Jesús expulsa a los mercaderes del templo, Carl Bloch
No
vi santuario en la ciudad, pues el Señor
todopoderoso y el Cordero, eran su santuario.
Apocalipsis, 21, 22
Quedarán
en el olvido
las
angustias pasadas;
desaparecerán
de mi vista
pues
voy a crear un cielo nuevo
y
una tierra nueva;
lo
pasado no se recordará
ni
se volverá a pensar en ello,
sino
que habrá alegría y gozo perpetuo
por
lo que voy a crear.
Isaías 65, 16-18
La escena en que Jesús expresa lo que
se ha llamado “cólera sagrada” hacia los mercaderes del templo es narrada por
los cuatro evangelistas. Mateo, Marcos y Lucas narran el episodio al final,
poco antes del apresamiento. Se entiende así en el marco de un conflicto
creciente entre Jesús y las autoridades religiosas judías. En cambio, Juan lo
narra al inicio de la vida pública del Maestro, con la muy probable intención
de insistir en la fuerza del mensaje de Aquel que vino a hacer nuevas
todas las cosas, manifestándolo con este gesto profético.
Como
tantas veces con el Evangelio, hay que ir mucho más allá de lo literal, profundizar
en esos niveles de lectura que vamos alcanzando a medida que lo leemos, lo
interiorizamos, lo encarnamos. La cólera sagrada no se dirige precisamente a
los vendedores y cambistas por su función, que realmente era necesaria para la actividad
del templo. Los animales que se vendían allí eran los que se destinaban a los
sacrificios. Y los cambistas hacían posible cumplir uno de los múltiples
preceptos de la religión judía: que el dinero para la ofrenda fuera acuñado por el propio templo. Las monedas griegas o romanas eran allí
cambiadas, como una forma de “purificarlas”.
Jesús va siempre más lejos y más alto de lo que puede parecer con una primera y superficial lectura. Ya había hecho suyas las palabras de
Oseas: "Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios". Amor, eso es lo que Él
quiere, y no sacrificios, ni rigidez, ni intercambio, ni preceptos vacíos, ni hipocresía, ni miedos, ni búsqueda obsesiva de seguridades…
Si
hilamos fino comprenderemos que lo que estaba detrás de aquella actividad de
mercado, sacrificio, óbolo y cumplimiento de reglas, es la inseguridad, la
necesidad que aún hoy pervive de sentir que somos buenos, fieles cumplidores,
dignos de recompensa, merecedores del premio que un Dios juez ha preparado para
los que no fallan…
Pero
¿quién no falla?, ¿quién es realmente bueno?, ¿qué es ser bueno? Si solo Dios
es santo, si solo Dios es bueno, tal vez lo único que podamos hacer sea
recordarlo y permitir que Él haga en nosotros. El olvido de sí para el Recuerdo
de Sí, el camino descendente. De nuevo se nos invita a pasar del viejo
paradigma del comparar, competir, separar, defender, controlar, cumplir preceptos…, de una
religión exterior, al nuevo paradigma del compartir, soltar, renunciar, dejar
ir, unir, integrar, amar…
De
la palabra a la Palabra, el Verbo que existía antes de todos los tiempos, del
templo externo al Templo que es Jesucristo y, en Él, con Él, cada uno de nosotros,
del hacer al Hacer, del fabricar al crear, de la piedra al agua, del agua al
vino, de la vida a la Vida, entregando el fruto de los talentos que cada uno ha
de desarrollar para cumplirse. Porque no se trata de cumplir sino de cumplirse, realizar (real – izar) esa Obra que nos haga decir “todo se ha
cumplido”. Y eso solo es posible si, habiendo renunciado a uno mismo, dejamos que Cristo haga en nosotros. Es el secreto de la vida en Cristo, que el Propio Maestro confió a Luisa Piccarreta en la maravillosa enseñanza de la Divina Voluntad. Vivir la vida de Cristo, ya que Él vivió la nuestra; renunciar a nuestra limitada, torpe y ciega voluntad humana para que Su Voluntad nos llene y nos haga nuevos. Intercambio inefable al que se nos llama ahora que la representación de este mundo pasa.(www.viaamoris.blogspot.com ).
El
Evangelio de hoy nos brinda una nueva oportunidad de comprender a qué se refería
Jesucristo cuando decía “buscad primero el Reino de Dios y su justicia y el resto
se os dará por añadidura.” Si reflexionamos sobre las metas que nos han preocupado
y nos han movido a lo largo de la vida, comprobaremos que muchas de ellas son
cortas, tibias, mediocres, referenciadas a lo efímero. Y en
cambio, la meta que ya vislumbramos, ese permitir que
la Voluntad de Dios sea en cada uno, tiene resonancias eternas, como
diría Maximo Decimo Meridio, en Gladiator, "tiene eco en la eternidad".
“Destruid este templo, y en tres días lo
levantaré”, dice hoy Jesús, anunciando su propia muerte y su resurrección. Sus
discípulos queremos imitar la valentía y coherencia del Maestro dejando que los
muertos entierren a los muertos, y viviendo ya como resucitados. Sin miedo, sin
tibieza, sin ambigüedades ni medias tintas, sin trapicheos con el Padre,
pues todas estas actitudes son las que Jesús denuncia con la contundencia del azote de cordeles,
volcando las mesas de los cambistas.
Los que siguen desviviéndose con los asuntos del César (no se limita su ámbito solo a lo material sino a todo “lo que se quemará”), son los muertos o los dormidos, los de fuera y también los de dentro de cada uno. Despertemos, vivamos ya el Reino, convirtámonos en despertadores para los que aún duermen dentro y fuera (ay, como siempre, mota y viga, viga y mota…).
Los que siguen desviviéndose con los asuntos del César (no se limita su ámbito solo a lo material sino a todo “lo que se quemará”), son los muertos o los dormidos, los de fuera y también los de dentro de cada uno. Despertemos, vivamos ya el Reino, convirtámonos en despertadores para los que aún duermen dentro y fuera (ay, como siempre, mota y viga, viga y mota…).
Todo lo que impide una verdadera
conversión del corazón ha de ser volcado y derribado dentro de cada uno de
nosotros. Lo que nos impide ser conscientes y reales, lo que nos hace querer ser de los “buenos”, lo que traiciona la esencia del Mensaje de Jesús, libre y claro, “sí, sí, no, no…” Todo fuera, volcado, derribado, para que Él vuelva a hacer nuevas todas las cosas. Porque
quien no recoge con Él, desparrama, quien no se atreve a tomar decisiones
valientes y definitivas como Él, desparrama, desperdicia, pierde la vida que
nos dieron para Ser y para Amar.
POBRE YORICK
Quien no recoge conmigo,
desparrama,
desparrama,
dijo hace dos mil años
Aquel que volcó las mesas
de los cambistas y expulsó
a los mercaderes del templo,
la casa de su Padre, nuestro Padre.
Desparramar o
recoger con Él,
azotando y
expulsando si hace falta
a los tibios y
los falsos, los oportunistas,
hipócritas
que enturbian y confunden
desde dentro, muy
dentro, en cada uno…
Recoger con Él o
desparramar,
que es darle al
César lo suyo y lo de Dios,
perder los
días
que nos dieron para amar
que nos dieron para amar
con el
corazón cerrado,
o encogido o
asfixiado
por los afanes
del mundo
y sus metas
mediocres.
Desparramar es
querer
que el mundo nos
dé una gloria
efímera, tan
falsa
como las máscaras
que cubren calaveras, pobre Yorick…
Pobres todos,
él es testigo mudo,
símbolo de
tanta
vanidad de
vanidades,
pobre Yorick,
desparramó
también,
como todos, cada
uno a su manera.
Pobre Yorick,
fiel espejo
de lo que
llevamos dentro,
oculto por
la carne condenada
a desaparecer o
transformarse.
Pobre Yorick,
pobre de mí,
y pobre de ti también
que te miras al
espejo complacido
y te conformas
con la ilusión
de sentirte
aprobado, reconocido, valorado,
te con-formas
con la ilusión...,
la forma de la forma,
ese creerte de
los buenos, los limpios,
los que van a
salvarse
por sus propios méritos,
vanitas,
vanitatis,
y sales a la
calle
con paso firme y
la cabeza alta,
sin saber o
querer reconocer
que en ese
caminar altivo estás desparramando,
en ese olvido del Ser estás desparramando,
en ese creer que
te bastas
a ti mismo estás
de
s
parra
ma
ndo
.
Oh almas, Hermana Glenda cantando el poema de San Juan de la Cruz
Las intenciones, las
palabras y las acciones son buenas o malas según el espíritu del que procedan,
y del que quedan impregnadas.
El publicano arrepentido está más cerca del Reino de Dios
que el fariseo que pretende realizar sus obras. La mujer pública que desde un
lugar inmundo siente a veces el oprobio en que vive, y cuya conciencia se
espanta, está infinitamente más cerca de la verdad que el estoico que se
regocija en medio de las llamas a las que ha entregado su cuerpo para servir a
su amor propio, este ídolo de virtud que se ha fabricado él mismo.
Conde Lopoukhine
Conde Lopoukhine
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