Evangelio de Marcos 4, 26-34
En
aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de Dios se parece a un hombre
que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la
semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo
la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano.
Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Dijo
también: “¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?
Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña,
pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan
grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas”. Con muchas
parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se
lo exponía en parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
La entrada en el Reino exige un deseo vivo y continuo, una aceptación
constante y actual de la voluntad de Dios sobre nosotros. Es un “sí”
continuamente repetido, que ha de vencer a nuestra infidelidad práctica
Yves de Monteheuil
Con
parábolas, para que le entiendan todos, y con su vida, Jesús anuncia el Reino de
Dios, insistiendo en que no es un Reino lejano e inalcanzable, sino que está
dentro de nosotros (Lucas 17,21), dentro y cerca (Marcos 1,15), y se actualiza
en Él y en cada uno de los que acogen la Buena Nueva (Mateo 20,28). Porque el Reino es Jesucristo y la Buena Noticia que anunciamos es también Él.
Y ¿cómo es
ese Reino tan cercano, tan íntimo, tan personal? ¿Por qué no lo vemos? Porque está en la eternidad y mientras seguimos en el devenir temporal, solo podemos vislumbrarlo
en ese instante sagrado en que, abiertos al Misterio, conectamos
con el Eterno, Jesucristo, el Verbo increado.
No es contradictorio decir "venga a nosotros tu Reino" y saber que el Reino es anterior a la creación y perdurará después del final de los tiempos. El Maestro hablaba de ello en parábolas porque es muy difícil expresar con palabras
unos misterios tan inalcanzables para la mente limitada, atada al tiempo y al
dualismo (dentro, fuera; anterior, posterior; superior, inferior…).
Jesús nos eleva hasta Él para que comprendamos
sin necesidad de argumentos intelectuales. Como un latido, como un abrazo de amor verdadero,
como una respiración. Nos hace vivir el Reino en el presente atemporal, que
es plenitud y es coherencia y es potencia infinita. Como la semilla, que ya lleva en sí el potencial de lo que llegará a ser.
Jesús es la semilla del Reino y es también el sembrador en la tierra fecunda que somos si confiamos y nos abrimos a Él. “Desterrarnos del cuerpo y
vivir junto al Señor”, nos propone San Pablo en la segunda lectura de hoy
(Corintios 5, 6-10). Desterrados
del mundo, del que no somos, del cuerpo mortal, aunque siga sirviéndonos como
vehículo, como instrumento, vemos crecer el Reino dentro de nosotros, con la alegría y la confianza del que sabe que hay Alguien que abona, riega, vela por las semillas que también somos, como Él fue la primera semilla. Solo cabe esperar,
confiar, recordar que la única tarea verdaderamente
importante en es dejarnos cuidar, amar y transformar por Él.
Las
parábolas que hoy contemplamos nos recuerdan que el Reino se manifiesta en lo
pequeño, lo discreto, lo desapercibido; y no en lo brillante, ni lo evidente,
ni lo triunfal. Al Reino no se llega por el camino asfaltado ni por la escalera
lujosa, sino por el camino descendente de Aquel que se abajó para elevarnos. viaamoris.blogspot.com
Es
el sacrificio (sacer fare: hacer
santo, sagrado) de lo discreto, lo normal, lo cotidiano. Ofrecemos todo con confianza
y naturalidad. Cada día, en cada gesto en cada encuentro, cada pensamiento y
cada sentimiento. Nuestras
vidas son la gota de agua que se une al vino en la Consagración para disolverse en la Sangre de Cristo. Nuestras voluntades, sufrimientos, esfuerzos y anhelos se hacen Sangre redentora, vida
eterna. Y todo al estilo de Jesucristo: con discreción, silencio, constancia,
fidelidad.
Jesús es el Reino y quiere que lo seamos nosotros también. El Reino se halla en lo más íntimo y profundo de nosotros mismos, y no hay nada sensible que pueda evidenciarlo. Pero sí hay signos de pertenecer al Reino: la docilidad, la confianza y, sobre todo, la fidelidad a la voluntad de Dios. Confianza y fidelidad, porque el amor confía, es fiel y no teme. Frente a lo circunstancial y temporal está lo eterno; vivámoslo ya con ojos de eternidad.
Jesús es el Reino y quiere que lo seamos nosotros también. El Reino se halla en lo más íntimo y profundo de nosotros mismos, y no hay nada sensible que pueda evidenciarlo. Pero sí hay signos de pertenecer al Reino: la docilidad, la confianza y, sobre todo, la fidelidad a la voluntad de Dios. Confianza y fidelidad, porque el amor confía, es fiel y no teme. Frente a lo circunstancial y temporal está lo eterno; vivámoslo ya con ojos de eternidad.
Hermanos, habéis
aprendido como el reino de los cielos, con su grandeza, se compara a un grano
de mostaza. No nos dejemos desconcertar por las palabras del Señor. Si, en
efecto, la debilidad de Dios es más sabia que el hombre, esta pequeña cosa, que
es propiedad de Dios, es más espléndida que toda la inmensidad del mundo.
Nosotros solamente podemos sembrar en nuestro corazón esta semilla de mostaza,
de modo que llegue a ser un gran árbol del conocimiento, sobrepasando su altura
para elevar nuestro pensamiento hasta el cielo, y desplegando todas las ramas
de la inteligencia.
Cristo es el
reino. A manera de una semilla de mostaza, ha sido sembrado en un jardín, el
cuerpo de la Virgen. Creció y llegó a ser el árbol de la Cruz que cubre la
tierra entera. Después de ser triturado por la pasión, su fruto produjo sabor
para dar su buen gusto y su aroma a todos los seres vivos que lo tocan. Porque,
mientras la semilla de mostaza permanezca intacta, sus virtudes quedan
escondidas, pero despliegan toda su potencia cuando la semilla es molida. De
igual modo, Cristo quiso que su cuerpo fuera molido para que su fuerza no
quedara escondida. Cristo es Rey porque es el principio de toda autoridad. Cristo
es el reino porque en él reside toda la gloria de su reino.
San Pedro
Crisólogo
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