Gratis habéis recibido, dad gratis. Mateo, 10, 8










miércoles, 15 de junio de 2016

Responde el corazón


Evangelio de Lucas 9, 18-24

 Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro tomó la palabra y dijo: “El Mesías de Dios”. El les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Y, dirigiéndose a todos, dijo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará.”




Decir y sobre todo decirnos con el corazón Quién es Él para nosotros es una verdadera conversión, la rúbrica que permite seguirle. En  www.viaamoris.blogspot.com, menciono mi simpatía hacia los conversos, esos seres excepcionales (me recuerdan a los héroes del Sutra Vimalakirti que cito abajo) que, cuando ven con claridad, se atreven a dar un salto kilométrico que deja atrás a muchos creyentes tibios, rutinarios, "de toda la vida"... Porque como leíamos en el Evangelio de ayer: "Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz" (Mateo 6, 22).

Conversos admirables, que irán asomándose por aquí en próximos posts, como André Frossard, que se convirtió en una capillita del Barrio Latino de París, donde estaba expuesto el Santísimo Sacramento. Allí entró un ateo y salió un cristiano. Nos lo cuenta en su libro Dios existe, yo me lo encontré. Paul Claudel se convirtió en la catedral de Notre Dame, cuando estaba apoyado en una columna. Y Manuel García Morente, el filósofo e intelectual español, desesperado tras el asesinato de su yerno por pertenecer a la Adoración Nocturna, al escuchar La infancia de Jesús, de Berlioz, se convirtió también, y años después se ordenó como sacerdote.

Los tres encontraron a Jesucristo y lo reconocieron como Señor y Dios en París, ciudad para morir a uno mismo, como profetizó César Vallejo en poema atemporal en todos los sentidos. París, ciudad para creer, ciudad de la luz para la Luz.





                                                    La infancia de Cristo, Berlioz



RESPONDE EL CORAZÓN

La gente dice que eres un gran profeta, como Juan el Bautista, como Elías, como los más grandes de la antigüedad. Algunos creen que eres un avatar, como Buda o Mahoma, o como Zaratustra. Hay quien afirma que eres el mismo Moisés retornado a la vida. Un hombre bueno, el mejor, dicen los solidarios. Un sabio, los que ni siquiera se acercan a tu Palabra de Verdad y Vida. Otros opinan que eres un terapeuta, un mago, un hechicero. Un chamán, por lo del barro y la saliva, dicen los naturistas. El primer socialista, el verdadero. Un loco, un exaltado, un chivo expiatorio, un pobre fracasado. Un arquetipo, un símbolo sublime, un ideal. Alguno hasta sostiene que vienes de un planeta de seres avanzados. Y se agotan sus libros, va por veinte ediciones, en las librerías-best seller de los hipermercados. Un maestro ascendido, para los seguidores de la nueva era de Acuario, que está por suceder a la de Piscis. Un revolucionario incomprendido, un gran líder, al final desencantado. Un hombre, en definitiva, más íntegro y sincero, eso sí, pero solo uno más, con lo mismo de hombre y lo mismo de Dios que tiene cada hijo de vecino. Un predicador que arriesgó demasiado, porque era bueno y generoso.

Y nosotros, ¿quién decimos que eres? Dejadme hablar a mí en nombre de todos, compañeros, dejadme hablar a mí, aunque todos sepamos la respuesta que hemos de manifestar para que el corazón la vaya haciendo carne y sangre, cruz y luz para los doce. Dejadme, hermanos, ser el más decidido esta vez, para que cuando toque ser cobarde no me muera de pena. Dejadme abrir el corazón en público para la posteridad; este corazón apasionado, que sabe y siente lo mismo que vosotros, porque nos alimentamos de la misma Luz y del mismo Pan: Aquel cuya Palabra basta para sanarnos, la fuente del amor.

Tú lo sabes todo, pero para los nuevos y para los escépticos, diremos en voz alta que Tú eres el Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios vivo. El Verbo, que vino a su casa y los suyos no lo recibieron. El rostro de Yahvé sobre la tierra, el resplandor más cierto de Su luz. Sol de Justicia, Rey de reyes, Príncipe de la Paz, fuerza para seguir amando hasta el final. Verdadero Dios y verdadero Hombre. Nuestro padre (Jn 13, 33), nuestro hermano (Jn 20, 17), y nuestro esposo (Mt 9, 15). Alfa y omega, principio y fin (Ap 21,6). Piedra angular (Ef 2, 20), nuestro juez (Jn 5, 22) y nuestro abogado (1 Jn 2, 1). Sol invicto, la misericordiosa mirada del Padre en los ojos del hombre, para que nos miremos en Ti y un día, Dios lo quiera, Tú lo quieras, nos veamos en Ti. El hijo de David y el Señor de David, sublime paradoja, como todas las Tuyas, para que comprendamos. El que nos acompaña cada día; Camino, Verdad, y Vida. El Nombre que quisiera que pronuncien mis labios cuando llegue la hora. El amor derramado por un Dios que es amor, el nuevo Adán para levantarnos: amor crucificado por amor, amor resucitado por amor. Aquel que en un sepulcro nuevo y prestado fue estrenando, durante apenas tres días, todas las sepulturas que por Ti serán solo refugio pasajero, antes de la vida eterna que nos has regalado. Porque Tú eres el que era, el que es, el que viene (Ap 1, 8), el que sentado en el trono dice: “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5)


Los héroes se convierten en budas con un solo pensamiento,
pero a los perezosos se les entrega las tres colecciones de
los libros sagrados para que los estudien.

                           Sutra Vimalakirti


                                                      SI MIRA EL CORAZÓN



Lo que vemos: el cuatro por cien de lo real.
¿Cuándo mereceremos verlo todo?
¿Cuándo podremos ver?
¿Cuándo?
    ¿?
Ahora,
si mira el corazón.
Dichoso el que cree sin haber visto.
Bienaventurados los pobres en el espíritu.


sábado, 11 de junio de 2016

Ser Amor


Evangelio de Lucas 7, 36-50

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás, junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado, se dijo: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esa mujer que le está tocando, y lo que es: una pecadora”. Jesús tomó la palabra y le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. El respondió: “Dímelo, maestro”. Jesús le dijo: “Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?” Simón contestó: “Supongo que aquel a quien le perdonó más”. Jesús le dijo: “Has juzgado rectamente”. Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella en cambio me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona, poco ama”. Y a ella le dijo: “Tus pecados están perdonados”. Los demás convidados empezaron a decir entre sí: “¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?” Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.


                                        La conversión de María Magdalena, Paolo Veronés



Quien ama sale de sí y se dirige al amado, en él luego se instala, y su yo es configurado por el tú. No de otro modo, en el Verbo encarnado, la naturaleza humana es como arrancada de su propio centro y mantillo, y ya no pertenece más a ella, sino al Yo del Verbo.
¿Tenemos tal vez alguna experiencia del amor puro? ¿Hemos salido alguna vez realmente de nosotros mismos?
     José María Cabodevilla

Mira como se debaten en mí el pecado y la gracia, la luz y la sombra, el placer y la penitencia, la pureza y la lujuria, la alegría y la tristeza, el pudor y el descaro, la castidad y la lascivia, la bondad y la perversión, la muerte y la vida. Sé testigo de este combate invisible que se está librando siempre, mientras el mundo es mundo, en mí y en tantos; en mí, en ti, en el universo. Lloro sin poder contener el llanto liberador, no ya porque me duela esta lucha atemporal, sino porque sé que la victoria no es de ninguno de los contendientes, esos pares de opuestos incompletos. El triunfo es de Aquel que me mira mientras seco y acaricio sus pies con mi pelo, mi vieja arma de seducción, hoy lienzo de lágrimas perfumadas. El triunfo es de su amor, capaz de trascender estos adversarios que ya se están fundiendo para dejar sitio a una nueva realidad, incomparablemente más hermosa y perfecta que la penitencia, el pudor, la castidad, la pureza. Porque igual que Él, al elevarse sobre la tierra, nos elevó, haciéndonos nuevos, su amor eleva todo, completa todo, restaura todo y lo caído se levanta, lo corrupto se regenera, lo impuro se purifica, los errores se convierten en ceniza, cuando la flecha alcanza el centro de la diana. Y ya no soy pecadora, ni siquiera soy santa, soy solo una mujer con dignidad y miseria, fuerza y debilidad, certezas y dudas, una mujer que ama y es amada por Él, sin condiciones. Soy, por Él y para siempre, el amor pleno y fecundo que, por inagotable, está más allá de la vida y la muerte, del pecado y la santidad. Ser solo amor; o solo ser, sin predicado ni calificativos; por Él y en Él, solo ser… 

Ay de mí cuando me diga noli me tangere y sus pies, esquivos, desaparezcan de mi vista… Que el ardor de mis besos dure para entonces. Acepto ya su ausencia venidera, si puedo seguir derramándome sobre ellos, ahora, para siempre. Porque amándolo así, lo estoy amando vivo y también muerto, pero lo amo sobre todo resucitado, como solo una resucitada puede amar. Qué amable anticipo de tan amarga ausencia, qué dulce promesa del reencuentro cuando vuelva. Cómo no darme entera, derramarme sin medida sobre los pies de mi Señor. Por eso no hablo, para no desperdiciar en palabras que se evaporan ni una gota, ni una lágrima de amor. Él entiende mi silencio, sabe leer cada gesto, cada lágrima, cada caricia de mis cabellos.

No he venido a buscar su bendición, ni siquiera ese perdón que ya me ha concedido antes aún de decirlo, para escándalo de los escandalosos… Lo busco a Él, que me colma como nadie, como nada podría ya colmarme. Su presencia es el aire que respiro, el sentido de mi vida y de mi muerte, la esperanza de quien ya desesperaba, mi Dios, mi Señor, amor eterno. Lo que usé para una vida disipada, mis herramientas de seducción, me sirven ahora para agasajarle: mi pelo suave, mis manos atentas, mis labios devotos, mis ojos, anegados en su luz.

            Me recordarán por el llanto, como si fuera la misma esencia del llanto. Nadie sabrá cómo trascendí el llanto, llegué mucho más allá del llanto por amor. No hubo más lágrimas después de haberlas ofrecido todas. Quedó un sentir puro y vertical, que ya no necesita expresión ni desahogo; una forma de mirar y de escuchar que incluye todas las formas posibles de mirar y de escuchar que una mujer o mil mujeres o ninguna mujer pueda concebir.




Tú me has seducido, Señor, Hermana Glenda

jueves, 2 de junio de 2016

Sagrado Corazón de Jesús


Evangelio según san Lucas 15, 3-7

En aquel tiempo Jesús dijo esta parábola a los escribas y fariseos. ¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el campo, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido." Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión.



                                                            Jesucristo, Hoffmann


En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.”
                                                                                  Mateo 11, 25-30


Qué hermosa fiesta la de hoy, y qué propensa a ser mal entendida o rebajada en su inestimable valor para el cristiano. Algunos dicen que es sensiblera, solo apta para almas simplonas y mediocres. Hay quien se queda en la superficie, en la iconografía kitsch de otras épocas, o en las sencillas, benditas oraciones infantiles. Incluso habrá quien sonría con superioridad ante esta devoción profunda y transformadora inspirada por el mismo Jesucristo a Santa Margarita María de Alacoque. Si alguien lo hace, será precisamente algún alma simplona y mediocre que, incapaz de sentir el Misterio del Sagrado Corazón, se ha quedado en lo accesorio o en los añadidos populares; alguien que, acaso frustrado por su propia pereza y comodidad, tal vez hace tiempo renunció al único verdadero Maestro, para sustituirlo por un falso maestro, limitado y ególatra, incapaz de humillarse o de servir, ciego que guía a otros ciegos hasta que caen, todos, al abismo.

El Sagrado Corazón de Jesús es el que se apiada de la viuda de Naín que llora la muerte de su único hijo, como veremos en www.viaamoris.blogspot.com el domingo.

El Sagrado Corazón de Jesús está siempre abierto, derramando su Divina Misericordia. Amor nuevo que no necesita proyecciones externas, amor que me saca de mí misma y mis afanes, me eleva y me transforma, me enseña a amar mucho más allá de lo sensible, pero también en lo sensible, porque Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad tiene, además de la divina, naturaleza humana.

El Inmaculado Corazón de María, humano y ensalzado, humano y divinizado, atravesado por la espada del sufrimiento, como anunció Simeón, nos lleva al Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por la lanza de Longinos, y Este nos lleva al Padre, la Fuente del Amor, que está más allá de las emociones, más allá de los sentimientos. Dios Padre no siente amor..., no siente... ES Amor.

Cedo la palabra a Dietrich von Hildebrand para que despierte en nosotros algunas de las infinitas resonancias que lo que hoy celebramos puede suscitar en los humildes y limpios de corazón.

            "Frente a la verdadera gloria del Sagrado Corazón en el que brillan todos los tesoros de conocimiento y sabiduría, la deformación de muchos himnos resulta patente. Pero el texto y la melodía de estas canciones no solo son incapaces de reflejar el carácter divino y transfigurado del Sagrado Corazón, en el que habita toda la plenitud de la divinidad, sino que incluso presentan al Sagrado Corazón como un corazón mediocre y sentimental desde el punto de vista humano. Esta deformación ha suscitado en muchas personas un rechazo comprensible pero exagerado, ya que identifican la deformación con la devoción al Sagrado Corazón. En vez de reconocer la verdadera naturaleza del Sagrado Corazón, tanto su cualidad divina como el reflejo del misterio de la Encarnación, hay quien considera que el simple hecho de la existencia de la devoción al Sagrado Corazón produce automáticamente estas deformaciones.
            Si queremos darnos cuenta de la naturaleza y profundidad de esta devoción y de su carácter litúrgico clásico, resulta necesario desenmascarar las deformaciones y falta de autenticidad características de muchas formas populares de esta devoción que encuentran expresión en ciertos himnos, formas artísticas e incluso oraciones.
            Pero nuestro intento de comprender el Sagrado Corazón posee más importancia y un carácter más positivo que la mera corrección de deformaciones. Aumentar nuestro conocimiento, alcanzar un conocimiento más íntimo del Sagrado Corazón, es algo muy valioso en sí mismo. Considerar al Sagrado Corazón en su gloria inefable y adorarlo es de la mayor importancia.
            También resulta indispensable para comprender todas las implicaciones que se contienen en la oración “haz nuestro corazón a la medida del tuyo” (Fac cor nostrum secundum cor tuum). Si queremos comprender la transformación en Cristo a la que nuestros corazones están llamados, nuestros ojos deben ver al Sagrado Corazón en su cualidad transfigurada, como la epifanía de Dios.
            Nuestra transformación depende de nuestra comprensión de una verdadera imagen de Cristo y de su Sagrado Corazón. En la medida en que proyectemos nuestra propia mediocridad y pequeñez en el Sagrado Corazón y nos alimentemos con esta imagen, permaneceremos aprisionados en esta mediocridad, en vez de elevarnos y transformarnos. Aquí, como en muchos otros lugares, nos enfrentamos con el peligro de adaptar la revelación a nuestro estrecho horizonte, y deformarla de tal modo que desaparezca la necesidad de transformarnos. En vez de captar el verdadero rostro de Cristo y la llamada a transformarnos, en vez de dejarnos elevar por el amor del auténtico Dios-Hombre, perdemos la posibilidad de confrontarnos con la epifanía de Dios."

                                                                                                         Dietrich von Hildebrand



                                                             Ubi Caritas, Cantatrix