![]() |
Releyendo Día de maravillas, que pronto estará
disponible en los dos blogs, veo cómo Shackleton, no el que el mundo conoce, sino
el que me ha acompañado durante ocho años de viaje por el desierto de hielo, había
descubierto el Propósito y había aprendido a servir para ser, y para vivir de
verdad. Porque ser grande es ser y servir. Ser
vir, ser un hombre ( y una mujer, un ser humano) verdadero.
Transcribo a continuación las impresiones de Macklin, su
medico, compañero y amigo hasta el final, cuando leyó el cuaderno en el que
Shackleton fue anotando este aprendizaje hacia el centro de sí mismo y, a continuación, algunas
de esas notas, que son mojones en el Camino de regreso a casa.
Macklin - Pocas horas después del fallecimiento
del jefe, me puse a ordenar sus efectos personales para enviárselos a su viuda.
Encontré el viejo diario de la Expedición Transantártica y, en otro
cajón, como si no hubiera querido mezclar lo reflexivo con lo cronológico, un
cuaderno de notas, cuyo contenido me asombró vivamente. En la primera página
había escrito una sola palabra con signo de interrogación: Endurance? (¿Resistencia?)
El resto de las páginas, hasta llenar completamente el cuaderno, era una
sucesión de párrafos sin fecha, en aparente caos, con una palabra al inicio o a
la derecha. Decidí transcribirlos, agrupándolos por los temas que esas palabras
enigmáticas parecían proponer, porque pensé que estas reflexiones, a veces
poéticas, a veces tan crípticas, podrían ser útiles para muchos.
Según iba dejando de escribir en el diario, fue
volcándose en el cuaderno. Notas sueltas con un fondo común, reflexiones donde el viejo Shackleton estaba
dando paso a un nuevo Shackleton, con una energía nueva y una nueva forma de
mirar, sentir, pensar y escribir.
Algunos
de estos fragmentos seguían un cierto orden. Se diría que los hubiera estado
escribiendo según iban teniendo lugar los acontecimientos. Otros me sorprendieron;
eran fogonazos de lucidez, relámpagos de asombro, y, a pesar de sucederse a lo
largo del cuaderno, parecían redactados desde lo atemporal, como si el que los
escribió hubiera visto toda la aventura desde arriba, simultáneamente, en un
lugar, o mejor, en un no lugar que permitía encontrar el sentido de cada
episodio, y también de cada pensamiento y cada sentimiento de todos los que
viajamos por el desierto de hielo y descubrimos ese día de maravillas –así lo llamó Hurley– que aún no ha acabado. Si no fuera porque conozco la caligrafía
inconfundible del jefe, creería que fueron escritos por alguien capaz de
penetrar en las conciencias de todos o de conectar con una conciencia superior,
donde se integraran las conciencias individuales de veintiocho hombres unidos
por la adversidad y por la aventura, que acabó convirtiéndose en ventura.
¿SER
EL MEJOR O SER?
Fama,
dinero, prestigio, reconocimiento oficial, distinciones..., chispazos efímeros;
en el mejor de los casos, reflejo tenue de algo mucho más sustancial y
duradero, algo que conecta con esa parte del ser humano que está llamada a
trascender la muerte y adentrarse en los caminos de verdad y belleza por donde
caminan los seres libres.
Cómo
deseé el triunfo, con qué vehemencia acaricié su posibilidad. Hubiera dado tanto
por triunfar... Imaginaba lo que dirían mis amigos y conocidos. Llegué a
fantasear con lo que pensarían y sentirían acerca de mí completos desconocidos,
mujeres la mayoría. Sentirían una atracción irresistible por el valeroso aventurero
que alcanzó la gloria. Pero no triunfé, en nada; para el mundo nunca alcancé ni
una sola de las metas que me propuse. Y ahora da lo mismo. ¿Cuándo logré
liberarme de la opinión ajena, de esa necesidad de honores y aceptación que me
consumía? ¿Cuándo empecé a dar importancia a lo esencial y a soltar esas
bagatelas que alimentan a los parásitos de la vanidad?
No
soy mejor si llego al Polo Sur o recorro la Antártida, y no soy peor si nunca
lo consigo. Si el esfuerzo ha sido generoso y consciente, uno “es” de verdad, y
está por encima de victorias y derrotas.
Vencedor y vencido, todo a la vez, sublimado hasta el infinito, un
verdadero ser humano, completo y esencial, que ya no necesita recibir honores
porque se ha ganado el respeto y la consideración del universo. Todo lo demás
es eco, innecesario al fin.
Mi
ego vanidoso e ingenuo se debatía en un mar de decisiones y alternativas
posibles: intentar llegar el primero al Polo Sur, recorrer la Antártida... Con
los años, el sufrimiento y los silencios, el abanico de opciones se fue
reduciendo hasta desaparecer. Al final la opción es siempre única: hacer lo
necesario según el momento.
Recuerdo
aquellas palabras repetidas,
pensadas, sentidas tantas
veces: el Señor es mi pastor nada me
falta... Sé que son ciertas y todos los miedos, los deseos, las dudas y las
ambiciones de una vida o mil vidas desaparecen como humo que el viento borra.
Porque
no era yo el que buscaba ser admirado; era un Shackleton falso, superficial,
inmaduro. Existía otro Shackleton, asfixiado por el engreído y avasallador; un
Shackleton sutil y lúcido, cuya voz era aún tan débil que la tapaban los ruidos
y el estruendo del otro, a primera vista eficaz, torpe y ciego en el fondo. Un
Shackleton destinado a vivir para siempre, que debía liberarse del yugo de
aquel otro camuflado por una actividad desenfrenada, una avidez inquieta y
vehemente, que expresaba la certeza de su mortalidad. Existía, existe un
Shackleton llamado a la gloria, pero no a la gloria del mundo, no a la gloria
de los hombres–títeres; un Shackleton destinado a la gloria del hombre sin
nombre ni rostro, sin biografía ni medallas, sin aplausos ni reseñas en el Daily
Chronicle.
Ya
no importa quién he sido o he aparentado ser en esta dimensión de límites y
nombres; lo que importa es el hombre que decidió volver, el que soltó lo que no era y, en el desierto de
hielo, emprendió el camino de regreso.
SERVIR
PARA SER
Al
principio, todas las decisiones venían de esa vanidad juvenil que me hacía
creer superior y sentir la necesidad de demostrarlo. Pero nadie es superior a
nadie. Un hombre debe aspirar a ser, y el camino más rápido para ser es servir,
ser útil a los demás, que es ser útil a uno mismo, porque todos estamos unidos.
Las circunstancias hicieron que esta verdad se grabara en mí con la fuerza de
lo inolvidable.
Toda la vida esforzándote por ser una buena persona, y
ahora descubres que no era necesario, que cuando sirves, cuando
te entregas, cuando agradeces desde el corazón abierto, no hace falta esfuerzo,
ni siquiera hace falta proponérselo. Es
tan natural como respirar, como sonreír, como navegar. Toda la vida esforzándote por ser amable y
ahora descubres que el camino más directo para ser amable es amar. Qué sencillo luego poner el interés del otro
por delante del propio interés, porque el mejor modo para llegar a ser alguien
atento es doblar la atención, atender dentro y fuera de uno, al mismo tiempo.
Detrás
de todos mis proyectos se escondía el único proyecto valioso: ser libre de la mentira, que es ser libre de
la separación, siendo dueño de mí mismo. El esfuerzo fue más evidente al
principio, mucho más sutil, casi imperceptible para cualquiera, al final. Ahora sé que para ser dueño de uno mismo hay
que vencerse y entregarse; morir para renacer. Y también sé que solo hay que ser dueño de uno mismo en la medida en que
eso te permite seguir dándote; ser amo para servir. Y es que la meta no es ser dueño de sí, ese
es el paso previo para la verdadera meta: darse para recuperarse; y no puede darse
quien no se posee. Quien pierda su vida, la ganará; cuánto he tenido que
vivir, perder, soltar para comprenderlo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario