Lectura
del libro de los Hechos de los apóstoles 4,8-12
En
aquellos días, Pedro, lleno de Espíritu Santo, dijo: “Jefes del pueblo y ancianos: porque le
hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder
ha curado a ese hombre; pues, quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel
que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y
a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre, se presenta éste
sano ante vosotros. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los
arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede
salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.”
![]() |
Dice Laurence Freeman que la muerte no
es el momento más importante y trascendental para la vida de un cristiano. El
momento irrepetible y decisivo es aquel en que nos hemos abierto a Jesucristo y
hemos puesto nuestra vida en Sus manos para con su ayuda, solos no podemos,
poder llegar a ser auténticos discípulos, testigos de su Mensaje, apóstoles Suyos. Ya lo hice hace tanto que ni siquiera lo recuerdo; acaso 40 años… Luego
lo olvidé, para experimentar tiempo después la dicha del verdadero recuerdo, de la
verdadera consciencia, que es siempre recuerdo y consciencia de Dios. Me perdí
para poder ser encontrada por el Buen Pastor y experimentar su ternura
infinita en sus brazos amorosos y protectores y sentir cómo dice continuamente: jamás te abandonaré, no tengas miedo. Porque un día Él puso
su mano en mi corazón y ya no hubo frío, ni miedo, ni tiempo.
Para el que escoge a Cristo como Camino,
Verdad y Vida, Él es la piedra angular. Creer en Él nos da la vida eterna, nos
libera de ciclos y de leyes. Porque el Verbo se hizo carne, se hizo debilidad,
vulnerabilidad, para ser uno de nosotros y poder elevarnos con Él. Dios se
abaja para elevarnos, por amor. Ya no somos solo carne, destino mortal, porque Él ha glorificado la carne, ha hecho del
ser humano algo más que el cuerpo frágil y el alma adormecida, consecuencia
de la caída. Él nos ha elevado, nos ha transformado y nos ha otorgado la dignidad
de los Hijos de Dios.
Desde entonces es
fácil aceptar la multiplicidad, como una cara de la única moneda. Si, como dice
Frithjof Schuon, la venida de Cristo es el Absoluto hecho relatividad a fin de
que lo relativo se haga Absoluto, bendita relatividad, bendita multiplicidad,
contemplada desde la esencia integral y unificada que nuestra condición restaurada
de Hijos nos otorga. Porque seguir al Buen Pastor, reconocer con Pedro que
bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos, nos permite recuperar la inocencia
primordial, esa dimensión sin espacio ni coordenadas en la que todas las cosas
y todos los seres mueren y renacen en la Unidad, en un presente eterno, un
único latido que trasciende las formas y los nombres ante el único Nombre, que
siempre está viniendo.
ME BASTA TU FIGURA
Tu figura es
mi signo
vertical de
infinito, hacia la Vida.
Figura que me
eleva, “S” sagrada,
torsión sobre
la Cruz, soga bendita
que salva de
un abismo
muy hondo y
muy oscuro,
cargando
distorsiones
tremendas, por
amor.
Figura de
Varón, sereno y libre,
único entre
miles de millones
figura
primogénita de Dios.
Te tallamos a
olvido y latigazos,
terribles
clavos de silencio
e ignorancia
tenebrosa y letal.
Qué incómoda
postura
te hacemos
adoptar, piedra viviente,
angular, de
Propósito y de Meta,
Origen y
Destino, solo Tú.
Una y otra
vez, crucificamos
al que es el
Salvador, ciega locura.
Oh sombra de
Caín cómo te extiendes,
ahora como
nunca en esta matrix
de miedo y
destrucción. Mira los mártires,
nunca hubo
tantos…, pobre Jerusalén…
Sombra
aciaga de culpa y olvido,
errante sombra atravesando el mundo
errante sombra atravesando el mundo
tantos siglos
después, cansada y triste…
Pero tus días
están contados. Más aún:
no quedan días
siquiera
por cubrir con
tu manto ceniciento,
todo es ahora,
la Salvación
ahora porque Él hace
nuevas todas las cosas hoy,
nuevas todas las cosas hoy,
ya siempre es
Hoy.
Mira la luz,
cómo brota y se expande
desde el
costado abierto. Mira la sangre
y mira el agua,
iluminándonos,
sangre–agua–luz,
derramándose desde el centro del Hijo
hasta el
confín más recóndito
de este sueño
de olvido y distorsión.
Mira cómo borra y disuelve
cada mancha
inconsciente y torpe de tiniebla,
cada
escalofrío de desolación.
Queda ya solo
el Centro,
Alfa y Omega,
Todo.
Esa es la Piedra,
angular y sin ángulos
ni aristas,
pura luz como al principio,
como al final,
como siempre
y más que
siempre,
eternidad
donde ya somos
luz con Él,
luz de Luz.
Cántico espiritual, S. Juan de la Cruz. Jésed
No hay comentarios:
Publicar un comentario