Evangelio según san Lucas (2,41-52)
Los padres de
Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió
doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se
volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus
padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un
día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no
encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres
días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban
asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron
atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y
yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No
sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» Pero ellos no
comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba
sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba
creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.
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La Sagrada Familia, Míguel Ángel |
Hoy, Solemnidad de la Sagrada Familia, la Iglesia celebra la Jornada por la Familia y
por la Vida. En www.viaamoris.blogspot.com nos centramos en el Evangelio de hoy para profundizar en el verdadero sentido de la Vida.
En la Carta a Filemón, San Pablo nos
dice que los lazos espirituales son infinitamente superiores a los carnales.
Porque la libertad a la que nos guía la Sabiduría fortalece la fraternidad;
escuchar a Cristo y cumplir la voluntad del Padre es conectar con la verdadera
familia (Lucas 8, 21).
Hay mucho
sueño, incoherencia, fracasos y errores en casi todos los hogares, como los hay
en uno mismo. La familia exterior es a menudo reflejo de la sociedad en que
surge, y reproduce sus lacras: consumismo, hedonismo, competitividad, egoísmo,
inercia… Pero más importante que los lazos de la sangre, como dijo Jesús, son
los lazos espirituales que se crean entre aquellos que escuchan la Palabra y la
cumplen, la familia espiritual, que está más allá de la reproducción y el
crecimiento de la especie.
La
Sagrada Familia es modelo para todas las
familias desde hace dos milenios; para las familias biológicas y, sobre todo, para la verdadera familia: la familia espiritual,
unida por lazos eternos, la formada por aquellos que, en palabras del propio
Jesús, escuchan la palabra de Dios y la cumplen (Lucas 8, 20). No es, por
tanto, una familia según la carne o la sangre, sino en espíritu y en verdad, a la que pertenecemos por el Bautismo.
Es la Palabra encarnada en cada uno
la que hace posible la familia real y duradera como semilla del Cuerpo Místico,
esa Comunión de los Santos que regresan a la Jerusalén celeste.
Imitando a Jesús, María y José, aprendemos a mantenernos fieles, despiertos, el corazón encendido, la
cintura ceñida, dispuestos a emprender el camino en medio de la noche como José cuando escucha la voz de Dios. Van, vienen, cambian, crecen, evolucionan
según la Voluntad del Padre, valientes y libres, confiados y generosos, sin
apegarse a lugares o circunstancias.
La Familia de Nazaret es ejemplo para
las familias físicas pero, sobre todo, para la familia espiritual. No en vano,
el Padre de esta Familia es Dios Padre, el Esposo, el Espíritu Santo y el Hijo
es el Verbo. San José cumple la función de padre impecablemente, sin ser padre
de carne, y María es hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu
Santo, lo que cada alma está llamada a ser si la imitamos.
Imágenes de El Evangelio según San
Mateo, de Pier Paolo Pasolini
La
Sagrada Familia, siempre en la inestabilidad material, en lo incómodo, en lo
precario y amenazada por los poderes del mundo. Su centro de gravedad, sus
apoyos, nunca estuvieron en el mundo sino en la confianza
depositada en el Padre. Que sean
nuestra inspiración.
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