Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










sábado, 17 de septiembre de 2016

Un Único Señor


Evangelio de Lucas 16, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido”. El administrador se puso a echar sus cálculos: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo, y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?” Este respondió: “Cien barriles de aceite”. Él le dijo: “Aquí está tu recibo: aprisa, siéntate y escribe“cincuenta”.” Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?” Él contestó: “Cien fanegas de trigo”. Le dijo: “Aquí está tu recibo: escribe “ochenta”.” Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Y yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo, también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo, tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.


Antes sí erais tinieblas, pero ahora sois luz por el Señor. Vivid como hijos de la luz, pues toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz.
                                                                                                                         Ef, 5, 8-9

                                                                  Nosce te ipsum. (Conócete a ti mismo.)
 
                                                                                          Templo de Apolo, Delfos

                                   Solo quien puede cuidar lo ajeno, puede poseer lo propio.

                                                                                                      G. I. Gurdjieff

La psicología se interesa particularmente en las mentiras que el hombre dice y piensa sobre sí mismo.
P. Ouspensky

  
Si escribiera en diez blogs sobre la parábola del Mayordomo infiel o, mejor, el Administrador astuto (Lc 16, 10-13), daría para diez posts; y para mil. Tantos días reflexionando sobre ella, y siento que apenas he comenzado a penetrar en su infinita riqueza de significados. Por eso me sorprenden los que la despachan en unas líneas, como si el mensaje de Jesús condensado en las parábolas fuera una lección más del temario de una asignatura. Y no es que haya que escribir mucho o poco –casi siempre menos es más–,  me refiero a los que parecen creer entenderla y poder explicarla de una vez, en un par de afirmaciones categóricas.

Me pongo a “resguardo”, como el cardenal Cayetano, que menciona también el blog hermano, www.viaamoris.blogspot.com, en el grupo de los que no entienden nada pero quieren entender, y ya que la palabra es mi oficio, y escuchar, meditar, vivir y compartir la Palabra, mi misión, no puedo por menos que aproximarme como puedo o voy pudiendo a este Misterio Insondable que llena mi vida y la va transformando.

Vamos a mirar otra vez la inagotable parábola, ahora desde la terraza de los días de gracia, que al final del verano, después de dos meses de aparente silencio, van adquiriendo una atmósfera dorada y ámbar. Esta perspectiva urbana, últimamente tan luminosa, puede ayudarnos a ver otro lado del infinito prisma.

Contemplando la parábola, y esa realidad desasosegante de que todos somos capaces de lo mejor y de lo peor, he recordado la película Crash (Colisión, en castellano), un buen reflejo de esa convivencia del bien y el mal en uno mismo, de la capacidad que tenemos todos de ser la mejor o la peor versión de nosotros mismos. Son los "yoes" que nos habitan, esos personajes llenos de condicionamientos, costumbres, inseguridades, falsas creencias, e infinitos matices, los que nos hacen oscilar en dicotomías, a veces tan extremas que resultan demenciales.

                                                             
                                                                Crash, (2004), Paul Haggis

El policía racista, resentido y sin escrúpulos, que en su vida privada cuida con paciencia y devoción a su padre enfermo, arriesga su vida en un acto de heroicidad extrema para rescatar a la mujer, mulata, de la que había abusado sexualmente unos días antes. Una de las más hermosas y originales escenas de amor que he visto en el cine. 

Porque todos podemos interpretar el papel del bueno y del malo, del mezquino y del generoso, del cobarde y del valiente, del héroe y del villano. Son las máscaras que esconden nuestra verdadera identidad, ese Nombre de cada uno que Dios lleva grabado en la palma de su mano (Is 49, 16). Pero solo podemos Ser buenos, generosos, valientes, héroes, más allá de cualquier interpretación o actuación, si hemos reconocido e integrado el lado oscuro, la sombra, la inclinación al mal que nos acompaña desde siempre.

Vayamos integrando y disolviendo los personajes perversos, para que los benéficos nos ayuden en el camino de regreso al Hogar. Allí encontraremos nuestro verdadero Ser, uno, entero, traslúcido. Hasta entonces, mientras nos aproximamos a nuestra "versión" definitiva, perfecta, acabada, solo podremos actuar “como si” lo fuéramos, y esta es una práctica valiosa y eficaz que se usa en muchas tradiciones. Pero en ese proceso, como seguimos actuando por falta de comprensión de lo que estamos llamados a ser, corremos el riesgo de quedarnos a mitad de camino y, por ejemplo, caer en el falso, peligroso “buenismo”, que es otra pose, otra escenificación de algo que no Es.

Solo cuando hayamos logrado integrar y desactivar ese lado oscuro, consustancial a nuestra condición, y unificarnos, veremos nuestra esencia, nuestra verdadera identidad, lo que Somos por encima de los personales y las máscaras, los binomios y las dualidades, ese sueño primigenio de Dios.

Jesucristo, el Verbo increado, nos conoce completamente desde siempre y espera paciente a que nos conozcamos nosotros mismos, guiándonos en ese proceso. Por eso nos invita a mirarnos en el espejo de las parábolas, para que aprendamos a observarnos y liberarnos de todos esos personajes que nos sobran, para llegar a ser un día como Él, por fin integrados, unificados, auténticos, capaces de decir sí, cuando es sí y no, cuando es no (Mt 5, 37). 

                                                                Jesucristo, Hoffmann

Paul Sédir, cuya trayectoria hasta llegar a Jesucristo fue tan parecida a la mía, me brinda una de las muchas formas de explicar por qué escogimos dejar todo para regresar al único Maestro, al único Camino, al Único.
Solo pueden entender plenamente estas reflexiones los que se hayan sentido alguna vez hijos pródigos (digo “sentido”, porque todos los somos, de un modo u otro). Los demás, los que no han experimentado el desgarro consciente de la separación, sean comprensivos con estos pobres trabajadores de la hora undécima (Mt 20, 1-16):

“Entre el lector de las parábolas y Jesús existe una larga distancia, un espacio muy vasto que no es un desierto, sino un mundo, varios mundos, poblados de luces, de sustancias, de fuerzas, de habitantes, y todo eso puede desviar el rayo de luz y deformar el sonido y la palabra divina. (…) De todas formas, hay que saber también que, en cuanto el oyente hace lo que hace falta, Jesús suprime la distancia, la disminuye incluso, en la medida en la que nos inclinamos bajo su dulce ley. Las vistas intuitivas están muy bien, pero ¿hasta dónde llegan? No es trabajo pequeño hacer que nuestras intuiciones se vuelvan tan puras, tan espirituales, tan vigorosas, que vayan a dar con la verdad allí donde esta se encuentra, es decir, en el centro de nosotros mismos, allí donde brilla la chispa del Verbo. Si los románticos, si los monistas, si nuestros jóvenes surrealistas hubieran comprendido que existe lo Creado y lo Increado, no hubieran hecho del hombre un dios omnisciente. No se imaginaban que el súmmum del arte o del pensamiento sea ponerse en estado receptivo, esperar y anotar las imágenes que pasan. Sin duda el verdadero místico se sitúa delante de Dios en estado receptivo, pero antes trabaja constantemente para hacer que todos sus órganos físicos y psíquicos sean capaces de recibir a Dios. El adepto oriental sigue esta disciplina según un sistema de conocimiento tradicional, y en ello se equivoca, puesto que todo sistema de conocimiento es provisional. Mientras que el servidor de Cristo, que olvida su propio perfeccionamiento para pensar únicamente en obedecer en el trabajo, ese, al dejar a su Maestro actuar en su lugar, no se equivoca en nada y llega al objetivo.
(…) La gente está inquieta o dormida. Ven mal o no ven. No han aceptado la palabra divina que el Verbo les murmura, no la quieren. Quiero decir que por el momento tienen miedo de ella, se resisten contra ella, más tarde la aceptarán, pero después de cuántas batallas. Sin embargo, podrían ser felices inmediatamente. Pero la materia, el mundo, y la razón les fascinan. Ya ves, somos una elipse. El adepto busca convertirse en un círculo, quiere que los dos focos sean uno solo, pero Cristo enseña que, por el contrario, es necesario abrir la elipse, proyectando uno de sus focos hasta el infinito.”