Aguas caudalosas no podrían apagar el amor,
ni los ríos extinguirlo.
Cantar de los cantares 8, 7
No pierde a los que ama quien los ama
en Aquel que no se pierde.
San Agustín
Fui por ti, aun sabiendo que no estabas
allí, donde las lápidas reposan
su frío peso mudo, horizontal.
No quise imaginar cuántos cadáveres,
cinco millones, dicen, se deshacen
en silencioso abrazo en la ciudad.
Recorrí los caminos polvorientos
que llevan al lugar donde quedaron
cenizas de una imagen,
recuerdo condenado
a perder sus colores y contornos.
Me acerqué a ese lugar con la serena
actitud que convoca lo sagrado,
le abre la puerta, lo invita a entrar.
Recordé y pronuncié mi oración:
un momento de entrega a lo real.
Y lo real respondió, como siempre,
mostrándome en la herida de tu ausencia
tu transparencia encendida.
Fue un rayo de sol más dorado o sincero,
posándose en el mármol gris y frío,
y en el rayo el olor de los cipreses,
el canto de las aves, el latido
de la tarde en mis venas, con la savia
de los árboles muertos renaciendo.
Fue un rayo de sol generoso
que vino a regalarme tu presencia
en la mía, consciente y vertical,
para vencer a Cronos,
rasgar los velos
de la ilusión, que todavía duele.
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