He llenado la casa de despertadores. Son detalles discretos, imperceptibles para quien no está muy atento: la ventana entreabierta dejando pasar un filo de aire después de haber ventilado, la cama impecable, que no escape ni una brizna del sueño de la noche y me contagie de sopor cuando toca estar despierto, una gran pashmina malva y ocre ocultando el televisor, el cuaderno abierto y en el centro de la mesa un marco nuevo, sin fotografía.
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