Evangelio según San Marcos 1, 40-45
En
aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: “Si
quieres, puedes limpiarme”. Sintiendo compasión, extendió la mano y lo tocó
diciendo: “Quiero: queda limpio.” La lepra se le quitó inmediatamente y quedó
limpio. Él lo despidió encargándole severamente: “No se lo digas a nadie; pero
para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo
que mandó Moisés”. Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes
ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún
pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas
partes.
Uno puede frecuentar a los
leprosos sin coger la lepra o a los apestados sin contagiarse, pero ¿se puede
frecuentar a los mediocres y a los muertos sin morir?
Louis Cattiaux
Los milagros de sanación que aparecen en las Sagradas Escrituras y, especialmente, en los Evangelios tienen una doble lectura: una interpretación literal, física, concreta, y otra con un sentido alegórico, símbolo de una sanación que trasciende lo puramente material para alcanzar todas las dimensiones del ser humano. Porque hay también una ceguera, sordera, parálisis y lepra interiores, que son más graves porque son enfermedad del alma. La verdadera sanación tiene que ver con una transformación interior que precede a la
curación física. Reconocer a Jesús es ponernos en disposición de ser sanados.
Porque la lepra se manifiesta de muchas
formas en cada uno de nosotros. Es la impureza, lo sobrante, la falsedad. El
leproso es el "negativo" de cada uno, el usurpador, el impostor, el que pretende
suplantar al Ser verdadero; el leproso es el condenado a desaparecer cuando el Señor lo manda,
lo decreta, lo pronuncia.
Somos leprosos, andamos despeinados, harapientos,
sobreactuando, como dice la primera lectura (Levítico 13, 1-2.44-46). Camuflados,
distraídos, dispersos, alienados, hasta que reconocemos a nuestro verdadero Yo
en Cristo y somos liberados, recuperamos la dignidad, nos real–izamos. Jesús
acoge lo falso, lo podrido, lo letal de cada uno, y nos lo devuelve
transformado en verdad, pureza, salud, Su vida en nosotros. www.viaamoris.blogspot.com
Somos leprosos y nos hacemos leprosos
unos a otros, proyectando sin parar miseria, mentira, impostura, teatralidad. Reconocer
a Jesús y la vida divina que viene a traérnos (vivo, pero no yo, es Cristo que vive
en mí), es quitarnos máscaras y disfraces, recuperar nuestra verdadera
identidad.
Lo
que hace el leproso del pasaje de hoy al acercarse a Jesús, no es una petición
sino una declaración, que es el milagro que antecede a toda curación milagrosa. Se
acerca y reconoce, proclama que Cristo Es y Puede. Entonces, se produce la
curación en lo material; así en el cielo como en la
tierra, coherencia natural.
El leproso se ha acercado a
Jesús y al final de la escena las
personas acuden a Él. Ese es el verdadero milagro, el cambio de percepción que
mueve y conmueve, que convierte, que impulsa a acercarse, reconocer y aceptar.
Laudate Dominum, Mozart, Barbara Bonney
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