Evangelio según san Lucas 21,
5-19
En aquel tiempo, algunos ponderaban la
belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:
“Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra:
todo será destruido”. Ellos le preguntaron: Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y
cuál será la señal de que todo eso está por suceder? El contestó: “Cuidado con
que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: “Yo soy”,
o bien “el momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de
guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir
primero, pero el final no vendrá enseguida.” Luego les dijo: “Se alzará pueblo
contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos
países epidemias y hambres. Habrá también espantos y grandes signos en el
cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a
los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores
por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito
de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a la que
no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta
vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a
algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un
cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis
vuestras almas”.
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Dresden 1945 |
Adivinación,
augurios y sueños no tienen sentido,
como
imaginaciones de mujer en parto.
A
menos que vengan de parte del Altísimo,
no
hagas caso de ellos.
Porque
a muchos les engañaron los sueños:
fracasaron por fiarse de ellos.
Eclesiástico 34,
5-7
Los momentos de incertidumbre y
precariedad, esas crisis totales que hacen perder el suelo bajo los pies nos ayudan a descubrir dónde está nuestro verdadero apoyo, la única seguridad de nuestras vidas: Jesucristo. Él nos defiende, nos salva y, mucho más aún, nos devuelve a nuestro estado original, que no es el de pobres criaturas atribuladas, a merced de peligros y amenazas externas, sino el de hijos de Dios, semejantes a Él por la gracia, creados para una Vida que no acaba.
Abandonados en Él, nos despojamos de todo lo que nos impide alcanzar esa dignidad de hijos de Dios. Vemos nuestra miseria y limitaciones y se las entregamos a Jesús, pues son Suyas, Él pagó por ellas con el precio infinito de Su Sangre. Entonces, en lugar de vivir encorvados por el miedo y la angustia, mirándonos a nosotros mismos, nos enderezamos y vivimos erguidos, mirándole a Él, siguiéndole para ir encontrando nuestra vida verdadera, la que Dios planeó para nosotros desde toda la eternidad.
Porque las crisis o los dramas
personales pueden endurecer el corazón o abrirlo, sumirte en tinieblas o darte una nueva luz. Entonces te das cuenta de que las guerras y revoluciones de las que hoy habla el Evangelio tienen lugar dentro de cada uno de nosotros. Si te mantienes unido a Jesús, tarde o temprano acontece la
rendición de los personajes que ya no podemos seguir interpretando, Él se convierte en actor y espectador de nuestra vida, que es Suya. El corazón se
libera de escudos y armaduras y se alza la bandera de la
confianza en Jesucristo, nuestra verdadera seguridad, el único que nos da
palabras de Vida, frente a tanto charlatán y falso maestro, ciegos que guían a
otros ciegos. Y la confianza nos lleva al desapego de todo lo que no es de Jesús y al abandono total en Él. www.viaamoris.blogspot.com
¿Para qué preocuparnos de
escatologías más o menos cercanas o lejanas, si tenemos el maravilloso momento
presente, el único donde podemos alcanzar nuestra verdadera identidad y hacer realidad el Reino de la Divina Voluntad en nosotros? El Reino que pedimos en el Padrenuestro: "venga a nosotros tu Reino" es el Reino del Fiat Voluntas Tua. Porque El Reino que ya está entre nosotros es Jesús, Reino del Padre, que el Fiat de María hizo posible (hágase en mí según tu Palabra). Ahora hemos de ser nosotros el Reino del Hijo. El Rey de reyes necesita el Reino sobre el que reinar. Y ese Reino somos nosotros si pronunciamos nuestro Fiat, "hágase Tu Voluntad, como en el Cielo en la tierra".
Las profecías sobre el final de los tiempos de los primeros cristianos, y de algunos cristianos hoy, aun basándose en la Verdad, no deberían alterar o inquietar a quienes ya viven trascendiendo el tiempo cronológico, atentos a esos vínculos eternos que la Voluntad de Dios ha ido tejiendo desde antes de todos los tiempos.
Debemos
atender a las guerras y los cataclismos interiores, a las fuerzas de dentro de uno mismo y
someterlas, destruyendo la voluntad humana actuando separada de la Voluntad Divina. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre era también esto..., era sobre todo esto. Volvamos al Paraíso Original para que se restituya el Vínculo eterno y la voluntad humana actúe en comunión con la Divina. Así haremos posibles los nuevos cielos y la nueva tierra en nuestra alma.
El que vive en la Divina Voluntad, confiado
y libre, abandonado de sí, no tiene miedo. Se informa sobre lo que sucede fuera, pero sabe que
lo más importante es lo que sucede dentro. Por
eso puede perseverar y seguir amando y dando testimonio valeroso y decidido hasta
el final, porque sabe que toda defensa y toda sabiduría vienen del Señor.
Es absurdo pretender saber cuándo
moriremos o cuándo será el fin del mundo. Sin embargo, debemos aprender a
interpretar los signos de los tiempos, tan evidentes para el que tiene ojos que
ven y oídos que oyen, y vivir en consecuencia. Porque el Reino se realiza en cada uno de nosotros
cuando vivimos velando, atentos, vigilantes, con el único “equipaje” necesario siempre
listo: vivir fundidos con Jesucristo, sin apartar nuestra vista de Él.
O fortuna. Carl Off. Carmina Burana
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