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sábado, 16 de noviembre de 2024

Mis palabras no pasarán

 

Evangelio según san Marcos 13, 24-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo. Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”.

                         La apertura del quinto sello del Apocalipsis, El Greco

La segunda venida de Cristo puede ocurrir de dos maneras: con el final de los tiempos (solo Dios sabe cuándo) o por nuestro acceso a la dimensión eterna dentro de nosotros.
                                                                                Thomas Keating

Adivinación, augurios y sueños no tienen sentido,
como imaginaciones de mujer en parto.
A menos que vengan de parte del Altísimo,
no hagas caso de ellos.
Porque a muchos les engañaron los sueños:
fracasaron por fiarse de ellos.
                                                   Eclesiástico 34, 5-7

Hemos llegado a Jerusalén, a los momentos previos a la Pasión, en los que se suceden los mensajes proféticos y apocalípticos, que subrayan el conflicto entre el mundo y el Reino. Confrontación cuyo nudo gordiano está llegando a su cénit: la muerte y resurrección del Hijo de Dios, sublime referente desde entonces para quien sea consciente de ese conflicto dentro de sí mismo, y quiera vencer al mundo junto a Aquel que ya lo venció por nosotros.  

En esa lucha interior que se libra dentro de nosotros hoy, hay infinidad de enemigos que se van relevando en coreografía macabra. Uno de ellos es la curiosidad, que confunde y entretiene, aleja del camino. A muchos que se creían sinceros buscadores de la verdad, les perdió ese afán de dar continuamente “cuerda” a su pensamiento, persiguiendo interpretaciones cada vez más sofisticadas del Absoluto y del universo. Este tipo de búsqueda es infructuosa desde la raíz, porque olvida que Dios revela sus misterios a los "pequeños".

También quienes están aparentemente centrados en un solo camino corren ese riesgo, pues las trampas y los cantos de sirena están siempre al acecho. Los que descuidan su entrega, entreteniéndose en actividades que alimentan esa tendencia a “picotear” y curiosear, en algunos tan acentuada, pueden perderse o quedarse a mitad de camino.

Es absurdo perder tiempo y energía con mensajes proféticos, cuando el mismo Jesús nos dice que nadie, ni Él, sabe la hora. Además, todas las profecías verdaderas están en el Apocalipsis. La revelación, la luz que nos puede transformar está en la Palabra del Señor que no pasa ni pasará porque es Palabra Viva.

Es hora de asomarnos al Evangelio de un modo diferente a como leemos otros libros. O acaso de la forma en que deberíamos hacer todo: como si una luz iluminara cada párrafo, cada versículo, cada línea... Porque cada palabra “significa”; son signos, milagros de lucidez, ventanas a la conciencia y la comprensión. Escritura santa, enseñanza viviente.

La parábola de la semilla que cae al borde del camino, entre piedras, entre zarzas o en buena tierra (Mt 13, 1-9; Mc 4, 1-9; Lc 8, 4-8) es muy clarificadora sobre esa actitud de curiosidad malsana que encubre pereza y superficialidad. Los que se entretienen con multitud de mensajes son como la tierra junto al camino. No pueden acoger la enseñanza, de tan distraídos, y va el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. También son como terreno pedregoso: escuchan la palabra y la aceptan en seguida con alegría; pero no tienen raíces, son inconstantes.

La parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30) nos recuerda que todos llevamos cizaña dentro; los que se obsesionan con las profecías y los mensajes la tienen en la obsesión de prestar atención a muchos falsos profetas, que es síntoma de desconfianza en el Profeta verdadero.

Una tercera alusión a las parábolas que pueden ilustrar esta actitud: el obsesionado por las profecías no vende todo cuanto tiene para comprar la perla de gran valor (Mt 13, 45-46), porque sigue siendo rico de espíritu, no se ha vaciado para que entre la buena nueva.

Qué auténtico y poderoso es el amor, que nos hace darlo todo y darnos, cuando brota de ese desvalimiento y de la entrega confiada a Dios, de la conversión ineludible a la que nos llevan el desengaño, el fracaso, la quiebra de las ilusiones.

Porque las crisis o los dramas personales pueden endurecer el corazón o abrirlo. Si eres consciente de que la batalla se libra siempre, en primer lugar, dentro, tarde o temprano acontece la rendición de esos personajes que ya no podemos seguir interpretando y el corazón se libera de escudos y armaduras, inútiles al fin. Y se alza la bandera de la confianza en el Único que nos da palabras de Vida, que no pasarán.

O hacemos real el Reino ahora, o no lo hacemos nunca. Es absurdo preocuparnos de escatologías más o menos cercanas o lejanas, si el Reino ya ha venido, está aquí, en nuestro corazón despierto y abierto.

Las profecías no distraen a quienes ya viven trascendiendo el tiempo cronológico. Es atendiendo a las guerras y los cataclismos interiores, a las fuerzas de dentro de uno mismo, como vemos surgir, ahora, los nuevos cielos y la nueva tierra. Sin miedo, con la confianza del que se sabe a salvo. ¿Cómo va a temer quien se sabe unido a Cristo, Su valentía y Su inspiración?

El que camina en esa Compañía, confiado y libre, no tiene miedo. Recibe información sobre lo que sucede fuera, pero sabe que lo más importante es lo que sucede dentro. Por eso puede perseverar y seguir amando hasta el final, que es el Principio.

El Reino se realiza en cada uno de nosotros cuando vivimos velando, atentos, vigilantes, con el único “equipaje” necesario siempre listo, el anhelo de volver. Mirada de lo alto y hacia lo alto, que atraviesa, como un rayo, la ilusión y la disuelve.

                                                    21 Diálogos divinos, "Confianza en Dios"

sábado, 9 de noviembre de 2024

Darse del todo al Todo

 

Evangelio según san Marcos 12, 38-44

En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente dijo: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa. Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos monedas de muy poco valor. Llamando a sus discípulos, les dijo: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.

                                  El óbolo de la viuda, San Apolinar Nuevo, Rávena

          Darse del todo al Todo, sin hacernos partes.

   Santa Teresa de Jesús


Ninguna acción surgida de un corazón renunciante es pequeña, y ninguna acción surgida de un corazón avaro es fructífera.  
                      Ibn ‘Atâ ‘illâh

La figura simbólica de la viuda se nos presenta como modelo de la desnudez, el desprendimiento total que, en lugar de cerrar el corazón, lo abre. De nuevo, no es cuestión de tener más o menos bienes materiales, sino de actitud, de no reservarse nada para uno, como María de Betania con el valioso frasco de perfume, del que derrama hasta la última gota sobre Jesús. Es lo que Él le pidió al joven rico, y lo que nos pide a cada uno, renunciar a nosotros mismos para dejar de estar sentados en dos sillas.

Hoy la reflexión va a ser anticipo de la del Domingo próximo. Porque la liturgia es conducida por Mano sabia y, si las lecturas de las últimas semanas nos han ido preparando para comprender este darse total y sin reservas de la viuda pobre, que ya veo como una princesa del Reino, enjoyada con oro de Ofir (Salmo 45, 10), el pasaje de hoy enlaza con las lecturas del próximo Domingo, de contundencia apocalíptica, atemorizante según la lógica del mundo, de separación y juicio, luminosa y esperanzadora para la lógica del Reino, que nos hace anhelar la plenitud del Origen.

Los humildes para el mundo pueden ser realmente generosos, porque solo se puede dar lo que no se tiene, pues se sabe que hay un solo Dueño. Y a la vez, al que tiene se le dará (Mt 13, 12): en el lenguaje paradójico e integrador de Jesús, el tener de Dios es muy diferente del tener del mundo. El tener del mundo es apropiarse, identificarse, acumular para conservar, asegurar y competir, coleccionando posibilidades y alternativas, ese “por si” que nace del miedo. El tener de Dios, en cambio, es Ser.

La viuda renuncia a las posibilidades, porque ha comprendido que son ilusiones inconsistentes de un mundo condenado a desaparecer. Por eso se da por entero y se somete a la única Voluntad, escoge la única opción, se mira en el único espejo.

Es nuestra lección pendiente: aprender a soltar lo que nos mantiene esclavos del mundo y sus seducciones. Cuando se sabe, más allá de la mente y sus teorías limitadas, que no somos de este mundo, se renuncia a guardar ases en la manga.

En Lucas 14, 15-24, vemos cómo los invitados que prefieren atender a sus minucias, tan importantes para el mundo, no tienen tiempo ni disponibilidad para el Gran Banquete. La viuda no tiene tierras, ni bueyes, ni esposo que atender, no tiene nada, y por eso puede dar todo, es vaso vacío, preparado para ser llenado, la pura disponibilidad.

Si el ciego Bartimeo pedía, la viuda da; ella es de las verdaderas ricas del Evangelio, por eso da todo al templo, porque para ella es dárselo a Dios. Hoy celebramos el verdadero templo, que es el corazón como centro del Ser, el no lugar infinito donde adorar en espíritu y en verdad.

Viuda desvalida, así la ven los pobres fariseos, tan ignorantes. Nosotros vemos a la mujer poderosa y valiente que lo da todo porque apuesta fuerte. Mucho más audaz y generosa que Zaqueo, que solo dio una parte de su riqueza, ella alcanza lo que no logró el joven rico, lo que no alcanza ningún discípulo varón en todo el Evangelio, a excepción de Juan. Los apóstoles también acabarán dándolo todo, pero antes de la Pasión sólo encontramos esta generosidad incondicionada en Juan y en las mujeres. La viuda es hoy símbolo de esas mujeres que se dan por entero, Isa Bethel, mujer, casa de Dios, corazón inmenso. 

La mujer enigmática que hoy contemplamos, no solo es metáfora de la entrega total, es símbolo y figura también de la virginidad espiritual hacia la que nos dirigimos. Una viuda ha vivido todo lo que una mujer vivía en la Galilea de la época. Cuando uno siente que ya ha vivido todo, que es el mismo drama repetido, aunque sea hermoso a los ojos del mundo; siempre los mismos encuentros, pérdidas, conflictos, con distintos rostros y detalles, ya no quiere repetir una vez más la misma ronda de experiencias… Entonces uno da todo lo que tiene para vivir, pues ya no quiere vivir, sino Vivir; ya no quiere experimentar sino Ser. Esa es la única opción, el ojo de aguja, el camino estrecho. 

Qué sabia esta mujer despreciada por el mundo…; ella sabe que no hay alternativas entre las que elegir, mientras los demás siguen en la ilusión, desviviéndose con proyectos, actividades frenéticas y futuribles que son callejones sin salida. Ella lo ha comprendido, y por eso ha escogido la única opción, el único Camino, el que lleva de regreso a la Vida.   

Con su última monedita, se está dando a sí misma, y esa es la demostración de su infinita riqueza. Porque para darse, hay que tenerse, y pocos se tienen, muy pocos son dueños de sí mismos… Al que tiene, se le dará… ¿Qué tiene?, ¿qué se le dará, realmente? La consciencia de Ser, que es la verdadera abundancia.

Al que tiene (aquello que es consciente de ser) se le dará (Mateo, 13, 12; Lucas 19, 26; Marcos 4, 25). Qué importante ha de ser esta enseñanza para que aparezca, a veces por partida doble, en los tres sinópticos. Recibes, tienes, eres de acuerdo con lo que eres consciente de ser en Cristo, porque fuera de Él nada es. 

Ser conscientes de la vida en Cristo, fieles servidores de Su Reino y Su Justicia, renunciando a todo lo demás es a lo que hoy nos llama, la Palabra. Para ello escoge una mujer que no tiene nada más que a sí misma y su anhelo de Dios, y por eso lo tiene todo y se lo da al Todo, con la discreción de los sabios. Secretum meum mihi, dice el profeta Isaías (Is 24, 16). Porque el secreto, el Misterio, no se cuenta, se manifiesta, se hace Vida.

Los ricos de espíritu, los que tienen apegos en el mundo y están sometidos a sus alternativas, disyuntivas, múltiples posibilidades, no conocen ese secreto y por eso no pueden pasar por la puerta estrecha, el punto central, neutro, invisible, que da acceso al Reino y hoy se nos muestra como una mano discreta de mujer anónima que echa una monedita, la última que tiene para vivir, en las arcas del templo.

El pobre de espíritu no solo se ha desprendido de posesiones materiales; además, en escala ascendente, o descendente, se ha desapegado de su propia mente, con sus conocimientos, saberes, creencias, proyectos…, se ha liberado incluso de la necesidad de saber y de hacer, y, por último, de la necesidad de vivir con su propia voluntad, porque se mira en Dios y solo quiere lo que Él quiera. Es la muerte de la identidad, renunciar al mundo para ganar el alma, perder la vida para ganar la Vida, morir a uno mismo para nacer al Sí mismo.

                                                  Levántate, amada mía, Hermana Glenda

sábado, 2 de noviembre de 2024

Escucha, Israel

 

Evangelio según san Marcos 12,28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: «El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.» El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.


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Jesús entre los doctores, Giovanni Paolo Pannini

Por su cualidad misma, el amor es la semejanza con Dios, en la medida en que le es permitido a los mortales. Por su energía, el amor es la embriaguez del alma. Por su naturaleza, el amor es la fuente de la fe, abismo de paciencia, mar de humildad
                                                            
                                                                                    San Juan Clímaco

“Escucha Israel”, leemos en la primera lectura (Deuteronomio 6, 2-6), y lo recoge el Evangelio de hoy. Escuchar como “preparación” para poder amar a Dios y al prójimo. Escuchar, detenerse, mirar, atender…, pues la más grave sordera es la sordera ante Dios, que nos habla de muchas maneras: mediante el espectáculo de la naturaleza, en las Sagradas Escrituras, en la plenitud de los tiempos, a través de su Hijo, también nos habla en el corazón, y ahora nos habla, claro, directo y profundo, a través de los escritos dictados a Luisa Piccarreta por el mismo Jesús. Escritos que han inspirado a Benedicto XVI y la Iglesia ha aprobado y reconocido.

Él nos sigue diciendo “te amo” de todas esas formas y de un modo especial desde la Cruz, signo de amor total. Qué oportuno que estemos reflexionando sobre el mandamiento principal en estas fechas de pensar la muerte, como decía santo Tomás Moro, de recordar a los santos y rezar por los difuntos. Porque la cruz, el sufrimiento, la pérdida, vividos junto a Jesús, enseñan a amar. Todo es amor en el acto único y atemporal de Dios: la Creación, la Redención, la Santificación a la que nos llama. 

Siempre estuvimos envueltos en este amor, aunque no lo supiéramos. El alma sí conocía este destino de Unión. Si nos fijamos bien, con la mirada del corazón, que es la mirada de Jesús, vemos que todo es símbolo del amor eterno e infinito que se comunica a veces a través del sufrimiento, las pruebas, las pérdidas aparentes. 

No nos dejemos engañar por lo que ven los que miran, piensan, sienten cómo el mundo. Sintamos, miremos como Jesús, para ver la vida que palpita bajo la apariencia de tristeza y dolor, y amemos a Jesús en todos y a todos en Jesús. 

Amar a Dios y amar al prójimo, y hacerlo de corazón, sin reservas, sin medida…, imposible desde los valores del mundo: oportunismo, competencia, individualismo... Para empezar a amar desde nuestra condición frágil y limitada cuando, como San Pablo, hacemos lo que no queremos y eludimos lo que queremos, la voluntad es esencial, pero no la voluntad humana, que es inconstante y veleidosa, sino la Voluntad de Dios, que nos creó por amor, nos redimió por amor y nos santifica para hacernos semejantes a Él y eternizar el intercambio de amor al que estamos llamados. 

Queremos amar y, sobre todo, queremos amar como el Señor quiere, en Su Voluntad. Por eso ya no buscamos sentir, pensar, experimentar... Si llega el sentimiento, bienvenido, pero lo importante es hacerlo en Su Voluntad, con la intención de ser fieles a ella. Todo comienza, y también crece y se asienta, sobre una disposición interna de nuestra voluntad que debe unificarse con la Voluntad divina. Así lo expresa San Anselmo de Canterbury:

Todo lo que hay en la Escritura depende de estos dos preceptos.

Reinar en el cielo es estar íntimamente unido a Dios y a todos los santos con una sola voluntad, y ejercer todos juntos un solo y único poder. Ama a Dios más que a ti mismo y ya empiezas a poseer lo que tendrás perfectamente en el cielo. Ponte de acuerdo con Dios y con los hombres -con tal de que estos no se aparten de Dios- y empiezas ya a reinar con Dios y con todos los santos. Pues en la medida en que estés ahora de acuerdo con la voluntad de Dios y de los hombres, Dios y todos los santos se conformarán con la tuya. Por tanto, si quieres ser rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, y merecerás ser lo que deseas. Pero no podrás poseer perfectamente este amor si no vacías tu corazón de cualquier otro amor. Por eso, los que tienen su corazón llenos de amor de Dios y del prójimo no quieren más que lo que quieren Dios o los hombres, con tal que no se oponga a la voluntad de Dios. Por eso son fieles a la oración, hablan del cielo y se acuerdan de él, porque es dulce para ellos desear a Dios, hablar y oír hablar de él y pensar en quien aman. Por eso también se alegran con el que está alegre, lloran con el que sufre, se compadecen de los desgraciados y dan limosna a los pobres, porque aman a los demás hombres como a sí mismos. De esta manera toda la ley y los profetas penden de estos dos preceptos de la caridad. 

                                                   290. Diálogos Divinos. El verdadero amor I

No me mueve, mi Dios, para quererte 
el cielo que me tienes prometido, 
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte. 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte 
clavado en una cruz y escarnecido, 
muéveme ver tu cuerpo tan herido, 
muévenme tus afrentas y tu muerte. 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, 
que aunque no hubiera cielo, yo te amara, 
y aunque no hubiera infierno, te temiera. 

No me tienes que dar porque te quiera, 
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

                                                                                               Anónimo

jueves, 31 de octubre de 2024

Santos y dichosos

 

Evangelio según san Mateo 5, 1-12a 

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos. Y él se puso a hablar enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.


                                                El Sermón del Monte, Rudolf Yelin

Jesús iba a convocar a los que consintieran, para que intentasen con Él la más grande aventura que jamás se hubiera propuesto a los hombres: implantar sobre la tierra el reinado de Dios.
                                                                                             Georges Chevrot

Jesucristo es Camino, Verdad y Vida. Nada de lo verdadero que hay en otras enseñanzas o tradiciones falta en el Camino de Jesucristo. En el Sermón de la Montaña, Jesús nos presenta un itinerario de santidad que nos introduce al Reino de Dios. Porque la santidad no es un modo excepcional de vivir, sino que es, o debería ser, la forma normal de ser cristianos. 

Si nos dejamos transformar por el Evangelio, haremos realidad el Reino de Dios. Por eso la pobreza de espíritu es la primera bienaventuranza y la esencia de todas las demás: solo quien se desprende de sí mismo y se hace un ser totalmente disponible es capaz de dejarse penetrar totalmente por el Reino de Dios.

La pobreza de espíritu no tiene nada que ver con la no posesión de bienes materiales. Un verdadero pobre de espíritu es la persona que ha conquistado la humildad y el desapego; alguien que ya conoce dónde se encuentran los verdaderos tesoros, los valora y los protege.

El corazón del ser humano reconoce los verdaderos tesoros que, más que en ganar, lograr, coger, consisten en soltar, dejar, vaciar... Ya está todo dicho en el Sermón de la Montaña; las bienaventuranzas explican dónde están los verdaderos tesoros. Es fácil reconocer esta verdad intelectualmente: que la finalidad de la vida es realizar el Reino y que los bienes del mundo son solo un medio. 

Sin embargo, no actuamos en consecuencia, el corazón apegado y temeroso se resiste, es demasiado fuerte a veces la inercia, el hábito de hallar placer o seguridad o control en lo inmediato. El trabajo pasa entonces por crear, con fe, esperanza y amor, un nuevo hábito de hallar alegría y plenitud en el Camino, Verdad y Vida que es Cristo.
El auténtico y bienaventurado pobre de espíritu ha de estar dispuesto a negarse a sí mismo, a vencerse y transformarse, renunciando a lo que impide ser discípulo, para poder decir como San Pablo: "vivo, pero no soy yo, sino Cristo que vive en mí" (Gálatas 2, 20).

Primero el Reino, que es Él, su amor infinito que nos llena, nos transforma y nos salva. Primero el Reino, y lo demás siempre vendrá por añadidura, porque todo lo bueno y necesario viene de Su amor.  

Sat Cit Ananda (Ser, Conciencia, Bienaventuranza), se dice en sánscrito, uno de los idiomas más antiguos. Pero la dicha a la que estamos llamados es más, infinitamente más de lo que se pueda decir con palabras de cualquier idioma. Ni ojo vio, ni oído oyó. Que venga a nosotros Su reino, ahora, en este mundo con el que cada vez nos identificamos menos cuando logramos vivir en Su presencia, tan real y transformadora como hace dos mil años.

Casi nada de lo que los ojos ven y la mente piensa o recuerda, nada de lo que el ser humano ambiciona es real, porque no es duradero, sino una grandiosa proyección, con los días contados, la representación de un mundo que ya pasa. Nada es real…, o acaso sí haya algo real en este torbellino de sombras efímeras que juegan a ser reales. 

Es real la luz de la consciencia que hemos puesto y la luz que Cristo nos regala para completar nuestra conciencia, a veces tan limitada. Es real el amor recibido y ofrecido con el corazón abierto, esa luz de los momentos vividos de verdad, en los que ponemos todo nuestro ser, lo que no perderemos nunca, lo que ha ido aumentando nuestro “oro espiritual” para la morada que Jesucristo nos está preparando, tan cerca de Él, tan unidos a Él, que parecerá mentira haber podido estar siquiera un día siquiera alejados de Su Amor

MORIR SOLO ES MORIR

Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.

Morir solo es morir, morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver el amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;

tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.

                                                                                  José Luis Martín Descalzo

sábado, 26 de octubre de 2024

Bartimeo

 

Evangelio según san Marcos 10, 46b-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama”. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha curado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

                                               La curación del ciego, El Greco

                                   En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
                                                                                                                 Juan 1, 4

BARTIMEO
  
Al borde del camino lo invoqué,
que acercara su llama a mi tiniebla,
que abrasara mis párpados pegados
y amanecieran sus ojos en los míos,
ciegos desde hace siglos, noche eterna.

Cómo no iba a saltar, soltarlo todo,
ir hacia Aquel que, con solo llamarme,
me estaba liberando de mí mismo.
Bastó sentir que Él es la luz del mundo
para que tanta luz naciera nueva
en mis ojos, cansados de no ver.

Escuchar su llamada hizo de mí
otro hombre: el hijo de Timeo,
para siempre arquetipo de los ciegos
que se atreven a ver con otros ojos,
sutiles y escondidos, capaces de apreciar
lo que vive y alienta, Lo que Es,
más allá de los cuerpos y las formas.

Apenas le atisbé con esos ojos
que ven el interior, lo que no muere,
y supe que un Sol nuevo se acercaba.
Abrasa mi ceguera, dijo mi corazón,
atraviésame, Hijo de David,
con el rayo implacable de tu amor.

Maestro, que vea, rogué confiado,
y le estaba pidiendo mucho más
que el sentido de la vista. Él lo sabía,
por eso dijo: tu fe te ha curado,
que significa: tu fe te ha salvado. Y lo seguí
por el camino que empieza en Jericó,
al borde de la sombra de este mundo,
y aún recorro, dos mil años después.

Recuperé la vista antes de ver,
cuando supe, con el don de la certeza,
que aquel hombre era el Hijo esperado de David.
No precisaba verlo con los ojos del cuerpo
para reconocer su linaje y su poder,
pero ante su semblante comprendí
que era el rostro humano del Altísimo.

Y abrí los ojos, por Él resucitados,
y encontré un universo recién amanecido.

¿Cómo sabía yo que aquella voz
venía de un Sol nuevo y a la vez antiguo?
Bastaba oírle para comprender
que su mensaje era el definitivo,
que sus palabras jamás pasarían,
aunque el cielo y la tierra se acabaran.

Cómo no descubrir que Él es la Luz
si percibí la eternidad vibrando,
radiante, en lo profundo de su voz.

Dijo: “Sea”, y fue la Luz
nueva del universo recreado.
Todo nuevo lo hacía; a mí también,
pobre mendigo ciego, qué limosna tan grande,
la más clara visión, la más hermosa
que en mi noche cerrada jamás imaginé.

Anda, me dijo, tu fe te ha curado,
y percibí, justo detrás de él,
una sombra alargada, como un árbol,
o como una gran cruz, y me entró frío,
un frío intenso, más cruel que la ceguera.

Por eso lo seguí por el camino,
mis ojos llenos de luz, y en mi frente,
esa terrible Cruz que nos salvaba.

Cómo no levantarme de aquel salto
si me estaba llamando la Verdad,
y cómo no caminar eternamente
por los senderos que abre la Belleza
del Hijo de David, el Salvador.

Tú me darás la Vida a cada paso,
yo cantaré mi fe con alegría,
para que el mundo conozca el resplandor
de tu figura, y los ciegos vean,
los cojos anden, los muertos vivan.

No quiero más limosna ni más gracia,
consuelo o esperanza que ver siempre
tu perfil encendido, donde nacen
los colores del Reino, transformando
este mundo que, ciego, languidece
en la penumbra gris de un álbum viejo.

Maestro, que vea, dije convencido,
y escuché brotar de mi garganta
el grito desesperado de un millón de ciegos,
mil millones de ciegos, tal vez más,
a lo largo y lo ancho de la historia.

Un grito o una súplica, un clamor,
que él apacigua con el rayo firme,
vertical, de su voz eterna y libre,
deshaciendo en octavas musicales
todos los miedos de la humanidad,
las sombras que nos atan y separan.

Cómo no tener fe, si en sus palabras
sonaba el eco del “Hágase la Luz”,
por mí y por cuantos quieran renacer
para poder mirarse en el espejo
del rostro de Dios en el mundo.

Jesús de Nazaret, Hijo de David,
Origen de la Luz, yo, Bartimeo,
con los ojos abiertos
y el corazón despierto,
aún te sigo.