para hacer que éstas sean
sólidas como madera, no sujetas a la polilla, es necesario el silencio, que
forma la muerte de los sentidos exteriores. Para custodiar esta casa es
necesario un guardián que vigile por todas partes, por dentro y por fuera, y
éste es el santo temor de Dios, que la guarda de cualquier inconveniente,
viento, o cualquier otra cosa que pueda amenazarla. Este temor será la
salvaguardia de esta casa, que hará obrar al alma no por temor de la pena, sino
por temor de ofender al propietario de esta casa. Este santo temor debe hacer
que todo se haga para agradar a Dios, sin ninguna otra intención. Enseguida se
debe adornar esta casa y llenarla de tesoros, estos tesoros no deben ser otra
cosa que deseos santos, lágrimas; estos eran los tesoros del Antiguo Testamento
y en ellos encontraron su salvación, en el cumplimiento de sus votos su
consolación, la fuerza en los sufrimientos; en suma, toda su fortuna la basaban
en el deseo del futuro Redentor y en este deseo obraban como atletas. El alma
sin deseo obra casi como muerta; aun las mismas virtudes, todo es tedio,
fastidio, animadversión, ninguna cosa le agrada, camina casi arrastrándose por
el camino del bien. Todo lo contrario el alma que desea, ninguna cosa le causa
peso, todo es alegría, vuela, en las mismas penas encuentra sus gustos, y esto
porque había un anticipado deseo, y las cosas que primero se desean, después
vienen a amarse, y amándose, se encuentran los placeres más agradables. Por eso
este deseo debe acompañar al alma desde antes de que se fabrique esta casa. Los
adornos de esta casa serán las piedras más preciosas, las perlas, las gemas más
costosas de esta mi vida, basada siempre en el sufrir y el puro sufrir; y como
Aquel que la habita es el dador de todo bien, pone en ella el ajuar de todas
las virtudes, la perfuma con los más suaves olores, siembra las flores más
encantadoras y perfumadas, hace sonar una música celestial de las más
agradables, hace respirar un aire de Paraíso. He olvidado decir que se necesita
ver si hay paz doméstica, y ésta no debe ser otra cosa que el recogimiento y el
silencio de los sentidos interiores”.
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