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sábado, 10 de febrero de 2018

"Quiero"


Evangelio según San Marcos 1, 40-45
En aquel tiempo se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”. Sintiendo compasión, extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda limpio.” La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió encargándole severamente: “No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés”. Pero cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.

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Curación del leproso, Cosimo Rosselli

Uno puede frecuentar a los leprosos sin coger la lepra o a los apestados sin contagiarse, pero ¿se puede frecuentar a los mediocres y a los muertos sin morir?
                                                                                                  Louis Cattiaux

Los milagros de sanación que aparecen en las Sagradas Escrituras y, especialmente, en los Evangelios tienen una doble lectura: una interpretación literal, física, concreta, y otra con un sentido alegórico, símbolo de una sanación que trasciende lo puramente material para alcanzar todas las dimensiones del ser humano. Porque hay también una ceguera, sordera, parálisis y lepra interiores, que son más graves porque son enfermedad del alma. La verdadera sanación tiene que ver con una transformación interior que precede a la curación física. Reconocer a Jesús es ponernos en disposición de ser sanados.
Porque la lepra se manifiesta de muchas formas en cada uno de nosotros. Es la impureza, lo sobrante, la falsedad. El leproso es el "negativo" de cada uno, el usurpador, el impostor, el que pretende suplantar al Ser verdadero; el leproso es el condenado a desaparecer cuando el Señor lo manda, lo decreta, lo pronuncia.
Somos leprosos, andamos despeinados, harapientos, sobreactuando, como dice la primera lectura (Levítico 13, 1-2.44-46). Camuflados, distraídos, dispersos, alienados, hasta que reconocemos a nuestro verdadero Yo en Cristo y somos liberados, recuperamos la dignidad, nos real–izamos. Jesús acoge lo falso, lo podrido, lo letal de cada uno, y nos lo devuelve transformado en verdad, pureza, salud, Su vida en nosotros. www.viaamoris.blogspot.com

Somos leprosos y nos hacemos leprosos unos a otros, proyectando sin parar miseria, mentira, impostura, teatralidad. Reconocer a Jesús y la vida divina que viene a traérnos (vivo, pero no yo, es Cristo que vive en mí), es quitarnos máscaras y disfraces, recuperar nuestra verdadera identidad.

                  Lo que hace el leproso del pasaje de hoy al acercarse a Jesús, no es una petición sino una declaración, que es el milagro que antecede a toda curación milagrosa. Se acerca y reconoce, proclama que Cristo Es y Puede. Entonces, se produce la curación en lo material; así en el cielo como en la tierra, coherencia natural.

                  El leproso se ha acercado a Jesús  y al final de la escena las personas acuden a Él. Ese es el verdadero milagro, el cambio de percepción que mueve y conmueve, que convierte, que impulsa a acercarse, reconocer y aceptar.


                                            Laudate Dominum, Mozart, Barbara Bonney

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